Tercer strike

Nota: ayer se dio la noticia que Ray Stevenson había muerto. Estaba en Italia filmando una película y lo único que se ha dicho es que ingresó en un hospital y ahí murió. Hace años, a finales del 2008, escribí este texto sobre The Punisher. Cuando leí la noticia, lo busqué y solo quité unas ligas a páginas que ya no están activas. Así que lo vuelvo a publicar como un tributo para el que en mi opinión sigue siendo el mejor Punisher cinematográfico. Descansa en paz Ray Stevenson.


Ray Stevenson como The Punisher
Ray Stevenson como The Punisher

Cuesta aceptarlo, pero el matrimonio entre The Punisher y el cine jamás será exitoso.

Lo digo pues van tres películas. Esto quiere decir que van tres intentos, y aunque cada uno de esos intentos tiene sus momentos, resulta difícil el querer congratularnos porque hay una gran película sobre este personaje.

Recordemos: la primer intervención, fechada en 1989, dirigida por Mark Goldblatt y escrita por Boaz Yakin, y con Dolph Lundgren como The Punisher, a pesar de ser visualmente la más lejana de las adaptaciones realizadas (Lundgren se tiño su rubia cabellera, sí, y se pintó, literalmente, una barbita en sus mejillas y barbilla, pero a los productores de esta película les pareció innecesario que portara la calavera blanca en el pecho, aunque sí que lo hace en las dagas que va dejando aquí y allá), y de cambiar diametralmente el origen del personaje (resulta que era un policía, no un veterano de guerra, al que le matan la familia por uno de sus casos, no por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Y al que todo mundo, menos un ex-compañero, por supuesto, lo da por muerto tras el atentado). Esta es, en mi opinión, la más cercana a presentar al vigilante-leyenda urbana alguna vez llamado Frank Castle. Ese personaje que bosquejaron Steven Grant, Mike Zeck, Mike Baron y Klaus Janson, responsables del inicio de su saga en cómics a mediados de los ochenta.

Sin embargo, su cercanía al cine más camp hizo que The Punisher versión 1989, se le tomara como una película mediocre, destinada al cajón y al olvido a pesar de sus logros: presentarnos al Punisher como esa solitaria máquina asesina, incapaz ya de separar la venganza de la locura, consumido por su ambición, pero firme en sus propias reglas (a destacar esa escena final, que me niego a decir que fue homenajeada por Tarantino en su Kill Bill Vol. 1, sino que fue robada, en la que un herido Punisher le explica al hijo del gangster que acaba de matar lo que hizo, sus razones y su decisión: perdonarle la vida al chamaco, advirtiéndole que si al crecer siente la necesidad de vengar a su padre, lo vaya a buscar. Él lo entenderá).

Sobra decirlo: el pobre resultado de esa primera incursión debió bastar para dilapidar la carrera cinematográfica de The Punisher. Sin embargo, en el 2004 se estrena la segunda versión que también se tituló The Punisher. Película que pretende ser la reivindicación del personaje, aprovechándose de esa nueva vida que le había inyectado la serie: Welcome Back, Frank, en el cómic. Serie escrita por Garth Ennis y dibujada por Steven Dillon, que inició en el 2001.

The Punisher versión del 2004 tuvo como director y guionista a Jonathan Hensleigh (el guión también lo firmó Michael France), y a Thomas Jane como Frank Castle.

Y es en ese punto donde está todo el problema de la película: no es en sí una película sobre The Punisher, es una película sobre Frank Castle que al final de la cinta se convertirá en The Punisher.

Ahora bien, para variar, tanto France como Hensleigh volvieron a cambiar el origen del personaje. Ahora es un agente del FBI que decide retirarse después de participar en una detención que salió mal, por lo que una familia de prestanombres muy poderosa, los Saint, deciden cobrarle factura por la pérdida de su hijo, matando a todo el clan Castle y dejándolo por muerto en las ruinas de una casa de playa.

Y aunque el guión toma elementos de la ya referida serie Welcome Back, Frank, a la película simplemente le pesa hasta el cambio de escenario: de Nueva York a Miami.

Eso sí: Jane presenta a un Punisher en plena conversión. Por ello no es ese toro asesino de pelo engominado y cuerpo agrietado, cuya presencia haría temblar a cualquiera.

Él simplemente es un taciturno fulano deseoso de venganza, cuyas pericias asesinas apenas están en proceso y cuyo dolor lo hace flaquear en más de una ocasión.

Y aquí entra lo peor de la película: Hensleigh siente la imperiosa necesidad de volver lógico al personaje… Y…

¡Hasta la calavera blanca tiene su historia, carajo!

En el 2004, The Punisher no fue un vigilante portador de una leyenda maldita. Tampoco es una máquina asesina

The Punisher es simplemente un ex-policía siempre al borde del suicidio, que apaga sus penas con litros de alcohol, que resiste estoicamente las insinuaciones de su potable vecina y que va improvisando un plan de venganza que al final le sale muy bien. Aunque se parece mucho al de Yojimbo o al que emplea el anónimo personaje de Red Harvest. O el también anónimo personaje interpretado por Clint Eastwood en Per un pugno di dollari… Y…

Bueno, creo que se entiende.

De esa versión del 2004 lo que más llama la atención es el final: Jane, en decimonónica voice over, nos informa que Castle ha muerto y que The Punisher ha nacido.

Bravo.

El modesto éxito de la película hace que se abriguen esperanzas: bueno, no estuvo tan mal, puede decir uno.

Pero tampoco estuvo tan bien…

Sin embargo, con ese final, la pregunta sí cabe ¿Qué nos depara el futuro?

En su momento, Jane informó dos cosas que levantaron expectativas: estaba el proyecto una secuela gracias a la exitosa corrida casera de la película en dos versiones: la original y una con cerca de 20 minutos agregados que, contrario a otras versiones especiales, sus adiciones sí contribuyeron a la trama, pero que la hace más lerda. Y que Hensleigh no estaría al mando, a pesar de sus declaraciones.

Pero los años fueron pasando. Jane se volvió algo así como el vocero informal de la producción: informó que Jigsaw sería el antagonista, que los adelantos del guión proponían a un Punisher más oscuro y sangriento, que se rodaría en Louisiana, que se estrenaría en el 2007, que ya le habían entregado un guion y que apestaba, pero que estaba en corrección, que aún no había un director, que ya le habían entregado un segundo guion y que también apestaba, pero que no era el definitivo.

Finalmente, en mayo del 2007, Jane hace público que se sale del proyecto por no compaginar con las decisiones de los productores Avi Arad y Gale Anne Hurd.

La explicación completa está en Ain’t Cool News.

La salida de Jane coincide con la nota que anuncia, de parte de Arad, que a pesar de todo The Punisher 2 se estrenará en el 2008. El guion ya esta listo, el director también: John Dahl. Ahora lo único que falta es un nuevo actor.

También se hace de conocimiento público que, por la salida de Jane, el nuevo Punisher será más un reboot que una secuela.

Inmediatamente se desató el caos: Dahl también abandona el proyecto secundando a Jane… El guion, dicen, no tiene ni pies ni cabeza.

Entonces, Ray Stevenson se anuncia como el nuevo Punisher.

Y en la dirección estará la coreografa y cinta negra en karate, ademas de actriz y nominada al Oscar en la categoría de cortometraje: Lexi Alexander.

En el guión… Uff… La lista es larga e incluye a Alexander, a Matt Holloway, Arthur Marcum, Nick Santora, Avid Arad… Entre otros.

Y la primer foto oficial del proyecto que muestra a Stevenson como The Punisher deja un mal sabor de boca: parece Steven Segal corriendo en un portaaviones secuestrado por Tomy Lee Jones.

Y sin calavera blanca.

Pronto, Alexander dice que quiere a un Punisher sin calavera. Luego se desdice. Se pone en línea una página, por parte de la infame Lionsgate, que anuncia que el estreno de la película será el 5 de diciembre. Luego vienen los problemas con Lionsgate, los rumores sobre la decisión de bajarle la clasificación a PG-13 tras el éxito de una de los Batman de Nolan

Al final, The Punisher War Zone, la nueva andadura de The Punisher en la pantalla grande, se estrena con una nula campaña de promoción por parte de Lionsgate, y con una marejada de malos comentarios y con la duda sobre las peleas entre la compañía productora, los productores y la directora fueran o no verdaderas.

¿El resultado?

Tercer strike.

Lo siento.

Porque The Punisher War Zone es un doloroso fracaso en casi todos los sentidos.

La historia trata de un Punisher amargado y confundido que recorre las calles y las noches de una Nueva York al borde del caos: ya se vengó, pero sigue matando a criminales por pura inercia. Eso le provoca un conflicto y, cuidado, le remuerde la conciencia al grado de que colgará las armas y llorará frente a la tumba de su familia, además de pedir perdón a ciertos daños colaterales, para después, obvio, darse cuenta que lo suyo no es gripe, así que marcialmente se vuelve a colgar el arsenal completo y se lanza sobre los criminales a los que les faltaba una bala en el cuerpo solo para darse cuenta, que son muchos. Y además, hay errores que se pagan caro: por ejemplo, el no fijarse a quién se le está apuntando con un arma.

Y eso es todo.

The Punisher versión 2008 es violenta, sí. Escurre un humor involuntario, sí. Pero ¿Un Punisher con conflictos existenciales?

Por favor.

Lástima de inicio, porque prometía: tenemos a un Punisher que por fin es un toro de fría mirada y que lleva años en su cruzada contra el crimen a causa del deceso de su familia, cuando irrumpe un festejo de un vejete gangster y mata a todos, menos al cruel Billy Russoti, que se escapa y se refugia en una fábrica de reciclado.

Y hasta allá va el Punisher, destazando y decapitando y masacrando al que se le ponga enfrente y no lo deje pasar.

El duelo entre The Punisher y Russoti evoca involuntariamente (¿o no?) al de Batman y Jack Napier en la película de Tim Burton.

Tanto así que el fin de ambos es el mismo: el malo cae en un chunche, se deforma, regresa más loco y sádico y peligroso que antes acompañado por su patiño cuyo destino ya está marcado desde el inicio: recibirá un disparo por parte de su jefe.

En The Punisher War Zone, con todo y sus lagunas, podemos destacar que Alexander deja ver que al menos para visualizar el mundo en el que vive The Punisher, se sentó a leer unos tomos del Punisher Max de Garth Ennis y Darick Robertson.

También que Stevenson logra darle, a pesar de los contrabandos gratuitos circundantes que lo empatan casi con los dilemas del Max Payne que interpretó Marky Mark, una profundidad humana a su casi inhumana máquina para matar, alejándolo, a pesar de dos o tres escenas mocosas, de la chillona presencia de Jane y de la parca careta de Lundgren.

¿Es Stevenson mejor Punisher cinematográfico? Podría decirse que sí, a pesar de que su película hace agua por todos lados. Aunque eso fue más por obra y desgracia de los productores que de Alexander y compañía.

También la participación de Wayne Knight como Microchip, el Q de The Punisher y quizá su único amigo.

Pero, sí, a la hoguera esa ya inútil tendencia a la Dark Knight de volver pomposas (e insufribles) las películas basadas en un cómic.

Ambas películas, el segundo Batman de Nolan y este Punisher, cojean del mismo pie: crean unos villanos a todas luces más ridículos pero atractivos (aunque en el caso del Jigsaw, anteriormente conocido como Billy Russoti que interpreta Dominic West, su actuación más que encantar, aburre y da pena, por forzada), que pretenden mandar a la lona al personaje principal, comiéndose el mandado y, por ende, desarticulando toda la premisa.

En The Dark Knight eso fue precisamente lo que se aplaudió ¿no? Pues eso en The Punisher War Zone, eso es lo que la dilapidó.

Así, la nueva encarnación de The Punisher en la pantalla grande solo viene a ratificar que, zapatero a tus zapatos: personajes como The Punisher pertenecen a las páginas de los cómics, no al celuloide.

Por ello es mejor decir: descansa en paz, The Punisher, descansa en paz.

Eso sí, solo espero que la aparente buena racha en la taquilla (no, no es propiamente un fracaso: costó como 22 millones de dólares y sin la campaña de promoción correspondiente, gracias a que Lionsgate la mandó a morir en taquilla, pero que ha logrado, y solo en dos semanas, recuperar siete millones y medio.

A ver qué pasará cuando se estrene en otros países y cuando llegue a DVD. Supongo que con una versión unrated. Eso augura una historia similar al anterior Punisher.

Y a ver si no desencadena una noticia marca: habrá secuela de la secuela que no es secuela.

Recordemos: en el 2009 todo puede pasar.

Atentamente, el Duende Callejero

El olor de la culpa

Adèle Exarchopoulos, en la escena inicial de Les Cinq Diables
Adèle Exarchopoulos en la escena inicial de Les Cinq Diables

Vicky Soler (Sally Dramé) tiene diez años cuando por fin conoce a su tía Julia (Swala Emati).

Ella es la hermana menor de su estoico padre, Jimmy (Moustapha Mbengue), que es bombero.

Él acepta que se quede en casa, con ellos, por unos días.

Julia es una mujer de la que ni su padre ni su madre, Joanne (Adèle Exarchopoulos), una entrenadora de natación, le habían hablado a Vicky. Y aunque él le dice que no sabe dónde estuvo o qué hizo durante todos esos años, Vicky se entera que ha estado en contacto con ella.

Sin embargo, lo que más le intriga es la reacción de su madre.

Ella, que siempre ha actuado como si se hubiera quedado a la mitad de algo, que rara vez sonríe pero que tiene sus momentos de ternura con ella, desde la llegada de Julia se muestra a la defensiva. Y en una ocasión la escuchó decir que quería que se fuera de inmediato.

¿Por qué su padre le miente a Vicky sobre el paradero de su hermana? ¿Por qué su madre se muestra tan agresiva con ella?

¿Por qué otros del pueblo donde viven se muestran tan incómodos con el regreso de Julia?

Todo eso da para un thriller. Sin embargo, para Léa Mysius (1989, Burdeos), directora y coguionista junto con Paul Guilhaume, es apenas el arranque.

Puesto qué hay algo que omití en esas primeras líneas.

Verán, resulta que Vicky tiene un ¿Don? ¿Poder? ¿Cualidad? Llámenlo como quieran.

Ella tiene el sentido del olfato súperdesarrollado.

Tanto, que es capaz de adivinar qué animal se comió una bellota o de encontrar a su madre en un claro del bosque con los ojos cerrados y con ella cambiando de lugar a cada momento y sin tropezar. Y en su recamara, Vicky guarda unos frascos en los que, mezclando diferentes ingredientes y objetos, recrea el olor de algunas personas. Y aunque su vida social es limitada pues sus compañeros de escuela la agreden por su color de piel y por su pelo rizado, ella es feliz acompañando a su madre en su trabajo y juntando esos ingredientes que luego les servirán para recrear los olores.

Y sí, vuelto a lo mismo de líneas arriba: esa es una interesante característica de nuestro protagonista. Pero, caray, que hay algo más.

Vicky no tarda en recrear el olor de Julia. Y al oler el frasco que lo contiene, pierde el conocimiento.

Así es como, al despertar, se asoma a un momento en el pasado en el que sus padres eran jóvenes y parecían felices. Además, descubre que su madre y Julia eran muy buenas amigas, o quizá algo más; y que Nadine (Daphne Patakia), que en el presente trabaja con Joanne en el gimnasio acuático y que se muestra algo amargada todo el tiempo, en el pasado era simpática y no tenía ni el rostro ni parte del cuerpo marcado por cicatrices. Y tenía algo más que amistad con su padre.

Eso y más es lo que Mysius nos tiene preparado con su película Les Cinq Diables (2022, Francia), disponible en MUBI, y que debe su título al conjunto de montañas que cercan al pueblo en el que viven Vicky y sus padres.

Con Les Cinq Diables, tenemos a una cinta que, mezclando géneros y tópicos, explora temas como la culpa, la amistad, el amor, la intolerancia, y también sobre ese raro don, poder o cualidad que al parecer todos tenemos, pero que empleamos tan poco: la resiliencia.

Don, poder o cualidad que aquí, entre los imponentes Cinco Diablos, esta niña de apenas diez años y con una fijación con los olores, aprende y comprende mejor que sus mayores.

Atentamente, el Duende Callejero

Grita, otra vez grita

Hace poco más de dos años, el cuarteto compuesto por los directores Matt Bettinelli-Olpin y Tyller Gillet, junto con Justin Martinez y Chad Villella, que fungen como productores, y que colectivamente se hacen llamar: Radio Silence, se reunió con los dueños de los derechos de la serie Scream con una propuesta: hacer una nueva película con nuevos personajes pero en el mismo escenario que la original, el pueblo ficticio de Woodsboro, California; además que actualizarían el concepto planteado en la original para estas nuevas generaciones que no sueltan sus teléfonos celulares, que comparten hasta cuando van al baño en las distintas redes sociales y que, en algunos casos, dicen que consumen contenido en lugar de que están viendo películas o series.

Y con la bendición de Kevin Williamson, guionista y por tanto creador de los personajes y las situaciones planteadas en la primera, la segunda y la cuarta cinta de la serie original, todas dirigidas por el ya finado Wes Craven, Radio Silence entregó el año pasado Scream (2022, Estados Unidos), basado en un guion escrito por James Vanderbilt y Guy Busick.

Y en parte lograron su promesa de actualizar la saga para las nuevas generaciones.

Y digo en parte, porque aunque dicha película tiene un buen arranque que va subvirtiendo las reglas de anteriores entregas (por ejemplo, el hecho de que la primera víctima, la Tara Carpenter que interpreta Jena Malone, sobreviva al ataque de Ghostface en el prólogo de la cinta), es hacia su conclusión que se hace un embrollo del que le resulta difícil salir al incorporar un elemento inédito en una serie cuya mayor valía es precisamente no haber contado con dicho elemento: un guiño ¿sobrenatural? ¿psicótico? que hace que uno de los personajes principales, la Samantha Carpenter que interpreta Melissa Barrera, se comunique con Billy Loomis (Skeet Ulrich), que en un giro propio de una telenovela latinoamericana resulta que es su padre.

Así iniciamos esta sexta entrega de la que ya no es una simple serie, sino, como lo expresa a grito abierto Mindy Meeks-Martin (Jasmin Savoy Brown), sobrina de otro de los personajes originales de la saga, el Randy Meeks que interpretó Jamie Kennedy, ya no estamos ante una serie, sino ante una franquicia. Y eso significa, primero, que todo lo que dimos por hecho en las anteriores entregas ya no debe tomarse por ley, que todo irá a mayor: más muertes, más violencia, con ideas más elaboradas que hasta deberán ser contradictorias.

Ah, y el hecho de que ninguno de los personajes, desde los sobrevivientes de las anteriores entregas, sean nuevos o viejos, están a salvo: cualquiera puede morir.

Lo anterior sirve como resumen de Scream VI, de nuevo dirigida y producida por Radio Silence y con guion de Vanderbilt y Busick, que sitúa sus acciones en Nueva York, tomando como pretexto que tres de los personajes sobrevivientes de la anterior película: Tara, Mindy y su hermano Chad (Mason Gooding), estudian en una universidad newyorkina.

Con ellos está Samantha, en su papel de guardiana pues no duda que seguramente habrá otros Ghostfaces en su camino.

La novedad es que en Internet, en distintos foros y redes sociales, se ha planteado la idea de que Samantha fue la única responsable de los asesinatos de la pasada entrega, así que ahora la mujer deberá cuidarse de tres frentes: tener resultados en su apoyo psicológico, el velar por la seguridad de sus amigos y limpiar su nombre.

Así que, sí, Radio Silence volvió a cumplir en su afán de actualizar la saga. Centrando sus dardos en la llamada cultura de la cancelación.

Al menos los números en taquilla así lo avalan.

La pregunta es si volverán a repetir dicha hazaña en la inevitable tercera entrega de esta franquicia dirigida y producida por Radio Silence.

Atentamente, el Duende Callejero

Despertares

Alyssa Sutherland, pidiendo entrar al departamento condenado de Evil Dead Rise
Alyssa Sutherland, preguntando si la dejan entrar al departamento condenado de Evil Dead Rise

Hace diez años, Fede Álvarez entregó una suerte de reboot-remake-secuela del clásico: Evil Dead.

Y debemos recordar que lo hizo con la bendición del equipo responsable de la cinta original, estrenada en 1981: Sam Raimi, director, guionista y productor ejecutivo; Bruce Campbell, protagonista y también productor ejecutivo; y Robert Tapert, productor.

Sin embargo, también debo recordar que dicha película no me convenció del todo. Escribí sobre ello en su momento, en el antiguo y hoy difunto blog de las fobias y las fobias, y también, en versión alterna, en la Pista de Despegue.

La razón detrás de mi desencanto la expresa mejor el cineasta Nacho Vigalondo en un hilo de tuits.

Dice él que hay un truco en el cine de terror que, cito:

Dice Vigalondo que si en los primeros minutos, el protagonista tiene algún problema como la ludopatía o, como sucedió en el Evil Dead de Álvarez, una adicción a las drogas, entonces, cuando aparece el monstruo o demonio o asesino que toque, automáticamente este ente se convierte en una metáfora sobre el problema del protagonista.

… no está ni bien ni mal pero al menos está bien reconocerlo.

A ese truco, o truqui, él lo llama Moustrófora.

Así que su lucha por sobrevivir no es contra el monstruo, sino contra ese problema que lo aqueja.

Ese truco fue lo que agrió mi experiencia con el Evil Dead de Álvarez. Entonces sentí que el interés por convertir todo el asunto de la posesión en una simple metáfora sobre la adicción de Mia (Jane Levy), y cómo afecta a sus amigos y a su hermano, se comía la película sin dejarnos nada para degustar.

Y con los años he logrado disfrutar dichos trucos. Así, ni la nueva Hellraiser, que va por esos derroteros, me llegó a incomodar.

Y bueno, eso de tener algún malestar por el truquito no me sucedió con Evil Dead Rise (2023; Estados Unidos, Nueva Zelanda e Irlanda), quinto largometraje de la saga Evil Dead que también está compuesta por una serie (Ash vs The Evil Dead) y un par de videojuegos.

Escrita y dirigida por el irlandés Lee Cronin, que según ha confesado en varias entrevistas se convirtió en cineasta porque de niño vio, y en repetidas ocasiones, The Shining de Stanley Kubrick; estamos ante una cinta que también emplea la tal Monstruófora, pero que no se ceba en ella. En todo caso la usa como eso, un truco más que saca de una chistera tan familiar.

Con un prólogo en una cabaña en el bosque y tres personajes, Cronin aclara que este Evil Dead es algo nuevo y metatextual: todo sucede durante el día. La posesión ya está presente. Y hay un guiño sobre esa cámara galopante, que atraviesa el bosque hasta casi golpear a uno de los personajes. Pero que aquí es un dron.

Tras dicho prólogo, acciones se trasladan a terrenos urbanos y a un día antes.

En el sucio baño de un bar, Beth (Lily Sullivan) se entera que está embarazada. Por ello deja su trabajo como roadie (no es una groupie) para ir a cobijarse bajo las faldas de su hermana mayor, Ellie (Alyssa Sutherland), con la que no tiene mucho trato desde algún tiempo.

Por dicha incomunicación Beth no se ha enterado que Ellie fue abandonada por su esposo con sus tres hijos en un edificio que está a punto de ser demolido. Ella llega justo en la noche en la que un temblor abre un hoyo en el estacionamiento y deja al descubierto una bóveda en la que está escondido uno de los tres tomos del infame Necronomicón (recapitulemos: uno es el que encuentra Ash y compañía en la trilogía original, mientras que el que encuentra Mia y su gente es el segundo) junto a tres vinilos que dan cuenta de la última vez que alguien intentó develar los secretos de ese libro escrito con sangre y cubierto con huesos y piel humana.

Pero Evil Dead Rise no es ni una secuela de la del 2013 ni de la trilogía original (para eso está la serie). Simplemente es el capítulo que amplía el mundo propuesto por Raimi y sus secuaces.

Un capítulo cargado de recuerdos no solo a las anteriores películas, sino a varias historias de horror de los últimos cuarenta años,

Un capítulo efectivo, entretenido y apabullante que nos recuerda, y con toda su virulencia, la razón por la que cada tanto solemos pagar por meternos en una sala oscura, rodeados de extraños, a merced de los sueños (o pesadillas) de otros.

Un capítulo que, seguro, nos hará corear: Dead by dawn!

Un capítulo que, como película, es de lo mejor que he visto este año.

Atentamente, el Duende Callejero

El Cine y el Padre Amorth

Russell Crowe y Daniel Zovatto en una escena de ‘The Pope’s Exorcist’
Russell Crowe y Daniel Zovatto en una escena de The Pope’s Exorcist

No veo trailers de películas.

La razón: dichas herramientas de promoción suelen maquilarlos compañías externas a la producción. Y les importa muy poco qué imágenes utilizan y de qué forma. Solo que el público vaya a las salas.

Así que pasa que el público al ver un tráiler se hace, literal, una película en su cabeza que los hace ir al cine, sí, pero solo para darse cuenta que han sido engañados.

La película que les vendieron poco tiene que ver con la que están viendo.

Así que, aunque cada día resulta más difícil llegar a una sala sin antes ver algunos segundos de algún tráiler, sigo lográndolo.

Y la constante es que la experiencia sigue siendo placentera y harto recomendable.

Valga esta introducción para remarcar que me llevé una grata sorpresa hace días con The Pope’s Exorcist (2023, Reino Unido, España y Estados Unidos), dirigida por Julius Avery, escrita por Michael Petroni y Evan Spiliotopoulos, y protagonizada por Russell Crowe.

Película que, confieso, no pensaba ver.

Sobre posesiones, mi interés estaba en la que se estrena esta semana: Evil Dead: Rising. Pero accedí a ir con alguien que sí había visto el tráiler y sucedió lo siguiente: Quién vio el trailer salió algo decepcionado de la película, pero yo que no había revisado ni el póster, casi salí aplaudiendo.

Tomando como base, según rezan los créditos, los escritos y la vida del padre Gabriel Amorth, jefe del departamento de exorcismos del Vaticano al que William Friedkin (o sea, el director de The Exorcist) le dedicó un documental hace años, The Pope’s Exorcist es una comedia de horror que apela a la fórmula de la buddy movie, con todo y sus momentos de acción, para entregarnos una cinta que se siente como si estuviéramos leyendo un cómic de horror.

Algo cercano a Hellboy.

Y que, curiosamente, a pesar de decantarse por las fórmulas conocidas en anteriores películas sobre exorcistas, no trata de alguien que pierde la fe y la encuentra mediante su batalla con un demonio.

De hecho el propio Amorth de Crowe lo deja claro en los primeros minutos de la película: su fe no está a prueba.

Aquí el tema, salpimentado con las necesarias escenas escabrosas y una trama que brinca del whodunit al whydunit a placer, tiene como único fin el ¿sugerirnos? ¿recordarnos? que el mal existe y que debemos seguir cuidándonos de él a pesar de que ahora nos amparamos en la lógica y la ciencia y la tecnología.

Aunque, bueno, también nos sugiere y recuerda que ahí anduvo un exorcista adicto al café expreso que lleva entre sus ropas una botellita de whisky según eso para aliviar su garganta, que va a todos lados en una motocicleta Vespa, que ha escrito artículos y libros (los libros son buenos), y que si el lugar que tiene que explorar está oscuro, húmedo y con olor a azufre, seguramente antes de entrar encontrará un comentario perfecto para aliviar la tensión.

¿Lo mejor? En su final, The Pope’s Exorcist anuncia que aún le quedan 199 historias por contar.

Esperemos que al menos tengamos una más.

Atentamente, el Duende Callejero