Despertares

Alyssa Sutherland, pidiendo entrar al departamento condenado de Evil Dead Rise
Alyssa Sutherland, preguntando si la dejan entrar al departamento condenado de Evil Dead Rise

Hace diez años, Fede Álvarez entregó una suerte de reboot-remake-secuela del clásico: Evil Dead.

Y debemos recordar que lo hizo con la bendición del equipo responsable de la cinta original, estrenada en 1981: Sam Raimi, director, guionista y productor ejecutivo; Bruce Campbell, protagonista y también productor ejecutivo; y Robert Tapert, productor.

Sin embargo, también debo recordar que dicha película no me convenció del todo. Escribí sobre ello en su momento, en el antiguo y hoy difunto blog de las fobias y las fobias, y también, en versión alterna, en la Pista de Despegue.

La razón detrás de mi desencanto la expresa mejor el cineasta Nacho Vigalondo en un hilo de tuits.

Dice él que hay un truco en el cine de terror que, cito:

Dice Vigalondo que si en los primeros minutos, el protagonista tiene algún problema como la ludopatía o, como sucedió en el Evil Dead de Álvarez, una adicción a las drogas, entonces, cuando aparece el monstruo o demonio o asesino que toque, automáticamente este ente se convierte en una metáfora sobre el problema del protagonista.

… no está ni bien ni mal pero al menos está bien reconocerlo.

A ese truco, o truqui, él lo llama Moustrófora.

Así que su lucha por sobrevivir no es contra el monstruo, sino contra ese problema que lo aqueja.

Ese truco fue lo que agrió mi experiencia con el Evil Dead de Álvarez. Entonces sentí que el interés por convertir todo el asunto de la posesión en una simple metáfora sobre la adicción de Mia (Jane Levy), y cómo afecta a sus amigos y a su hermano, se comía la película sin dejarnos nada para degustar.

Y con los años he logrado disfrutar dichos trucos. Así, ni la nueva Hellraiser, que va por esos derroteros, me llegó a incomodar.

Y bueno, eso de tener algún malestar por el truquito no me sucedió con Evil Dead Rise (2023; Estados Unidos, Nueva Zelanda e Irlanda), quinto largometraje de la saga Evil Dead que también está compuesta por una serie (Ash vs The Evil Dead) y un par de videojuegos.

Escrita y dirigida por el irlandés Lee Cronin, que según ha confesado en varias entrevistas se convirtió en cineasta porque de niño vio, y en repetidas ocasiones, The Shining de Stanley Kubrick; estamos ante una cinta que también emplea la tal Monstruófora, pero que no se ceba en ella. En todo caso la usa como eso, un truco más que saca de una chistera tan familiar.

Con un prólogo en una cabaña en el bosque y tres personajes, Cronin aclara que este Evil Dead es algo nuevo y metatextual: todo sucede durante el día. La posesión ya está presente. Y hay un guiño sobre esa cámara galopante, que atraviesa el bosque hasta casi golpear a uno de los personajes. Pero que aquí es un dron.

Tras dicho prólogo, acciones se trasladan a terrenos urbanos y a un día antes.

En el sucio baño de un bar, Beth (Lily Sullivan) se entera que está embarazada. Por ello deja su trabajo como roadie (no es una groupie) para ir a cobijarse bajo las faldas de su hermana mayor, Ellie (Alyssa Sutherland), con la que no tiene mucho trato desde algún tiempo.

Por dicha incomunicación Beth no se ha enterado que Ellie fue abandonada por su esposo con sus tres hijos en un edificio que está a punto de ser demolido. Ella llega justo en la noche en la que un temblor abre un hoyo en el estacionamiento y deja al descubierto una bóveda en la que está escondido uno de los tres tomos del infame Necronomicón (recapitulemos: uno es el que encuentra Ash y compañía en la trilogía original, mientras que el que encuentra Mia y su gente es el segundo) junto a tres vinilos que dan cuenta de la última vez que alguien intentó develar los secretos de ese libro escrito con sangre y cubierto con huesos y piel humana.

Pero Evil Dead Rise no es ni una secuela de la del 2013 ni de la trilogía original (para eso está la serie). Simplemente es el capítulo que amplía el mundo propuesto por Raimi y sus secuaces.

Un capítulo cargado de recuerdos no solo a las anteriores películas, sino a varias historias de horror de los últimos cuarenta años,

Un capítulo efectivo, entretenido y apabullante que nos recuerda, y con toda su virulencia, la razón por la que cada tanto solemos pagar por meternos en una sala oscura, rodeados de extraños, a merced de los sueños (o pesadillas) de otros.

Un capítulo que, seguro, nos hará corear: Dead by dawn!

Un capítulo que, como película, es de lo mejor que he visto este año.

Atentamente, el Duende Callejero

El Cine y el Padre Amorth

Russell Crowe y Daniel Zovatto en una escena de ‘The Pope’s Exorcist’
Russell Crowe y Daniel Zovatto en una escena de The Pope’s Exorcist

No veo trailers de películas.

La razón: dichas herramientas de promoción suelen maquilarlos compañías externas a la producción. Y les importa muy poco qué imágenes utilizan y de qué forma. Solo que el público vaya a las salas.

Así que pasa que el público al ver un tráiler se hace, literal, una película en su cabeza que los hace ir al cine, sí, pero solo para darse cuenta que han sido engañados.

La película que les vendieron poco tiene que ver con la que están viendo.

Así que, aunque cada día resulta más difícil llegar a una sala sin antes ver algunos segundos de algún tráiler, sigo lográndolo.

Y la constante es que la experiencia sigue siendo placentera y harto recomendable.

Valga esta introducción para remarcar que me llevé una grata sorpresa hace días con The Pope’s Exorcist (2023, Reino Unido, España y Estados Unidos), dirigida por Julius Avery, escrita por Michael Petroni y Evan Spiliotopoulos, y protagonizada por Russell Crowe.

Película que, confieso, no pensaba ver.

Sobre posesiones, mi interés estaba en la que se estrena esta semana: Evil Dead: Rising. Pero accedí a ir con alguien que sí había visto el tráiler y sucedió lo siguiente: Quién vio el trailer salió algo decepcionado de la película, pero yo que no había revisado ni el póster, casi salí aplaudiendo.

Tomando como base, según rezan los créditos, los escritos y la vida del padre Gabriel Amorth, jefe del departamento de exorcismos del Vaticano al que William Friedkin (o sea, el director de The Exorcist) le dedicó un documental hace años, The Pope’s Exorcist es una comedia de horror que apela a la fórmula de la buddy movie, con todo y sus momentos de acción, para entregarnos una cinta que se siente como si estuviéramos leyendo un cómic de horror.

Algo cercano a Hellboy.

Y que, curiosamente, a pesar de decantarse por las fórmulas conocidas en anteriores películas sobre exorcistas, no trata de alguien que pierde la fe y la encuentra mediante su batalla con un demonio.

De hecho el propio Amorth de Crowe lo deja claro en los primeros minutos de la película: su fe no está a prueba.

Aquí el tema, salpimentado con las necesarias escenas escabrosas y una trama que brinca del whodunit al whydunit a placer, tiene como único fin el ¿sugerirnos? ¿recordarnos? que el mal existe y que debemos seguir cuidándonos de él a pesar de que ahora nos amparamos en la lógica y la ciencia y la tecnología.

Aunque, bueno, también nos sugiere y recuerda que ahí anduvo un exorcista adicto al café expreso que lleva entre sus ropas una botellita de whisky según eso para aliviar su garganta, que va a todos lados en una motocicleta Vespa, que ha escrito artículos y libros (los libros son buenos), y que si el lugar que tiene que explorar está oscuro, húmedo y con olor a azufre, seguramente antes de entrar encontrará un comentario perfecto para aliviar la tensión.

¿Lo mejor? En su final, The Pope’s Exorcist anuncia que aún le quedan 199 historias por contar.

Esperemos que al menos tengamos una más.

Atentamente, el Duende Callejero

Bajo la sombra del Zodiaco

Carrie Coon y Keira Knightley en una escena de Boston Strangler
Carrie Coon y Keira Knightley en una escena de Boston Strangler

Hay unos personajes cinematográficos que pueden llevar al público o a la catarsis o a la alopecia; esto último por el desespero que causan con su actuar. Aunque, bueno, eso también ocurre con lo primero.

Dichos personajes son los periodistas.

Especialmente son los que protagonizan una película que además se cobija con el manido: basado en hechos reales.

¿Existe una película que no esté basada o inspirada en hechos reales?

Bueno, dejemos eso para después.

Verán, parece que cada que un periodista es el protagonista de una película, se notarán ciertos tópicos.

Por ejemplo: sin importar en qué época se sitúa su trama, estamos ante unos hombres o unas mujeres cuyas vidas privadas suelen irse a pique debido a su entrega en pos de aquello que están investigando.

Porque entre más tiempo pasan desmadejando el lío en el que se metieron debido a su interés por demostrar de qué son capaces, más va creciendo su desencanto, su paranoia, su desesperación.

Aunque también más se va forjando, y al parecer con hierro, su temple.

Y aunque solo logran arañar la ansiada verdad hacia el final, estas películas suelen cerrar dejando claro que la redención del protagonista es posible siempre y cuando éste demuestre que tiene tesón y ética.

Por jugar con todos esos tópicos y aún así salir avante entregando una película que nos tiene cuestionando con cada revés el consabido: qué va a pasar ahora; aunque a la par solo vaya palomeando cada uno de los tópicos anteriormente expuestos, es por lo que Zodiac, dirigida por David Fincher, se convierte en una referencia obligada cada que se tiene como protagonistas a periodistas (o a un tándem de periodistas y detectives de la policía).

Cada película posterior (o anterior) a ella solo logra que nos demos cuenta de su grandeza y que reclamemos el hecho de que sigue estando criminalmente subvalorada. Más cuando uno se topa con un título como Boston Strangler (2023, Estados Unidos), dirigida y escrita por Matt Ruskin.

Ruskin parece querer dejar claro que entre sus intenciones está el recordarnos esa obra mayor de Fincher, puesto que desde los cortes, los movimientos de cámara y hasta el tinte verdoso, además de recrear una escena clave; su película, que narra por un lado lo sucedido en Boston durante casi una década, la de los sesenta, con respecto a una serie de asesinatos de mujeres sin aparente conexión entre sí, y por otro, el momento en el que una ama de casa con permiso conyugal para trabajar en un periódico, Loretta McLaughlin ( Keira Knightley), cree encontrar una conexión entre todos esos asesinatos que nadie más ve, por lo que hace equipo con la aguerrida periodista de investigación Jean Cole (Carrie Coon), poniendo a la ciudad entera y a su propio matrimonio en jaque cada que su periódico publica uno de sus escritos.

Y no es que Boston Strangler sea una película mediocre.

Pasa que simplemente se decanta por ir llevando a sus personajes a una serie de callejones sin salida en los que todo se resuelve con un manotazo sobre la mesa que, caray ¿No resulta obvio? Ah, también por ese ir palomeando tanto los tópicos aquí planeados como otros que dejé a un lado para no revelar más detalles de la trama.

Eso sí, pocas películas con periodistas como protagonistas logran mostrar tan fielmente uno de los mayores retos que tienen frente a ellos: el cumplir con la fecha límite de sus escritos.

Atentamente, el Duende Callejero

El dilema

Keanu Reeves como John Wick en una foto promocional de su capítulo 4
Keanu Reeves como John Wick en una foto promocional de su capítulo 4

El año que entra se cumplirá una década del estreno de la primera película de John Wick.

Película que acá en México conocimos con el título Otro Día para Matar.

Quién sabe la razón por la que la distribuidora consideró que esa kinética y además pequeña película dirigida por Chad Stahelski y David Leitch, y escrita por Derek Kolstad, debía tener un título que recordara a la última película de James Bond que protagonizó Pierce Brosnan.

Pero así son los asuntos con las distribuidoras.

Supongo que recordarán que aquella cinta destacó no solo por la simpleza de su trama: un grupo de malhechores, encabezados por el hijo (Alfie Allen) de un mafioso (el finado Michael Nyqvist), deciden meterse con un tal John Wick (Keanu Reeves) solo porque les gustó su auto (un Mustang 1969).

Y en el asalto acaban matando al cachorro que le había regalado a Wick su difunta esposa (Bridget Moynahan).

Así que, emulando tanto al Walker que interpretó Lee Marvin en Point Blank o al Porter del cancelado Mel Gibson en Payback, el Wick de Reeves se impone una sola misión: vengarse de aquellos que mataron a su perro.

Y no habrá rival, recompensa o acuerdo que lo haga desistir. Así le cueste la vida.

John Wick también destacó porque descorrió la cortina sobre un submundo en el que esos que se encargan de hacer los trabajos sucios para mafias, algunos gobiernos o para gente poderosa con recursos disponibles, forman parte de una organización internacional que se mantiene en base a reglas muy estrictas y que cohabitan en ciertos espacios.

Son esos momentos, en los que conocemos la existencia de Wilson (Ian McShane) y la existencia del hotel Continental, los que hacen que John Wick sea algo más que una ocurrente cinta de acción que sirvió para regresar a Reeves a las marquesinas tras unos años de asueto.

Su éxito obligó a que se produjera, ya con mayor presupuesto y sin David Leitch en la codirección, la secuela: John Wick: Un nuevo día para matar o John Wick: Chapter 2 (2017).

Como los eventos de la primera cinta sacaron del retiro a John Wick, alias Baba Yaga, éste se entera de que ahora deberá regresar a ese submundo criminal para pagar una deuda que contrajo hace años con otro jefe criminal (Riccardo Scamarcio).

A la par, deberá descubrir quién ha puesto un precio por su cabeza.

Así, este título cumple los requisitos de cualquier secuela: tiene mayor duración, más personajes, más escenas de riesgo y amplía el mundo criminal detrás del hotel Continental, elevándose en proporciones míticas.

El final de esa segunda entrega anticipa que tendríamos un tercer y obligado capítulo: John Wick Chapter 3: Parabellum, que se estrenó el 2019.

Como película, Parabellum (término que igual es el nombre que se le da al cargador de la pistola de 9mm y, en latín, la parte final de la frase: So vis pacer, para bellum: Si quieres paz, prepárate para la guerra) se siente como una mera suma de aquella genial primera entrega y de esa obligada, estridente y abigarrada segunda parte. Poco más.

Parabellum va dejando claro que lo menos interesante de esta saga es precisamente John Wick. El mundo alrededor del hotel Continental y de la organización, que no es tan estricta como se creía, comienza a importarnos más que cualquier revelación sobre el pasado o el presente de Wick.

Así que, ya para el final de Parabellum, comprendemos que los días de Wick como cabeza de la saga están contados. Hay muchos más personajes que reclaman nuestra atención. Solo falta un final para el capitulado de Wick.

Y es así como llegamos a la cuarta entrega, con un Wick al que ya le pesa esa casi década soportando golpes y disparos y traiciones.

John Wick Chapter 4 ya es un mero trámite. Cierto, como película de acción es una maravilla a la que se le nota todo el conocimiento técnico, espacial y de montaje que ha adquirido Stahelski con las tres entregas anteriores. Además que va diseminando homenajes y referencias por doquier y de forma tan natural, que no faltará el momento en el que uno querrá emular al meme de Leonardo DiCaprio, señalando la pantalla pues ha reconocido esto o aquello.

Y qué decir de esa secuencia en la escalera, en donde deja para la posteridad una versión de Sísifo sudoroso y sangriento.

Pero, por otra parte, vuelvo con lo ya planteado en el capítulo 3: John Wick como personaje comienza a ser un ancla. Y aunque se nota que el guion, escrito por Derek Kolstad, Michael Finch y Shay Hatten, lo reconoce y acepta, el hecho de que exista la posibilidad de que, por el éxito económico de este capítulo 4 se produzca un John Wick capítulo 5 aún con el anuncio de Ballerina para el año entrante, o la serie The Continental, nos deja con la pregunta ¿Eso es lo que queremos? ¿Otra cinta de John Wick y no una exploración de ese submundo criminal que ha crecido delante de nuestros ojos pero que aún no hemos explorado del todo?

Ah, el dilema.

Atentamente, el Duende Callejero