Canciones que no cantarán los muertos

Portada de El Canto del Cisne o Swan Song
Portada de El Canto del Cisne o Swan Song

El Canto del Cisne o Swan Song, publicada originalmente en 1987 pero que leí en 1992-1993 gracias a la edición de Martínez Roca, es la Gran Novela de Robert R McCamon (1952, Birmingham Alabama).

Y él lo sabe, vaya que lo sabe.

Aunque en 1989, apenas dos años después de la aparición de su épica, publicó, en el número 22 de la revista Mystery Scene, una diatriba en la que orondamente dijo:

Swan Song… is ancient story to me… I want more from myself, and I don’t plan on letting anybody belive for a second that Swan Song is going to be a laurel wreath on my head.

Y en 1992, cinco años después, seguramente tras evaluar lo logrado con sus otras publicaciones, Stinger de 1988, The Wolf’s Hour de 1989, la colección de relatos Blue World de 1990, MINE o Mary Terror también de 1990, Boy’s Life o Muerte al Alba de 1991 y Gone South o Huida al Sur de 1992, McCamon simplemente decidió retirarse de la escritura. Aunque su retiro acabó en el 2002, cuando, además de quitarse la R de Rick, publicó Speaks the Nightbird, novela histórica en clave de horror que inaugura la saga de Matthew Corbett, que continuó con Queen of Bedlam del 2007, luego vendrían Mister Slaughter del 2010, The Providence Rider del 2012, The River of Soul del 2014, Freedom of the Mask del 2016 y Cardinal Black del 2019.

Lo siento, en verdad lo siento McCamon, pero El Canto del Cisne o Swan Song sí es y me temo que será la corona de olivo perfecta para tu cabeza.

Y acá ente nos, no importa que luego renegara del horror. Se sabe que en la década de los noventa, el señor prohibió las reediciones de sus primeras cuatro novelas, Baal o El Príncipe de los Infiernos de 1978, Bethany’s Sin de 1980, Night Boat también de 1980 y They Thirst o Sed de Sangre de 1981. Además, en 1991, en un artículo para la revista Lights Out! dijo que…

The field of horror writing has changed dramatically since the mid- to late-’70s. At that time, horror writing was still influenced by the classics of the literature. I don’t find that to be true anymore. It seems to me that horror writing, all writing, no matter what genre, needs to be about people, first and foremost. It needs to speak to the pain and isolation we all feel, about the disappointments we have all faced and about the bravery people summon in order to get through what is sometimes a crushing day-to-day existence. Again, I don’t find that to be generally true of the horror field as we enter the ’90s. Something of rubber stamping and cookie cutters has gotten into this field, and it’s an unfortunate fact that even the best writing is judged not by its own merit, but by what the general public understands to be real horror-namely, the brutal and brainless garbage that Hollywood throws out as entertainment for the lowest common denominator.

Tampoco importa que dijera que le apenaba que tanto Los Angeles Times y Publishers Weekly dijeran que con El Canto del Cisne o Swan Song estaba al nivel de Stephen King, principalmente por las similitudes que hay con The Stand, original de 1978 y cualquiera de la saga The Dark Tower, o de Peter Straub, seguramente por Talisman, publicada en 1984 y co escrita con King, además de Ghost Story, original de 1979.

El Canto del Cisne o Swan Song es una novela fantástica y larga, 900 y tantas hojas. Una road-novel que inicia apocalíptica, continua post-apocalíptica, y culmina volviéndose una correcta revisión al inmortal cuento sobre la última lucha entre el bien y el mal.

Revisión no exenta de belleza, compasión, locura, violencia, horror, aventura y, vaya, esperanza.

Cinco personajes que caminan y caminan primero en un mundo convulso, confortado por los miedos y manías de la Guerra Fría, pero que extrañamente no se sienten tan lejanos a nuestros pandémicos tiempos. Luego caminan y caminan por un erial poblado por amenazas mutantes y desolación. Cada uno con sus historias a cuestas, vivirán y sobrevivirán un desastre nuclear solo para comprender que en sus actos yace el verdadero futuro de la humanidad.

El Canto del Cisne o Swan Song logra lo que muchos escritores han ansiado, el estampar correctamente la posibilidad de un nuevo inicio luego de nuestra larga y enfermiza relación amorosa con el fuego o ese legado-condena de Prometeo, hijo de Jápeto y Asia, o, según Esquilo, de Temis y de Gea. Algo que según McCamon no solo nos permitió evolucionar como sociedad hasta alcanzar el dominio tecnológico, sino que acabó siendo nuestra innegable perdición.

El fin del mundo tal y como lo conocemos. El Canto del Cisne o Swan Song alterna la polifonía capitular que toda épica que intenta retratar el caos debe presentar, por un relato seriado que, por 95 capítulos, completarán la historia en la que Sue Wanda Prescott, o Swan, se convertirá en leyenda gracias a sus manos, que inexplicablemente pueden devolverle la vida a las plantas aún en medio de tal devastación.

Best seller atípico, aunque vendió los suficientes ejemplares como para aparecer en las listas del New York Times, ganó el premio Bram Stoker a mejor novela de horror en 1988, y sigue en la lista de Jones & Newman de los mejores 100 libros de horror en los últimos 500 años, El Canto del Cisne o Swan Song es una novela prácticamente desconocida. Heredera más de Richard Jefferies o de Richard Matheson que de los citados King o Straub, pilar sobre el que se funda una obra mayor como The Road de Cormac McCarthy.

El Canto del Cisne o Swan Song, además de ser una rabiosa oda al átomo y al monstruo que todos llevamos dentro, también es un apreciable homenaje a la que quizá sea nuestra mejor cualidad…

El fabular.

Atentamente… El Duende Callejero

Una Segunda Oportunidad

Fotograma de His Dark Materials

En 1995 se publicó Northern Lights, primer libro de la trilogía His Dark Materials de Philip Pullman (1946, Norwich).

Considerado por el mercado editorial como una serie de novelas juveniles cuya trama se desarrolla en un mundo similar al nuestro, pero anclado en la era Eduarda (la Inglaterra de 1900-1910), con rasgos de steampunk.

En dicho mundo, el gobierno lo tiene El Magisterio, una turbulenta institución creada luego de la desaparición de la iglesia católica y la explosión de diversas instituciones religiosas, todas rivales.

Tras el Magisterio está el intento por agrupar a todas esas instituciones bajo un solo estandarte. La idea es mantener una paz a la fuerza. Pero las diferencias siempre han pesado más que cualquier similitud. Tenemos a la historia de la humanidad para comprobarlo.

Cuando nos adentramos en ese mundo, una teoría está atrayendo y escandalizando a muchos. Dicha teoría plantea la existencia de un elemento que está manifestándose en algunos seres. Dicho elemento les está despertando una consciencia autónoma que se manifiesta con actos rebeldes. Dichas manifestaciones, además, causan un desarrollo inusual de inteligencia que hace peligrar el influjo del Magisterio y su gobierno totalitario.

Y, volviendo a la historia de la humanidad, sabemos que no hay nada que una a todo aquello que está dividido, como los diferentes grupos religiosos que se pelean el poder en este mundo, que descubrir que existe un enemigo en común.

Dicho enemigo es ese elemento recientemente descubierto, El Polvo. Así es como lo llaman.

Pullman citó como inspiración la obra de William Blake. También, El Paraíso Perdido de John Milton, que, recordemos, relataba la caída de Lucifer y cómo éste acepta esa derrota como parte de un plan mayor. Gobernar la Tierra, porque esa es ese Infierno tan temido. Porque, y va la cita, mejor reinar en el infierno que servir en el cielo.

¿Así va, verdad?

Pero volvamos. También se cita el ensayo En el Teatro de las Marionetas del poeta romántico Heinrich von Kleist.

La tesis de Pullman es que, como la historia la cuentan siempre los ganadores, y viendo cómo nos ha ido con el relato oficial ¿Qué tal si el bando que debió ganar fue el de la oscuridad y no el de la luz?

Polémica como pocas obras de ficción catalogadoras como juveniles, His Dark Materials fue adaptada sin éxito en el cine en el 2007.

La película, dirigida y co escrita por Chris Weitz, con Tom Stoppard como co guionista, es la triste pionera de una moda que seguirá en los años consecuentes. El de fallidas adaptaciones de exitosas sagas literarias que nunca logran la adaptación completa de la saga.

Porque el plan de New Line Cinema al dedicarle casi doscientos millones al proyecto era valerse del éxito del El Señor de los Anillos o, para el caso, Las Crónicas de Narnia, y llenarse los bolsillos con las ganancias que tendría.

Pero el público lector de la saga desechó la idea de limpiar la trama de toda crítica teológica en favor de una encausada en temas como una boba guerra entre magia blanca y la magia negra, o de una revisión del colonialismo sin la incidencia de la religión.

Qué decir de plantear lo fantástico sin anclas ideológicas y como mero despliegue de efectos especiales que, por cierto, cosecharon premios.

Por ese fracaso en taquillas, cuando BBC One y HBO anunciaron su plan de volver la saga una serie de televisión a estrenarse aquel 2019, con ocho capítulos que no buscaban adaptar el primer libro sino sintetizar gran parte de la trama de las tres novelas originales, más de uno levantó la ceja y dijo ¿Para qué?

Sin embargo, resultó que esos ocho capítulos estuvieron bien. No cumplieron la promesa, porque sí se centraron en adaptar el primer libro, Northern Lights. Mientras que la segunda temporada se centró en el segundo, The Subtle Knife. Y en diciembre pasado, desde las oficinas de HBO se anunció que sí habría una tercera temporada, que será la última y seguramente adaptará The Amber Spyglass. Así que ya puedo decir que hay cosas que sí merecen una segunda oportunidad.

Y esta adaptación de His Dark Materials es una de ellas.

Atentamente, el Duende Callejero

El podcast nuestro de cada domingo, IV

Carátula de Hellbent for Horror

Llevo varios años prendado de los podcasts.

Eso lo sabe cualquiera que intentara charlar conmigo cuando me encuentra o en la calle o en algún pasillo o en alguna sala de espera o en la mesa de un café, o incluso en la fila del supermercado, del banco o de la tortillería.

Luego de dejarlos hablar y gesticular un rato, suelo subir lentamente el dedo índice derecho a mi oído para dar unos golpecitos en los audífonos. Luego les sonrío de lado.

Algunos preguntan qué grupo es el que estoy escuchando. Les digo que a ninguno, que lo que escucho es un podcast.

Va una idea que espero no olvidar, cada domingo recomendaré uno de los varios podcast que escucho durante la semana.

Esta es la cuarta recomendación.

Lo descubrí gracias a un episodio de Wrong Reel que se trató sobre las películas de Roman Polanski que ocurren en departamentos, Rosemary’s Baby, Repulsion y The Tenant.

Así fue como supe de la existencia de Hellbent for Horror, conducido por S.A. Bradley. Así fue como supe sobre el primer beso

Bradley, que se presenta como aquel que está aquí para recordarte que alguna vez te gustaron películas de horror… Y que, secretamente, aún te gustan… A veces entrevista a directores, escritores, críticos y amantes del cine de horror. A veces nos da su lectura sobre la obra de algún cineasta, sobre una película en concreto, sobre un escritor, sobre un libro o una colección de relatos. Pero ya sea solo o acompañado, el hombre nos muestra su amor y pasión por el cine de horror sin importar que sea una cinta de estudio o una película independiente.

Además, es autor del libro Screaming for Pleasure, how horror makes you happy and healthy.

Por acá les dejo uno de sus episodios, para que lo conozcan y noten que a Bradley le gusta Judas Priest.

Atentamente, el Duende Callejero...

El horror, el horror…

Jitsuko Yoshimura en un momento de ‘Onibaba’

Va un lugar común ¿Listos?

La película más terrorífica de la historia es The Exorcist de William Friedkin.

Ahora a cerrar la carpeta y, claro, pasar a las divagaciones de siempre…

¿Apoco no estremece ese ultrarealismo captado tan fríamente por esa maldita cámara de colores deslavados?

¿No te pone a respingar la atmósfera creada por esos sets claustrofóbicos?

Eso sin llegar al trabajo de sonido y sacar a colación al técnico mexicano y a su truco de volver una simple cartera de cuero en un quejido de ultratumba

¡Ajua!

Sin embargo, diré que una de las películas más terroríficas que he visto es Onibaba (1964, Japón), dirigida por Kaneto Shindô, película que según cuenta una leyendaWilliam Friedkin estudió a profundidad cuando le encargaron hacer la versión cinematográfica de la novela de William Peter Blatty.

Basada en un viejo proverbio budista, Onibaba, que nadie se pone de acuerdo sobre su título en español porque igual se conoce como Mujer Demonio o El Pozo, podría competir por el título de la película más cruel de la historia. Esto porque en la totalidad de su metraje, apenas una hora y veinte, y a pesar de que su contexto es el Japón del siglo 14, uno devastado por una guerra que ya nadie sabe sobre qué fue, Shindô captura impresionantemente una fábula de inmoralidad, desasosiego, decadencia e inhumanidad aderezada con una estridente pista sonora de jazz, composición de Hikaru Hayashi, que se contraponen a un elegante trabajo de cámara de Kiyomi Kuroda, y logra inocular en el espectador tanto un vacío existencial como confusión.

La pregunta que nos queda es ¿Estamos en verdad viendo una película cuya trama transcurre hace siglos o sucede ahora mismo, en algún poblado de cualquier parte de este caótico mundo?

Una mujer madura (Nobuko Otowa) y su joven nuera (Jitsuko Yoshimurasobreviven en el campo.

A veces pescan, a veces cazan… Regularmente roban, pero como se nos muestra al iniciar la película, ahora hasta matan samuráis heridos y en fuga con tal de robar sus armaduras y armas, y cambiarlas luego por comida en un poblado cercano.

Conocen el lugar perfecto para deshacerse de cualquier evidencia, un gran pozo en el que nadie querrá asomarse y que queda relativamente cerca del lugar donde se resguardan. La mujer madura espera a su esposo y a su hijo, que es esposo de la joven. Los dos hombres fueron reclutados para la guerra. Solo que cada día que pasa, las esperanzas de que ambos regresen se van perdiendo. A esto se suma la intempestiva llegada de un samurái en fuga (Kei Satô), que mató a un sacerdote con tal de quedarse con su ropa para poder caminar sin mucho problema por la comarca.

Ese samurái llega directamente al resguardo de las mujeres y les cuenta lo que podría ser el final de su espera. Luego de una batalla fallida, tanto el esposo de la mujer madura como el de la joven murieron.

La mujer madura se encarga de deshacerse del joven e impertinente samurái. Le dice a la joven que no debe hacer caso a rumores como esos. Pero la joven ya ha comenzado a sentir el llamado de las hormonas, así que se decide dejarse querer por el joven e impertinente samurái, ante la mirada entre atónita como celosa de la mujer madura, que, hasta ese momento se nos confirma algo que podríamos pensar desde el inicio. Eso de mantener la esperanza en el regreso de los hombres de la casa no puede compararse con la esperanza que tenía por encamarse con su joven nuera.

Y ahora, con ese extraño triángulo ya conformado, y con una perturbadora escena en la que la mujer madura expone su poderío como matrona a cargo de los lascivos jóvenes desnudándose el torso y dándonos una de las escenas eróticas más perturbadoras que yo recuerde, comienza lo sobrenatural.

Un samurái con una icónica máscara blanca se le aparece, y comienza a perseguirla.

¿Es ese demonio una realidad o simplemente es un reflejo de esa locura que ya comienza a manifestarse?

La clave de ese secreto está en el pozo que guarda cada uno de sus crímenes.

Y hasta allá va la mujer. Mientras los jóvenes fornican de lo lindo donde les place.

Y ahí encuentra al samurái fantasma y su máscara

Así que ahora, esos jóvenes cachondos la pagarán.

¿Pero es ese descenso que realiza la mujer madura una alegoría sobre el vacío existencial que comienzan a experimentar los personajes?

¿Es la apropiación de la máscara una metáfora?

¿Qué papel tiene la naturaleza y su constante amenaza contra cada uno de los personajes?

Y hablando de los personajes ¿Qué significa que solo los muertos tengan nombre?

Honestamente, a Shindô le importa muy poco eso de los posibles mensaje cifrados. Mejor se decanta por perpetrar una brutalidad gráfica amparada por la elegancia.

No es una película sangrienta, es una película perturbadora. A pesar de los espacios abiertos que vemos, las acciones de los maltrechos personajes vuelven a la película una pesadilla claustrofóbica que, obvio, mamó hasta hartarse Friedkin.

Y qué decir de esa pulsión sexual

¿Cronenberg?

En efecto.

Onibaba, la historia sobre el fracaso de la moral por medio del deseo. Y vaya, moral y deseo, esos dos contrapuntos que además de definirnos, suelen condenarnos desde que las primeras historias.

¿Es eso lo que Shindô logró resumir de ese viejo proverbio budista?

Bueno, tras esa magistral sucesión de imágenes y esa brutalidad enmarcada por un erotismo malsano ¿Importa acaso que las lecturas sobre esta película vayan desde un discurso antifeminista, como una cachetada al mundo por la forma en la que en los años sesenta veían a Japón?

Atentamente, un maravillado Duende Callejero que se pregunta ¿Antichrist, de Lars von Trier es otro de los remakes velados de Onibaba?

De amor y de sombras

Joseph McCarthy, enterándose qué piensan de él en la prensa

Ahora van unas historias de amor.

Corrían la década de 1950. En Estados Unidos, el McCarthismo era La Ley.

La idea del senador Joseph McCarthy (Grand Chute, Wisconsin 1908-1957) por proteger la integridad de su amada nación mediante una persecución sistemática de todo aquello que oliera o pareciera, o simpatizara con el enemigo, o sea el bloque soviético, provocó una ola de denuncias, de discriminaciones, de censuras y de exilios que conmocionaron al entorno social de la autoproclamada Tierra del Libre.

Bastaba una simple delación de alguien para iniciar no una investigación en forma, sino una persecución que regularmente acababa con la reputación del individuo investigado.

Sí, bastaba un pequeño desliz para que los instrumentos represores del sistema cayeran sobre algún civil y lo aplastara.

A aquello se le llamó Caza de Brujas, pero, desgraciadamente, también pudo llamársele una labor de amor.

Sombría quizá, pero a fin de cuentas fue una labor de amor según esos que comulgaban con la idea de McCarthy.

Luego de la Segunda Guerra Mundial el mundo se dividió en dos bloques, Comunismo y Capitalismo. Bloques encabezados por la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas y Estados Unidos de Norteamérica, respectivamente.

Dos países que iniciaron una guerra silenciosa. La tal Guerra Fría.

Complejo, pero sencillo. Luego de la Segunda Guerra Mundial, así fue cómo quedó el nuevo mundo. El que dominara ese nuevo mundo tendría el poder tanto en lo político como en lo económico y en lo social.

Ah, y el poder siempre será esa fuerza que mueve al mundo.

Curioso ¿no? Como el amor.

Se ha escrito, filmado y discutido mucho sobre Joseph McCarthy. Pocas veces se dice que el senador antes de villano era un patriota y que su labor, fuera de adjetivos fatuos, fue eso, una jodida labor de amor.

Hemos crecido con una idea, que hay un bien y que hay un mal. Regularmente el que gana es el bueno y el que pierde, el malo. Para uno de los bandos está la luz, para el otro las sombras. McCarthy y su política represiva era un caso perdido desde el primer día, cierto. Pero, ese caso perdido duró seis años en el poder. Los dos últimos con más pena que gloria, o como se dice, a la sombra, pero en el poder a fin de cuentas. Y de no haberse metido contra el ejercito ¿Qué habría pasado?

La sociedad vivía con miedo. Se destruían carreras, se violaban derechos, se exiliaba a personas sin importar su posición social ¿Y qué pasaba?

Nada.

Algunas manifestaciones eran hasta reprimidas con una sonrisa en la boca, como la de Edward R. Murrow y su equipo. Los contrarios a las políticas represoras se defendieron con alegorías. La más famosa, claro, esa genial obra de teatro llamada The Crucible de 1953, escrita por Arthur Miller.

Se conocieron algunas desgracias públicas, como las famosas listas. La Negra, La Roja, La Amarilla. Que, sin importar los colores, acabaron con carreras en todos los niveles.

Y hasta con vidas.

Curiosamente fue en terrenos de la farándula donde más se notó afectó la política de McCarthy.

No es que no se persiguiera a la gente de a pie, como se le dice, pero tanto los reporteros, los actores, los guionistas, dramaturgos, cantantes, cineastas y demás líderes de opinión cuyas ideas u opiniones o actuaciones contraviniera, o pudieran contravenir el estado de las cosas, se convertían inmediatamente en los nuevos enemigos públicos. Y sus caídas se exhibían como piezas de caza.

Enemigos públicos. Un término que, curioso, apenas una década antes se usaba para definir a los criminales violentos que asolaban las calles.

Y uno de esos personajes fue el director, guionista y actor Jules Dassin (MiddletownConnecticut 1911-2008).

Jules Dassin, en la película ‘Pote Tin Kyriaki

Dassin, uno de los ocho hijo de inmigrantes rusos judíos, inició su carrera como actor en una compañía de teatro judía en Nueva York, Arbeter Teater Farband, en los treintas, luego de terminar sus estudios y decidir que amaba la actuación, los escenarios.

El contar historias.

Ese amor lo hizo dejar la ARTEF para irse a probar suerte en Hollywood a inicios de los cuarentas. Entonces, el cine florecía como esa Tierra Prometida que el teatro ya abrevaba.

Y le fue bien. Al llegar, aprendió el oficio de un Alfred Hitchcock recién llegado de Inglaterra y de Garson Kanin. Al primero lo asistió en Rebecca y al segundo en They Know What They Wanted.

En 1941 realizó su primera película como director por encargo para la MGM, una adaptación de 20 minutos del cuento de Edgar Allan PoeThe Tell-Tale Heart.

Esta adaptación, guion de Doane R. Hoag, quizá fuera el primer trabajo de Dassin tras la cámara, pero ya anticipa al monstruo.

Para Dassin, lo más importante de una actuación reside en los ojos de los actores, en sus miradas.

Ahí es donde centra su fuerza, con una cámara que recoge, como pocas, unas sombras que danzan con los pequeños resquicios de luz disponibles, dibujando más que capturando los mundos que pueblan esas patéticas criaturas sudorosas que son sus personajes.

Además, esos mundos están tan llenos de polvo, telarañas, basura e inmundicia que acaban aterrorizando. Y eso, junto al sudor y la mugre que cubren el rostro y los cuerpo de los actores, era algo que hasta ese momento no se veía en el cine hollywoodense.

Jules Dassin amó al cine de inmediato, pero éste no pareció corresponderle.

Sus primeras películas divagan entre los melodramas, thrillers y comedias. Como apunta Luc Sante, Dassin was and remained an erratic artist. Igual se entregó a sus películas filmando una tras otra sin hacer distingos sobre proyectos personales o encargos.

Así fue creciendo ante las miradas de los espectadores de aquellos duros años que tenían a la Segunda Guerra Mundial como vida diaria.

De 1947 a 1950, Jules Dassin entra la que podría ser su momento más oscuro y más célebre. Dicho periodo inicia con Brute Force (1947), que a pesar de su alto nivel tanto en el plano estético como dramático no encuentra ni público ni la apreciación de la crítica. Todo porque, como apunta Michael Atkinson, … For one thing, it drawns explicit parallels to the Nazi encampment experience, making it one of the first Hollywood films to explore, even by proxy, those fresh wounds

Inspirada en el sangriento motín carcelero de Alcatraz ocurrido en 1946, Brute Force, diremos, es un drama que no toma prisioneros.

Aunque sabemos que los internos de una prisión no son unos santos, Dassin logra que los respetemos al retratar lúcidamente el ambiente de encierro y marginación al que son sometidos por sus captores, que, entendemos, nos representan a cada uno de nosotros, los que estamos del lado de la ley, el orden y la justicia.

¿El verdadero criminal es, entonces, la sociedad misma que, al no encontrar una mejor solución, ha creado leyes y centros de readaptación que solo son escuelas de brutalidad?

El público urbano ve con las cejas levantadas cómo un director pone el espejo frente a ellos, preguntándoles ante el incremento del crimen y la inseguridad en sus calles, si eso es lo que verdaderamente quieren cuando hablan de justicia.

Película difícil aún para estos tiempos en los que presumimos que hemos visto de todo.

Luego vino The Naked City (1948), una película en la que el verdadero autor es su productor Mark Hellinger, un antiguo periodista que se había enamorado con la idea de llevar a la pantalla la rudeza que le había inspirado la revisión del libro de fotografías de nota roja títulado Naked City, de Arthur Fellig.

Hellinger contrata a Dassin como director, pero acaba imponiéndose. Quizá lo único que queda de Dassin en la película es su propuesta estética, que logran dar sentido a la idea de que el verdadero personaje de la película es la ciudad de Nueva York.

The Naked City también fue rechazada por crítica y público, no encontrando sentido en ese juego de realidad-ficción que planteaba. Aunque eso no le resta el hecho de que en la década de los cincuenta inspirara una serie de televisión del mismo nombre o que en el año de su estreno ganara un Oscar a mejor cinematografía, o que sirviera de inspiración para esa nueva camada de cineastas que quisieron refrescar el cine de corte urbano en los setenta. Desde William Friedkin hasta Martin Scorsese.

Con esta segunda película ocurrió lo obvioDassin quedó encasillado.

Sante dice que, … It his peculiar fate to be best remembered for movies that were least typical of him.

Dassin más que un auteur se distinguió por ser un competente artesano al que eso que llaman trascendencia le venía importando poco.

Lo suyo era entregarse a un proyecto y sacarlo adelante.

Lo suyo era, pues, una labor de amor.

En 1949 estrena Thieves’ Highway, adaptación de la novela de A. I. Bezzerides, Thieves’ Market. Y aunque la película no resulta tan estridente como sus anteriores obras, vuelve la polémica por su tema. Un joven héroe de la Segunda Guerra Mundial regresa y encuentra a su terruño abandonado hace años en ruina.

No hablamos de un pueblo, hablamos del país.

Estados Unidos se sume en la corrupción, en la avaricia y en el conformismo. El joven ex soldado se hace camionero, transporta frutas a uno de los mayores mercados de California, pero lo que lo alienta a continuar en ese ambiente hostil es un deseo. Quiere vengarse de un avaro acaparador que por un pleito dejó lisiado a su padre, un granjero.

Thieves’ Highway sigue la senda marcada por The Naked City. Dassin retrata casi en formato documental el tráfico de comestibles en California. Y aunque no descuida a sus personajes y sus tramas, definitivamente se nota que su interés está en la parte realista de la película.

Además, de sus anteriores películas de crimen, esta es un simple cuento de redención con final feliz.

Porque a pesar de los problemas, de los conflictos, el final deja claro que si alguien hace algo que logre calificar como bueno, jamás acabará solo.

Cierto, el Sueño Americano ha cambiado. Norteamérica perdió la inocencia, pero eso no quiere decir que todo esté perdido.

La sonrisa de Nick Garcos (Richard Conte) al final de la película, con un cigarro en sus labios, su amada descansando su cabeza en su hombro (Valentina Cortese), y manejando su camión por esa ruta de ladrones, retrata ese working class heroe que a la gente tanto le gusta.

No, parece decirnos, no todo está perdido. Solo es cuestión de tener fe y no cejar en ninguna empresa.

El amor lo vence todo.

Curiosamente, para Michael Sragow, Thieves’ Highway is his best American movie.

Además que el público y la crítica la trató mejor que con sus anteriores entregas, logrando generar interés sobre su próximo proyecto, uno que lo sacaría de Estados Unidos llevándolo a Londres justo a tiempo para estar lejos cuando el escándalo estallara en su rostro.

En 1950 presenta Night and the City.

La película, en Estados Unidos, quedó enlatada. La razón: Frank Tuttle y Edward Dmytryk señalaron a Dassin como un comunista ante el House UnAmerican Activities Committee. Lo cual fue cierto, Dassin estuvo dos años afiliado al Partido Comunista.

Salió de sus filas en 1939 para nunca volver.

Solo que gracias a Brute Force y The Naked City, el mentado comité no tuvo que escarbar mucho para declarar a Dassin como una persona non grata.

En Night and the City, Richard Widmark encarna a Harry Fabian, un ladrón de poca monta que nunca nos será simpático. Fabian ha dejado Estados Unidos para asentarse en Inglaterra. Busca iniciar de nuevo, pero lejos de ver cómo mejora su vida, siente que se está estancando. Así que decide darle un vuelco dedicándose al negocio de las luchas, enredándose en una serie de eventos que solo podrán acabar mal.

Dassin entrega con Night and the City su mejor película ¿Qué más decir? Cruel, directa, cargada de símbolos, como esa imagen del Londres aún en ruinas ¿Quién pensaría que de ese lugar deshecho podrá salir algo con futuro, con esperanza?

¿Quién iba a decir que la realidad imitaría a la ficción?

Dassin, como su Fabian, decide, por la condena que pesa en su contra en Estados Unidos, ahorrarse una vergüenza y mejor termina la producción en Londres. Envía su película sin importarle su destino y comienza a buscar dónde vivir.

Así, mientras sus películas eran censuradas en Estados Unidos, Dassin pasó cinco años brincando de residencia en residencia, siempre apoyado por sus amigos, por conocidos, por completos extraños. En su mente solo estaba el seguir esa labor de amor que se había detenido gracias a la persecución política. Aunque inició varios proyectos en Italia y en Francia, ninguno se concretó debido a que los posibles distribuidores Norteamericanos dejaron claro que ninguna de sus película tendría cabida en América.

En 1955, el productor Henri Bérnard le ofrece, al notar la lamentable condición en la que se encontraba viviendo, un proyecto. Uno que estaba destinado para el gran Jean-Pierre Melville, por cierto.

La película proyectada seguía la temática de sus últimas entregas.

Basada en la novela de Auguste Le BretonDes Rififi Chez Les Hommes se convertiría en la bofetada con guante blanco de parte de Dassin a todos aquellos que le dieron la espalda o lo apuntaron con un sucio y retorcido dedo. Dassin tuvo que sortear los problemas que acarrea un magro presupuesto con los beneficios de tener por vez primera el control creativo total.

Des Rififi… La heist movie que inició todo un subgénero. Imitada, recordada ¡Vista! Dassin nunca había obtenido ni tanto reconocimiento ni tanto éxito comercial con una película. Una cuya historia jamás le gustó, por cierto, aunque por su amor al cine, un amor que creyó perdido debido a su situación, fue el principal motor que lo llevó a realizar su propia adaptación. Porque él escribió el guión junto a René Wheeler y Auguste Le Breton. Y hasta se pone frente a la cámara, como actor, algo que hasta ese momento no había explotado. Pero usando un alias, Perlo Vita.

Con Des Rififi… Dassin crea una nueva mitología gangsteril que hasta la fecha perdura ¿O de dónde salió esa genial The Killing de Stanley Kubrick, estrenada un año después de la de Dassin, o el Reservoirs Dogs de Quentin Tarantino, carajo?

Lejos quedaron esas fascinaciones realistas de su época americana, lejos esas historias plagadas de one liners. En Des Rififi… se planea un gran robo, se organiza, se junta al equipo y se realiza.

Esa es la película.

Ese es el tremendo ejercicio de estilo que realiza Dassin.

Esa es la película que atrae al público.

Esa es la película que encanta a la crítica.

Esa es la película que rompe con el veto en Estados Unidos.

Esa es la película por la que se hace merecedor del Premio al Mejor Director en el Festival de Cannes de 1955.

Esa es la película que sintetizó de mejor forma su amor por el cine.

Des Rififi… es también su canto del cisne para ese cine de tipos duros, sombreros, humo, pistolas y la ciudad como telón de fondo. No es que ya no hiciera películas con motivos gangsteriles, pero esas ya no fueron su preocupación.

Con una carrera con un éxito comercial tan grande, le llega la mayor libertad creativa que jamás había tenido. Dassin deja Francia y se va a vivir a Grecia.

Corren ya los sesenta y en Francia, gracias a la publicación de una revista, Cahiers du Cinéma, se comienza a revalorar el trabajo de varios directores que habían pasado al olvido.

De ahí surge ese culto a Alfred Hitchcok, a Orson Welles… Y Jules Dassin no se escapa de su revisión.

En 1960, con un Dassin ya afincado en Grecia, estrena la exitosa Pote Tin Kyriaki o Never on Sunday o Nunca en Domingo. Una película por fin cercana a sus intereses, a sus gustos.

Escrita, protagonizada y dirigida por Dassin, se trata de una versión moderna del Pygmalion que serviría como modelo para otras reinterpretaciones también famosas. Por ejemplo, My Fair Lady de George Cuckor, 1964; Pretty Woman de Garry Marshall, 1990; Mighty Aphrodite de Woody Allen, 1995.

Pote Tin… le da la vuelta al mundo recogiendo premios y reconocimientos, entre ellas sendas nominaciones al Oscar, incluyendo mejor guion original y mejor director.

Y en esas fechas se programa el estreno, por fin, de Night and the City en Estados Unidos, además que se comienzan a hacer varias retrospectivas que incluyen sus polémicas películas de los cuarenta y cincuenta.

Dassin siguió su historia de amor con el cine haciendo películas hasta 1980. Luego se dedica dar clases y a ofrecer pláticas.

Muere en el 2008.

La historia de amor con el cine de Jules Dassin contrasta con la historia de amor de su enemigo involuntario, Joseph McCarthy con el nacionalismo.

Del Evangelio de San Mateo, verso 26:52, surge el conocido Vive por la espada, muere por la espada. McCarthy, muerto por problemas de cirrosis en 1957, señalado y olvidado, y Dassin, muerto a sus 96 años con una carrera ejemplar luego de tocar fondo por culpa de McCarthy, lo dejan claro.

Todo acabará siendo o una labor de amor o la nada.

Las sombras. No hay de otra.

Atentamente, el Duende Callejero