Gracias por escuchar

Sucedió en el programa de televisión Inside the Actor Studio, en el año de 1999.

La participación del realizador norteamericano Steven Spielberg (1946, Cincinnati) se extendió por más de cuatro horas (que luego, en la emisión televisiva, acabó resumida solo en dos).

Usualmente el programa en vivo que entonces era presentado por James Lipton (1926-2020) duraba en promedio ochenta minutos o quizá menos. Y, para su versión televisiva, se editaba a 50 minutos en promedio. Pero la charla que tuvo Spielberg tanto con Lipton como con la audiencia, que fue un repasó exhaustivo tanto a su vida como a sus trabajos primero en la televisión y luego con sus famosos largometrajes, además de dar algunos consejos profesionales, rompió aquella tradición.

Todos los invitados al programa acababan contestando el cuestionario de Bernard Pivot que, según, estaba basado en uno escrito y empleado por Proust. Lipton solía leer las preguntas con su voz grave, pausando y comentando solo aquellas respuestas que considerara peculiares. La pregunta final de dicho cuestionario es: Si el cielo existiera ¿Qué te gustaría escuchar que Dios te dijera cuando llegaras a las puertas celestiales? Spielberg escuchó la pregunta, sonrió y contestó: Gracias por escuchar.

Y a mi entender, ecos de esa respuesta resuenan en su último largometraje: The Fabelman (2022, Estados Unidos).

Dirigida y coescrita por el propio Spielberg, junto con Tony Kushner, la trama de la película podría resumirse de la siguiente forma: Sammy Fabelman (interpretado de niño por Mateo Zoryan, y de adolescente por Gabriele LaBelle), hijo de una artista que nunca alcanzó el tan ansiado estrellato llamada Mitzy (Michelle Williams) y de un serio ingeniero llamado Burt (Paul Dano), descubre desde pequeño que su vocación es la de ser un picture maker, así que dedica todo su esfuerzo en alcanza esa meta mientras que el matrimonio de sus padres se derrumba.

En pocas palabras, Spielberg ha dado sus 400 golpes personales con una algo extensa, bastante indulgente, aunque visualmente cautivadora pero narrativamente algo reiterativa cinta. Y con eso nos podríamos quedar, de no ser porque existe aquella respuesta a la pregunta final del cuestionario de Pivot-Proust: … Gracias por escuchar.

Y en efecto, según Spielberg y según The Fabelman, lo suyo no es ni una pasión ni un talento, sino que es la capacidad de haber atendido el llamado divino no para contar historias, sino para manipular a las personas mediante imágenes que, cuando se juntas de cierta forma, cuentan historias que pueden (o no) plantear una o más verdades.

Pero que también pueden hacer que una mentira sea aceptada como verdad.

¿Pero The Fabelman es una carta de amor al cine?

No lo creo.

Se trata, en todo caso, solo de un recordatorio para la posteridad que solo alguien con los recursos de Spielberg pudo realizar: ¡Esto fue hacer cine, gente! Listo, sigan con su vida y, por favor, recuérdenlo.

El mundo ha cambiado.

La experiencia de ver una película ya no está reservada a ese ritual de encerrarse en una sala oscura junto a otros desconocidos para atestiguar desde sueños ajenos hasta pesadillas, pasando, claro, por anécdota y alguna que otra constricción. Spielberg lleva años hablando y en ocasiones luchando para mantener esa experiencia intacta. Pero, de un tiempo a la fecha su discurso ha cambiado.

Pareciera que no solo el mundo ha cambiado, también Spielberg ha cambiado.

¿El colmo de la cinta?

Que en su mayoría, las revisiones que se harán serán, seguro, en alguna plataforma de streaming. Porque su paso por las salas de cine fue deprimente.

Atentamente, el Duende Callejero

Agustín Galván

Estás en el blog: filias y fobias de @duendecallejero. Inicié escribiendo sobre mis gustos y disgustos en materia de cine y literatura en algún momento del 2003. Solo que entonces fue en otro lugar, en otro espacio (ahora fallecido). La versión que ahora vistas es nueva (aunque ya tiene sus años). Gracias por la visita y si te apetece, deja tu comentario.