Entre ruinas y cenizas, la eternidad

Fotograma de Popiól i diament
Fotograma de Popiól i diament

La última película de la involuntaria trilogía sobre los estragos de la Segunda Guerra Mundial en las juventudes de Polonia, dirigida por Andrzej Wajda (1926-2016), Popiól i diament (1958, conocida por acá como Cenizas y Diamantes), sigue coreando con esa poderosa voz de contralto su propio himno antibélico que aún ahora, sesenta y tres años después de su estreno, sigue nublando ojos y enchinando la piel.

Adaptación de la novela del mismo nombre escrita por Jerzy Andrzejewski, que junto con Wajda escribió el guion de la película, toma su título de unos versos del poema del también polaco Cyprian Norwid:

Tan seguido te presentas encendido como una hoguera

desprendiendo incendiados fragmentos,

sin saber qué lograrán esas flamas: libertad o muerte.

Solo comprendes que consumen todo lo que te es preciado

¿Y si solo quedarán cenizas, significaría que lo que quieres es caos y tormentas

o es que podrán esas cenizas descubrir que la gloria es un diamante tan brillante como una estrella

que se levanta al amanecer con la esperanza de tan ansiado triunfo?

Al joven e idealista soldado del la facción conservadora del Ejercito Nacionalista de Polonia, Maciek (Zbigniew Cybulski), junto con su amigo y comandante en el campo Andrzej (Adam Pawlikowski), justo en el día en el que debían estar celebrando la rendición de los alemanes y preparándose para el regreso a casa son llamados para cumplir una misión de suma importancia. Deben asesinar al Secretario del Partido Comunista, Szczuka (Waclaw Zastrzezynski), que viaja hacia un pequeño pueblo sin nombre para participar en un evento relacionado con el fin de la guerra.

Las cosas no van bien en Polonia. Apenas han caído los enemigos comunes, los nazis, cuando el Ejercito Nacionalista ya se ha dividido en dos facciones: la conservadora y la liberal.

El atentado contra ese alto mando de la facción liberal dará un punto a favor a los conservadores. Quizá hasta sirva para que inicie una guerra civil que rematará al pueblo polaco. Algo que, por cierto, a los altos mandos no les importa. Lo único que ellos quieren es ver quién se queda con el poder.

Quién será el que gobernará las ruinas.

El primer intento para matar al secretario ocurre durante su viaje por carretera. Pero resulta fallido. Los únicos muertos son dos civiles. Dos inocentes, piensa Maciek.

El alto mando, incluyendo a Andrzej, le comunican a Maciek que habrá que seguir adelante ¿Y sobre los muertos?

Ellos son daños colaterales. Lo que importa es el bien mayor.

Hay una nueva y última oportunidad en un banquete que se celebrará en un lujoso hotel.

Sin embargo Maciek ya no está tan seguro de querer terminar su misión.

Son esos daños colaterales, además que las varias estratagemas políticas en las que ha participado en su aún corta vida, que incluyen la virulenta figura de un doble agente encargado de la seguridad de Szczuka, Drewnowski (Bogumil Kobiela), lo que en suma lo están haciendo dudar.

Para colmo, una relación amorosa comienza a surgir entre él y una empleada del hotel en el que se celebrará el banquete, Krystyna (Ewa Kryzewska). Relación que lo hace desear una vida sin armas, abrazando por fin la tan ansiada paz por la que tanto luchó y que sabe que de seguir adelante con su misión, jamás les llegará.

El dilema de Maciek es claro: las armas les dieron libertad al pueblo, y las tantas muertes que se han sumado desde que se organizó la insurrección quedaron justificadas con la rendición del enemigo. Pero se debe entender que ha llegado el día en el que lo mejor es guardar esas armas en un ropero o colgarlas tras alguna puerta antes de que portarlas y dispararlas se vuelva la costumbre con la que se resuelven todos los problemas.

Y él, con su misión para iniciar un nuevo conflicto armado que traerá más dolor al pueblo pero que le dará más poder al bando en el que milita, le toca decidir qué destino es el que le espera a Polonia.

Szczuka, por su parte, tiene su propia historia.

Héroe para el comunismo que vivió los horrores del nazismo, dejó a su único hijo al cuidado de un familiar mientras recorría el mundo defendiendo la ideología del partido. Ahora regresa viejo y cansado solo para encontrar que ese hijo, por culpa de las ideas políticas que dividen a su pueblo, es un prisionero más del propio ejercito y de la propia facción en la que sirve.

Esa es la razón por la que se ha adentrado hasta esa tierra de nadie, poniendo en riesgo su vida y cuestionándose también de qué ha valido todo ese servicio prestado, si sabe que el futuro que le depara a ese único hijo está fuera de sus manos.

Wajda es claro: toda guerra es un error, siempre.

No importa quién gane o quién pierda o qué se logre después, el único resultado posible es dolor, sufrimiento, rencor, ruinas y cenizas.

Muchas cenizas.

Aunque el trabajo del cinematógrafo Jerzy Wojcik es impresionante, logrando empatar la tibieza del neorealismo de Italia con la frialdad del expresionismo de Alemania, lo que destaca está en el guion. Ese fuerte y furioso discurso político planteado con toda la gloria que la ambigüedad otorga y con la venia del totalitario partido comunista que durante esos años gobernaba los países del este de Europa.

Venia que, ya con tantos años de por medio, podríamos considerar otro momento en el que el comunismo se dio un nuevo balazo en el pie a favor del arte.

Además, Wajda logra capturar esa esencia que emanaba el cine norteamericano de la época.

Ese de los jóvenes sentimentales y rebeldes del tipo del Marlon Brando de The Wild One (1953) o del James Dean de Rebel without a Cause (1955).

Así, la hamletiana figura del también trágico Zbigniew Cybulski crea uno de esos contados iconos cinematográficos que nos hacen comprender qué significa ser eterno por obra y gracia del cine.

Atentamente, el Duende Callejero