Alexander Skarsgård en una imagen promocional para Hold the Dark (2018)
La película inicia en Keelut, un pueblo al norte de Alaska.
Medora (Riley Keough) ha mandado una carta a un veterano escritor y naturalista llamado Russell (Jeffrey Wright) con una extraña petición: quiere que el hombre renuncie a su retiro y se traslade hasta el remoto lugar en el que ella vive, porque quiere que le entregué el cadáver de los lobos que, al parecer, mataron tanto a su hijo Bailey (Beckam Crawford) como a otros dos niños de los alrededores.
Ella leyó en un libro de Russell que él una vez mató a una loba y eso bastó para que se decidiera a mandarle la carta.
Su esposo, Vernon (Alexander Skarsgård), está peleando en Irak y ella no quiere que regrese sin tenerle algo. Por eso aún no le ha notificado la desaparición del niño. Además, la gente del pueblo no ha hecho nada para poner un alto a los ataques. Ni se han adentrado en el bosque para cazar a los lobos ni han buscado los cadáveres.
Y hasta allá va Russell, armado con su experiencia y con el peso de los años pasándole una enorme factura: ya no es tan diestro en tan extremoso clima, y un error casi le cuesta la vida en su primer encuentro con una manada. Sin embargo, lo que ocurre en ese remoto pueblo de Alaska es algo que poco tiene que ver con los majestuosos lobos o con tan extremoso clima.
Lo que Russell descubre es una cara de la maldad que nunca pensó que existiría.
Hold the Dark (conocida acá como Noche de Lobos), fue el cuarto largometraje de Jeremy Saulnier (1976, Alexandria). Y aunque es el primero en el que él no es el responsable del guion (que escribió el también actor y productor Macon Blair), y que adapta la novela de William Giraldi del mismo nombre que fue publicada en el 2014; la cinta sigue con la típica premisa de la casa: personajes que por alguna razón son sacados de su entorno y puestos en una situación límite en la que tendrán que luchar con todo lo que tienen para salir vivos de esa experiencia.
El asunto aquí es que hay un cambio que se nota desde el inicio. En sus anteriores cintas, el espacio en el que se deambulaban dichos personajes era uno controlado: la bodega de Murder Party, el pueblo de Blue Ruin, el bar neo-nazi de Green Room. En Hold the Dark, Saulnier juega con los espacios abiertos y hasta cambia de continentes según vaya necesitándolo la historia.
Una historia que, por cierto, no da tregua con sus vueltas de tuerca y en el que la catarsis que nos ofreció en sus anteriores cintas, aquí al parecer está vedada.
Al final, la oscuridad lo envolverá todo y a todos, y nadie podrá hacer gran cosa al respecto. Solo observar.
Russell no tarda en comprender que ha entrado en un terreno en el que de nada vale no la experiencia. Lo suyo es el bosque y los animales salvajes, seres impulsados por sus instintos y peligrosos solo si te metes en sus caminos. De ellos puede que lo sepa todo, pero no de lo que ocurre en el corazón de los hombres.
¿Qué los impulsa a hacer tal o cuál cosa?
Hold the Dark es, sí, la película más ambiciosa de Saulnier, pero a la vez es su primer paso en falso.
Porque hay tanto, tanto que aparentemente se quiere decir, que cuando llega el final de la historia nos sentimos que se nos quiso plantear tantas cosas, pero que apenas y se logró concretar una sola.
Kevin Bacon con parte del staff del campo de conversión en el que se desarrolla la película They/Them
Intentando encontrar algo interesante en el primer largometraje como director del veterano guionista John Logan (1961, Chicago), creador de la serie Penny Dreadful y colaborador de Tim Burton, Martin Scorsese y Ridley Scott; me encuentro con el juego de palabras que, supongo, espero, el también dramaturgo decidió utilizar para titular a su película: They/Them (2022, Estados Unidos).
Como sabemos, esos pronombres son utilizados por todos aquellos que no se adhieren a una identidad particular de género, pero que aquí sirven para hacer un guiño sobre la naturaleza de la cinta.
Porque, leyéndolo en voz alta, se escucharía: They slash them. Y si traducimos esa frase, el resultado sería algo así como: Ellos los mataron.
They/Them es un slasher. Esto quiere decir que la película se desarrolla en un lugar aislado, que habrá pocos personajes que llegarán a ese lugar por alguna razón específica, y que habrá un asesino suelto que irá despachándose a cada uno de los personajes usando armas puntiagudas/filosas. Ah, y cada asesinato pecará de creativo.
Y sí, el guion también escrito por Logan, que por cierto es gay, cumple parcialmente con todo eso. Además, tiene un plus: está producida por Blumhouse, aparece Kevin Bacon, la premisa es interesante y se estrena en un momento clave en el que, en Estados Unidos, hay un movimiento por parte de políticos conservadores que, mediante cambios en algunas legislaciones, están buscando criminalizar las libres manifestaciones de la comunidad LGBTQ+.
Así que, la pregunta es ¿Qué fue lo que salió mal?
La historia se desarrolla en un campo de conversión regenteado por Owen (Bacon): Whistler Camp.
Al sitio llega un grupo de jóvenes, todos de la comunidad LGBTQ+. Algunos están ahí por su propio pie, mientras que otros fueron enviados por sus familias. La idea es que pasen una semana haciendo ciertas actividades y recibiendo terapias tanto individuales como grupales con la intención de corregir su orientación sexual.
Como ya escribí, la premisa es interesante. Sin embargo, por alguna razón inexplicable, Logan decidió que su película sea un lerdo, caótico y ¿conservador?Cuento con moraleja.
Y, cierto, dichos cuentos suelen advertirnos que debemos meditar sobre nuestras acciones, porque, por ejemplo: tanto gritar que ahí viene el lobo sin que sea cierto provocará que cuando el lobo por fin venga, nadie nos ayudará.
They/Them no se conforma con el terror de la experiencia del campo de conversión. Esos ataques pasivos agresivos, tanto físicos como sicológicos, cuya intención es lastrar la identidad de los jóvenes y orillarlos a entrar en el cajón de siempre.
Aquí, además, aparece un asesino enmascarado que se pone a matar a diestra y siniestra.
Y dicho asesino solo sirve para subrayar, remarcar, apostillar una idea que, me temo, no necesitaba un largometraje para plantearse. Basta sentarse a escuchar a un homofóbico para conocerla.
Y bueno, otra cosa interesante sobre They/Them es la actuación de Theo Germaine como Jordan. The Final Person de la película. Personaje y actor que, caray, demandaba una mejor cinta.
Atentamente, el Duende Callejero…
Nota: Una versión de este texto apareció en la Pista de Despegue del día 17 de septiembre.
Daniel Kaluuya y el caballo Ghost en una escena de Nope, película dirigida, escrita y producida por Jordan Peele
Ocurrió en el 2013, George Lucas y Steven Spielberg, dos de las voces cantantes del Hollywood de finales del siglo XX, compartieron sus opiniones sobre el futuro de la industria cinematográfica en el auditorio de la Universidad del Sur de California.
El par dijo que los estudios iban a darle preferencia a costosos mastodontes que fueran parte de franquicias, así produjeran solo uno o dos por año, en lugar de seguir financiando películas pequeñas o títulos originales. También que posiblemente se regresaría al concepto del palacio del cine: salas enormes, lujosas, costosas, en las que solo se exhibirán dichos mastodontes.
Y sobre las películas de mediano y bajo presupuesto, además de los títulos originales, opinaron que su destino sería alguna plataforma de streaming o la renta/venta en formato digital.
Han pasado casi diez años y, cierto, muchos de los vaticinios se han cumplido. Quizá no de forma literal, pero sí en esencia. Ejemplo: desde hace unos cinco años se ha visto que Netflix, Amazon y Apple se han dedicado a pescar películas en festivales para engrosar la oferta de sus respectivas plataformas. Y como ya sabemos, este año Apple fue la que se adelantó al resto al comprar, por 25 millones, cifra récord según algunos analistas, los derechos de distribución de la película, que acabó llevándose la mayoría de los galardones a mejor película este 2022: CODA.
La adquisición ocurrió en la edición del 2021 de Sundance.
Me gustaría pensar que entre los que escucharon aquellas opiniones, y que decidió ponerse a trabajar para que ese sombríofuturo planteado por Lucas y Spielberg no fuera una realidad, está el actor, productor, guionista y director Jordan Peele (1979, Nueva York). Porque, con su tercer largometraje como director, Nope (2022, Estados Unidos, Japón y Canadá), vaya que se nota el empeño por hacer un espectáculo visual ajeno a la estridencia, la infantilización y el acartonamiento que se ha apoderado de las producciones veraniegas desde el 2008.
Además de no desaprovechar la oportunidad de lanzar sus consabidos comentarios metatextuales. En este caso, sobre el estado actual de la industria del espectáculo.
Tomando como arranque a los hermanos Haywood, OJ (Daniel Kaluuya) y Emerald (Keke Palmer), realeza de la industria cinematográfica norteamericana al ser descendientes directos del primer hombre que apareció en una película, nos situamos en un rancho en algún lugar de Agua Dulce, California.
A la familia Haywood se le conoce por entrenar caballos para rentarlos en películas y comerciales, aunque de un tiempo a la fecha su negocio está en crisis. Los efectos especiales están dejando por fuera el realismo, con productores más interesados en fondos verdes e imágenes generadas por computadora que en lidiar con entrenadores y animales reales. Así que los Haywood ven con pesar que quizá ya deban estar pensando en otro tipo de negocio para sobrevivir.
Entre las opciones está el rentarle algunos caballos a una atracción local regenteada por una ex-estrella infantil que supo tomar un segundo aire fuera de foros y de cámaras, Jupe Park (Steven Yeun).
Nope inicia con la muerte del padre, Otis (Keith Davies), a causa de un extraño accidente: una moneda que cae del cielo se clava en su ojo y se instala en medio de su cráneo. Por ello, el lacónico OJ debe encargarse ahora del negocio con la ayuda de la desmadrosa de su hermana. Pero varias cosas extrañas que suceden tanto en el rancho como en los alrededores comienzan a robarles su atención: desde la desaparición de algunos exploradores, que algunos caballos se pongan agresivos y otros huyan del rancho y jamás se les vuelva a ver, que los aparatos eléctricos dejen de funcionar por momentos, hasta que descubran, gracias a las grabaciones de una cámara que instaló un melancólico técnico llamado Ángel (Brandon Perea), qué hay una nube que no cambia de lugar.
Una noche en la que OJ va por uno de los caballos que intentan huir, le toca comprobar qué hay algo acechando en el cielo.
Lo diré sin cortapisas: Nope ya es de mis películas favoritas de este año. Y me resulta extraño querer empatarla con las dos anteriores cintas de Peele. La razón es sencilla: mientras que Get Out, su primera película, estaba construida alrededor de la tesis de que la construcción de un Estados Unidosliberal durante el gobierno de Barack Obama ha sido un fracaso, y que lo único que legaron esos ocho años fue un divisionismo tan marcado en la sociedad norteamericana que nadie debía extrañarse por la victoria de Donald Trump y su movimientofascistoide; su segundo largometraje, Us, daba conscientemente un paso atrás en materia de alcance, y uno adelante en materia de crítica. Porque Us va se centra en las diferencias qué hay entre las clases sociales. Diferencias que nosotros mismos promovemos, mantenemos, creamos y hasta administramos.
Recordemos, Peele fue productor ejecutivo y sirvió como el narrador de la última versión de The Twilight Zone, y tanto Get Out como Us podrían verse como capítulos extendidos del programa. Pero con Nope ya no estamos en los terrenos de dimensiones desconocidas. Acá nos adentramos a los pasillos de la galería nocturna. En concreto con un episodio del monstruo de la semana.
Peele no niega su respeto por Spielberg. Nope inicia calcando los primeros minutos de ET: vemos acciones aparentemente incompletas que sirven para ir narrando, y a trompicones, el primer encuentro de los Haywood con lo desconocido. Y qué decir de su final, en el que solo falta que Keke Palmer lance un: Smile you son of a bitch!, mientras da vuelta a una manivela.
Lo que también está claro es que Peele no está de acuerdo con los dichos lanzados por Spielberg en el 2013. Nope lo deja claro con su nueva tesis: el cine como espectáculo, ese que está diseñado para atraer al público en masa no para contarle solo una parte de la historia que deberán completar comprando otros tantos boletos en el futuro, y elaborando teorías que seguramente nunca se cumplirán, y que urgirá a que se suscriban a una plataforma de streaming para ver la serie de acompañamiento; solamente necesita de alguien que demuestre su gusto por el cine con las imágenes que presenta en la pantalla.
Imágenes que, cierto, podrán verse en un teléfono, pero que nos demandarán que las veamos en una sala de cine sin que importe si es pequeña. Basta que sea cómoda y que esté bien acondicionada.
Nope seguramente no hará que vuelvan a nominar al Oscar a Peele. Pero me ha hecho regresar a aquellos años en los que uno iba al cine sin saber bien con qué se iba a encontrar, para ver a personajes que solo podrán existir en la pantalla lidiar con problemas que solo podrían existir en la pantalla de cine. Y que por dos horas y diez minutos todo asunto del día a día quede sublimado por unas imágenes arrebatadoras que nos harán abrir la boca, sonreír y decir: por eso vemos películas, carajo.
Atentamente, el Duende Callejero…
Nota: una versión de este texto apareció el día 10 de septiembre en la columna Pista de Despegue del periódico El Debate.
Stephen Graham en una escena de Boiling Point, segundo largometraje del director y guionista Philip Barantini
Hace algunos años, el que una película tuviera un plano secuencia era algo que se destacaba en reseñas o comentarios, incluso en sus promocionales.
El hecho de seguir a uno o más personajes pasando de un lugar a otro y realizando una o más acciones ininterrumpidas, fuera mediante un truco o desarrollando un complejo ballet en el que actores y técnicos demostraban de qué estaban hechos, servía para hacer que el pulso del espectador se acelerara, que las palmas se humedecieran, las bocas se abrieran. En fin, un momento memorable. Incluso me tocó leer un par de textos en los que los autores se propusieron desentrañar si el hecho de recurrir a ese plano secuencia consistía en un mero artificio o si verdaderamente había ahí algo valioso para la trama de la cinta en cuestión.
Pero, con el tiempo, el empleo de los planos secuencia comenzó a pasar desapercibido.
Me ha tocado comprobar que en ciertas películas los espectadores ni se enteraron que se empleó uno. Y resulta que hasta en algunas series, en específico en esas amparadas tanto por una franquicia como por un estudio de esos que se consideran omnipotentes, parece que tienen la obligación de que uno de sus episodios o termine o esté construido alrededor de un plano secuencia.
Valga todo lo anterior para decir que en su segundo largometraje como director, Boiling Point (2021, Gran Bretaña), el también actor Philip Barantini (1980, Liverpool) recurrió al plano secuencia para meternos en la piel de Andy Jones (Stephen Graham), un chef que en vísperas de Navidad intentará no complicar aún más su vida mientras sortea cada uno de los obstáculos que tanto su carácter como su propia profesión le ponen enfrente.
La película, que se trata de una sola toma ininterrumpida, inicia con Jones intentando congeniar por teléfono con su ex mujer. Y nos basta ese momento, escuchar ese diálogo, ver esos gestos, paladear ese tono de voz, para tener una fotografía de cuerpo entero del hombre: el caos es su marca de nacimiento.
Jones podrá ser un genio y tener un genio, sí, pero lo que define su vida es el no terminar lo que a cualquier persona definiría como lo simple o lo obvio ¿Tienes un hijo? Entonces debes hacer malabares para tener tiempo para atenderlo ¿Tienes un negocio? Entonces debes cumplir ciertos requisitos mínimos para mantenerlo ¿Tienes una jornada que ya sabes que será extenuante frente a ti? Entonces no compliques más las cosas.
¿Sabes que no cuentas con un equipo que pueda respaldarte? Por qué no has realizado esos cambios que sabes que son necesarios.
Boiling Point, escrita por James Cummings y el propio Barantini, que resulta que además de actor también trabajó en la cocina de un restaurante en sus juventudes, es una experiencia tanto terrorífica y soberbia que responde sin problema ese cuestionamiento eterno sobre el empleo del plano secuencia ¿Tiene sentido? ¿Es necesario? ¿Aporta algo a la trama o solo se trata de un manido truco para apantallar a más de un espectador?
De mi parte, la respuesta a todas esas preguntas sería: aunque la película originalmente tiene el título de Punto de Ebullición, y acá la acabamos conociendo como El Chef aunque en otros lugares la conocieron como Hierve, bien podría titularse, y sin problema: Un Ballet de Impacto.
Porque eso es lo que es: una coreografía diseñada para noquearte y tirarte al piso boqueando saliva y sangre, pero que por alguna razón solo quieres levantarte para volver a sentir otro de sus bien calculados impactos, una y otra y otra vez más.
Atentamente, el Duende Callejero…
Una versión de este texto apareció en la Pista de Despegue del día 3 de septiembre…
"Escribir no es sentarse a escribir; esa es la última etapa, tal vez prescindible. Lo imprescindible, no ya para escribir sino para estar realmente vivo, es el tiempo de ocio." (Mario Levrero)
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