Rachel Sennott en un momento de Bodies Bodies Bodies de Halina Reijn
Hace unos años, de parte del cine que por alguna razón le llaman independiente (pero que de independiente tiene muy poco), el tema que se explotó fue el de la masculinidad tóxica.
Y se hizo tanto explorando hechos reales, como sucedió en Bombshell que dirigió Jay Roach, o mediante contenidas fábulas sin moraleja como The Assistant, dirigida por Kitty Green.
También el cine de terror hizo su aportación con títulos como The Night House, que dirigió David Bruckner, y The Invisible Man de Leigh Whannell.
Y dicho tema le ha servido a la guionista Sarah DeLappe para reelaborar la historia original de Kristen Roupenian, escritora y periodista que hace años alcanzó notoriedad por ser la autora de un relato llamado Cat Person. Publicado por The New Yorker en el 2017, el tema que trata el relato es, precisamente, la tal masculinidad tóxica.
Ese guion es la base de la película Bodies Bodies Bodies (2022, Estados Unidos), que dirige la también actriz Halina Reijn (1975, Amsterdam).
Estamos ante una actualización de la novela de Agatha Christie: Ten Little Niggers, publicada en 1939 y que en estos tiempos de corrección política le han cambiado el título, así que ahora la conocemos como: And Then There Were None. Esto significa que estamos ante un whodunnit de cepa: todo ocurre en un lugar aislado donde un compacto grupo de personajes acabarán reunidos. Cada uno de esos personajes guarda algún secreto. Es la aparición de un cadáver el que los hace cuestionarse quién podría ser el asesino y también quién seguramente será el siguiente.
La razón detrás de los asesinatos resulta lo de menos. El juego está en adivinar quién es la mano que empuña la daga o el martillo, o la botella con el veneno o etcétera.
David (Pete Davidson), ya no tan joven, pero rico y tan caprichoso como un adolescente, organiza una fiesta en la casa de campo de su familia e invita a varios amigos. Y lo hace justo cuando está por llegar un huracán. Y allá van, sin pensar más que en que solo se vive una vez, Sophie (Amandla Stenberg) y su exótica novia (solo por ser europea y pobre) Bee (Maria Bakalova). También va la estrella de un podcast, Alice (Rachel Sennott) y su daddy, pero sin lo de sugar, Greg (Lee Pace). Además de la actriz y novia de David, Emma (Chase Sui Wonders), y alguien que se hace llamar Jordan (Myha’la Herrold). Ah, y estaba Max (Conner O’Malley), pero se va luego de una temprana discusión con David que enrancia el ambiente.
Llega el huracán y el grupo se queda sin energía eléctrica, y también sin posibilidad de salir de la casa. Tras agotar las formas de entretenerse, deciden jugar a: Bodies Bodies Bodies, juego que consiste en que un miembro del grupo adoptará la personalidad de un asesino y, con la luz apagada y en un cuarto cerrado, ese asesino irá tocando en el cuerpo al resto. Y todo aquel al que toque estará muerto.
El juego termina o cuando solo queda el asesino de pie, o cuando alguno de los sobrevivientes adivina quién es el que ha estado tocándolos y grita su nombre.
No debe ser sorpresa decir que ese juego se vuelve realidad cuando aparece el primer cadáver. Y así, eso de adivinar tanto quién será el siguiente cadáver como quién es el asesino, nos hará reír mientras vemos en pantalla, de nuevo, una crítica tanto a esa masculinidad tóxica, como a la llamada gen Z y su manía por volver público absolutamente todo lo que les pasa sin mediar en las consecuencias.
Incluyendo las crisis provocadas por la ansiedad.
Y como DeLappe y Reijn saben que el cliché es el espíritu de estos tiempos, se valen de él para entregarnos una de las experiencias cinematográficas más satisfactorias justo en un año lleno de experiencias cinematográficas satisfactorias.
Alexander Skarsgård en una imagen promocional para Hold the Dark (2018)
La película inicia en Keelut, un pueblo al norte de Alaska.
Medora (Riley Keough) ha mandado una carta a un veterano escritor y naturalista llamado Russell (Jeffrey Wright) con una extraña petición: quiere que el hombre renuncie a su retiro y se traslade hasta el remoto lugar en el que ella vive, porque quiere que le entregué el cadáver de los lobos que, al parecer, mataron tanto a su hijo Bailey (Beckam Crawford) como a otros dos niños de los alrededores.
Ella leyó en un libro de Russell que él una vez mató a una loba y eso bastó para que se decidiera a mandarle la carta.
Su esposo, Vernon (Alexander Skarsgård), está peleando en Irak y ella no quiere que regrese sin tenerle algo. Por eso aún no le ha notificado la desaparición del niño. Además, la gente del pueblo no ha hecho nada para poner un alto a los ataques. Ni se han adentrado en el bosque para cazar a los lobos ni han buscado los cadáveres.
Y hasta allá va Russell, armado con su experiencia y con el peso de los años pasándole una enorme factura: ya no es tan diestro en tan extremoso clima, y un error casi le cuesta la vida en su primer encuentro con una manada. Sin embargo, lo que ocurre en ese remoto pueblo de Alaska es algo que poco tiene que ver con los majestuosos lobos o con tan extremoso clima.
Lo que Russell descubre es una cara de la maldad que nunca pensó que existiría.
Hold the Dark (conocida acá como Noche de Lobos), fue el cuarto largometraje de Jeremy Saulnier (1976, Alexandria). Y aunque es el primero en el que él no es el responsable del guion (que escribió el también actor y productor Macon Blair), y que adapta la novela de William Giraldi del mismo nombre que fue publicada en el 2014; la cinta sigue con la típica premisa de la casa: personajes que por alguna razón son sacados de su entorno y puestos en una situación límite en la que tendrán que luchar con todo lo que tienen para salir vivos de esa experiencia.
El asunto aquí es que hay un cambio que se nota desde el inicio. En sus anteriores cintas, el espacio en el que se deambulaban dichos personajes era uno controlado: la bodega de Murder Party, el pueblo de Blue Ruin, el bar neo-nazi de Green Room. En Hold the Dark, Saulnier juega con los espacios abiertos y hasta cambia de continentes según vaya necesitándolo la historia.
Una historia que, por cierto, no da tregua con sus vueltas de tuerca y en el que la catarsis que nos ofreció en sus anteriores cintas, aquí al parecer está vedada.
Al final, la oscuridad lo envolverá todo y a todos, y nadie podrá hacer gran cosa al respecto. Solo observar.
Russell no tarda en comprender que ha entrado en un terreno en el que de nada vale no la experiencia. Lo suyo es el bosque y los animales salvajes, seres impulsados por sus instintos y peligrosos solo si te metes en sus caminos. De ellos puede que lo sepa todo, pero no de lo que ocurre en el corazón de los hombres.
¿Qué los impulsa a hacer tal o cuál cosa?
Hold the Dark es, sí, la película más ambiciosa de Saulnier, pero a la vez es su primer paso en falso.
Porque hay tanto, tanto que aparentemente se quiere decir, que cuando llega el final de la historia nos sentimos que se nos quiso plantear tantas cosas, pero que apenas y se logró concretar una sola.
Kevin Bacon con parte del staff del campo de conversión en el que se desarrolla la película They/Them
Intentando encontrar algo interesante en el primer largometraje como director del veterano guionista John Logan (1961, Chicago), creador de la serie Penny Dreadful y colaborador de Tim Burton, Martin Scorsese y Ridley Scott; me encuentro con el juego de palabras que, supongo, espero, el también dramaturgo decidió utilizar para titular a su película: They/Them (2022, Estados Unidos).
Como sabemos, esos pronombres son utilizados por todos aquellos que no se adhieren a una identidad particular de género, pero que aquí sirven para hacer un guiño sobre la naturaleza de la cinta.
Porque, leyéndolo en voz alta, se escucharía: They slash them. Y si traducimos esa frase, el resultado sería algo así como: Ellos los mataron.
They/Them es un slasher. Esto quiere decir que la película se desarrolla en un lugar aislado, que habrá pocos personajes que llegarán a ese lugar por alguna razón específica, y que habrá un asesino suelto que irá despachándose a cada uno de los personajes usando armas puntiagudas/filosas. Ah, y cada asesinato pecará de creativo.
Y sí, el guion también escrito por Logan, que por cierto es gay, cumple parcialmente con todo eso. Además, tiene un plus: está producida por Blumhouse, aparece Kevin Bacon, la premisa es interesante y se estrena en un momento clave en el que, en Estados Unidos, hay un movimiento por parte de políticos conservadores que, mediante cambios en algunas legislaciones, están buscando criminalizar las libres manifestaciones de la comunidad LGBTQ+.
Así que, la pregunta es ¿Qué fue lo que salió mal?
La historia se desarrolla en un campo de conversión regenteado por Owen (Bacon): Whistler Camp.
Al sitio llega un grupo de jóvenes, todos de la comunidad LGBTQ+. Algunos están ahí por su propio pie, mientras que otros fueron enviados por sus familias. La idea es que pasen una semana haciendo ciertas actividades y recibiendo terapias tanto individuales como grupales con la intención de corregir su orientación sexual.
Como ya escribí, la premisa es interesante. Sin embargo, por alguna razón inexplicable, Logan decidió que su película sea un lerdo, caótico y ¿conservador?Cuento con moraleja.
Y, cierto, dichos cuentos suelen advertirnos que debemos meditar sobre nuestras acciones, porque, por ejemplo: tanto gritar que ahí viene el lobo sin que sea cierto provocará que cuando el lobo por fin venga, nadie nos ayudará.
They/Them no se conforma con el terror de la experiencia del campo de conversión. Esos ataques pasivos agresivos, tanto físicos como sicológicos, cuya intención es lastrar la identidad de los jóvenes y orillarlos a entrar en el cajón de siempre.
Aquí, además, aparece un asesino enmascarado que se pone a matar a diestra y siniestra.
Y dicho asesino solo sirve para subrayar, remarcar, apostillar una idea que, me temo, no necesitaba un largometraje para plantearse. Basta sentarse a escuchar a un homofóbico para conocerla.
Y bueno, otra cosa interesante sobre They/Them es la actuación de Theo Germaine como Jordan. The Final Person de la película. Personaje y actor que, caray, demandaba una mejor cinta.
Atentamente, el Duende Callejero…
Nota: Una versión de este texto apareció en la Pista de Despegue del día 17 de septiembre.
Portada de uno de los ‘Libros de Sangre’ de Clive Barker, editado como parte de la colección Gran Super Terror de Martínez Roca
¿Qué pasaba entonces?
Porque entonces era 1988, y ya pensaba en el fin del mundo.
Sí. Todo porque las cosas eran casi las mismas que ahora. Entonces, encender la televisión y sintonizar un noticiero solo servía o para querer ponerte los pelos de punta y para rumiar una o mas maldiciones por segundo.
Maldiciones derivadas hasta por esa insulsa forma en la que el presentador de noticias en turno se prestaba a recetarnos su cascada de infortunios faltando a las más elementales reglas de nuestro siempre vapuleado español, pasando por las mismas calamidades que tan jocosamente nos endilgaban.
Ah, entonces, todo eso y más nos hacían fácil el amar nuestra consola de videojuegos rentada. Porque era raro el que tenía una de planta.
¡Ah, los bueno tiempos de Nintendo!
Y… La televisión por cable era un lujo que poco a poco se popularizaba. Las parabólicas servían más para definir estilos de vida que como opción de entretenimiento (aún recuerdo el comentario: mira, una parabólica en aquella casa, entonces ahí vive o un gomero o un político o un negociante. Todo se resumía en corrupción, eso sí).
Y, eran tiempos en los que fuera del centro de la república y de algunas capitales de cada uno de los estados, la opción de entretenimiento televisivo se resumía en sintonizar (y mal a veces) un canal nacional y otro local (que regularmente era como no tener nada).
Por su parte la radio ofrecía un magro consuelo, gracias a ella o acababas odiando a Mecano o canturreando: Cruz de Navajas por una Mujer… Y por eso, los discos que regularmente te llegaban por conocidos, parientes o vecinos, sí eran un consuelo válido.
Solo que si los escuchabas más de la cuenta acababas con vinilos rayados e inservibles, o simplemente con una cinta que la grabadora tragaba. Creo que así fue como comprendí qué significaba: lo finito.
Ah… Y las primeras computadoras solo eran calculadoras grandes, pesadas, costosas, extrañas. Para poco servían, pero uno podía embobarse tecleando y borrando textos por horas. Eso sí, solo con media hora esas pantallas de color naranja o verde hacían que los ojos te dolieran mas que un maratón de Ahí Viene Cascarrabias.
¿En qué plataforma de streaming tienen ese título?
Creo por eso me aficioné tanto a la lectura…
¿Qué más iba a hacer?
Demasiado grande para seguir jugando con las figuras de Star Wars de mi hermano menor, demasiado pequeño para hacer otra cosa que no fuera perderme dos o tres horas vagando por las calles de la ciudad en turno.
Además, vagar es diversión por tiempo limitado: una vez que ya te sabes de memoria el camino, que te aprendes las calles, los árboles, las casas y hasta los rostros, llega la hora de dedicarte a otra cosa.
Y sí, los libros siempre ofrecían una posibilidad de fuga tan buena que siempre he comprendido la razón por la que el mejor regalo para alguien que esté encarcelado, si aquel es consciente de su estado.
Un libro, por más que lo leas, lo releas, lo explores, subrayes o taches… Siempre te dará más y más y más.
Así que, regreso al inicio: Entonces era 1988 y ya pensaba en el fin del mundo.
Cuando uno deja de ser niño es cuando el miedo comienza a tener sentido. Yo, en 1988, le tenía miedo a la Guerra Fría y a la amenaza nuclear, aunque no sabía bien ni qué era una cosa ni qué otra. Un sueño recurrente era que el sonido de una sirena me despertaba en medio de la noche, por lo que mi padre nos juntaba en la sala y encendía un radio solo para escuchar a una voz mecánica que anunciaba que teníamos dos o tres horas para refugiarnos, que los misiles nucleares ya estaban en el aire y no tardaba en escucharse la gran detonación. El problema era que no había refugio ¿Por qué habríamos de cavar, aquí en México, sendas prisiones subterráneas de hormigón? ¿Qué no ese chisme era entre Estados Unidos y la URSS? ¿Qué tenía que hacer un misil nuclear próximo a rompernos la madre en esta parte tan calurosa de México?
Como buen sueño, la lógica valía madre, pero ¿cuántas noches me despertó ese sueño? ¿Cuántas me quedé sentado en la cama, cerrando los ojos e intentando captar, lejana, el sonido de una sirena?
La idea de que nos habíamos puesto a hacer de todo, menos preservar nuestro futuro, me aterraba. Eso sí, a pesar de mi miedo, sabía que un ataque de esa magnitud no equivaldría al fin del mundo total, constante y sonante. No, era más bien el fin del mundo tal y como lo habíamos conocido hasta ese año, 1988.
Solo eso.
Y si había una cosa que me obsesionara en 1988, era precisamente saber qué tan cerca estábamos de ese fin. Y cómo lo afrontaríamos.
Como siempre, cuando uno es joven lo único que se puede hacer era consumir ficciones como remedio para todo aquel mal que sientes que te aqueja. A falta de disciplina y displicencia, es el cine, la literatura, el chisme, los cómics y la música los buenos remedios que todo-lo-salvan-o-lo-empeoran.
De todos ellos, a los que debo, si cabe, mi cordura es a: la saga de Mad Max de George Miller, entonces primera de 1979, segunda de 1981 y tercera de 1985. Durante años fueron ese tótem especialmente diseñado para que un fatalista miope como yo pudiera sostener su creencia de que, por más mal que vaya todo, siempre habrá esperanzas.
Concret Island de JG Ballard, de 1974, leído en una ajada versión de la librería pública por 1986. Antes que Camus, Sábato o Borges, Ballard me pervirtió sobre qué podía esperar de la sociedad.
Y The Stand de Stephen King, publicada en 1979, leída por vez primera entre 1986 y 1987 en su primera versión llamada La Danza Macabra, de solo de seiscientas y tantas hojas, que dentro de ese denso relato sobre el fin y el inicio del mundo, lo que más me importaba siempre era, contradiciendo un poco a Ballard, a Camus y a Sábato, aunque dándole la razón a Borges y a Miller: Hay que tener fe.
En lo que quieras. Hay que tener fe…
Por esos años, las librerías abundaban hasta en la ciudad más pequeña. Y no solo eso: los libros, maldición, de cualquier clase, tema, lo que fuera, se encontraban porque simplemente ahí estaban. Eso, recuerdo, me lo dijo el dueño de una librería cuyo local ahora es una veterinaria.
El problema siempre fue el precio… ¡Chingado!… Siempre se dice que nadie lee, que es una lástima, que somos incultos, etcétera ¿Pero por qué los libros jamás han tenido un precio verdaderamente accesible para todos? Sí, lo sé, hay colecciones baratas, accesibles, como quieran llamarlas. Pero ¿y el resto? ¿Esas que por cualquier causa la gente quiere leer?
Y de entre todas las editoriales de aquellos años, mi afición por los libros de Martínez Roca y Minotauro (entiendo, ambas del grupo Planeta), no tenía par.
Solo las colecciones de Roca: Gran Super Terror y Gran Super Ciencia Ficción, me sirvieron como ejemplo de que los sueños siempre serán inalcanzables.
Verán, dichas colecciones siempre fueron un listón muy alto como para atreverse a cortarlo. Los libros eran caros, y aunque ahorraba y no gastaba más que en ellos, la verdad es que siempre acabé releyendo más que comprando.
Pero bueno, entonces era 1988 y además de pensar en el fin del mundo, mi vida giraba alrededor de los textos de: Brian Lumley, Bob Randall, TED Klein, Clive Barker, Richard Laymon, Tanith Lee, Stephen King, Brian Aldiss, Theodore Sturgeon, Samuel R Delaney, Philip K Dick, Dan Simmons, Roger Zelazny, Jack Vance, Ramsey Campbell, Thomas Disch, Robert Silverberg, George RR Martin, HP Lovecraft, Edgar Allan Poe, Ray Bradbury y Peter Straub.
Obviamente, porque todos ellos tenían al menos un relato en alguna de esas colecciones de Gran Super Terror o Gran Super Ciencia Ficción.
Unos años después, el muro de Berlín cayó.
Fueron ellos los que me hicieron descubrír a Ernesto Sábato, a Albert Camus, a Herman Hesse…
Y a Mario Vargas Llosa… A Gabriel García Márquez… A Jorge Luis Borges… A Adolfo Bioy Casares…
¡A Julio Cortázar!
Las librerías comenzaron a cerrar, concretamente cuando me disponía a comprar esos dos volúmenes editados por el FCE de Cortázar traduciendo los cuentos de Poe.
Esas librerías se volvieron ópticas o algo peor.
Las mueblerías se comieron a los cines, y la televisión en cable ya era una obligación. Todo porque los canales gratuitos jamás pudieron verse bien sin una suscripción de cable.
Sin embargo, dijeron insistentemente por ahí: el MTV era lo peor que había para la salud.
De pronto todos olvidaron a Led Zeppelin a favor de un estúpido güero que berreaba: Hello, hello, hello… How low?
¡El horror!
Todo esto para anunciar: se vienen un textos relacionados con esas primeras lecturas, esos autores con los que inicié.
Nota inicial: este escrito es del 2011. Lo rescato debido a que ayer por la noche vi la película Ku bei (2021, Taiwan) y me recordó mucho a este cómic. Ya escribiré sobre la película.
De un tiempo a la fecha (recuerdo, el escrito es del 2011), los cómics americanos para el mercado adulto que tanta coba le habían dado a explorar rutilantemente las fábulas procedentes del white thrash, junto a las truculentas reinvocacionesvampíricas, más las bizarras invasiones extraterrestres y una que otra parábola neo noir, han enrarecido aun más sus temáticas maquilando series que se desarrollan en un fin del mundo a manos de una plaga zombi o similares; secundando, curiosamente, ese lento pero seguro decaimiento de la temática en las marquesinas y los estantes de renta/venta mundiales.
Indudablemente esto no tiene que ver con el éxito de la serie The Walking Dead de Robert Kirkman y Tony Moore (y bueno, también de Charlie Adlard), que ha sido publicada ininterrumpidamente desde octubre del 2003 por IMAGE Comics, y cuya adaptación televisiva realizada por Frank Darabont hizo que al parecer muchos olvidarán de qué tratan los relatos zombis de 1968 a la fecha (mas divertidos que la misma serie, de la que apenas he visto tres episodios y medio por motivo de mi mala costumbre de jamás poder seguir los estrictos horarios televisivos, pero que espero ya revisaré, y de un tirón, en su respectivo DVD; resulta el leer esa horda de comentarios en las redes sociales tras cada emisión del capítulo en turno, en los que varios espectadores claman ser los descubridores del mas negro de los hilos sobre la relevancia social y política planteada tras el espeso maquillaje de ese mundo devastado por esos muertos andariegos).
Vamos, en todo caso ese alabado brinco se debió al éxito en conjunto que han tenido series como: iZombie de Vertigo, Zombies VS Robots de IDW Publishing (y que próximamente, dicen, será una película por cortesía de Michael Bay y su productora, así que vayan alistando sus mantas y sus frases ingeniosas para darle color y sabor a las concernientes protestas), Zombie Tales de BOOM Studios y Z.M.D. de Red 5 Comics.
Cada una de esas series retoman el canon del muerto viviente involuntariamente propuesto por gran papá Romero, y mas que arriesgarse a subvertirlo, mejor se dedican a palomearlo y sin siquiera turbarse: plaga zombi iniciada por un agente desconocido del que no hay que preocuparse por su explicación: revisada. Sobrevivientes puestos al límite en el que harán todo lo que esté a su alcance, incluyendo contravenir sus creencias o ideales que en un principio expusieron: revisado…
Y así, síganle que bien que se lo saben.
De todas esas series en las que los muertos se levantan, te buscan, te encuentran (regularmente por idiota), te muerden y te hacen sus compadres, con la que me quedo es con la virulenta: Crossed, abortada (que cosas como esas no se paren), por el siempre genial Garth Ennis (Holywood, Irlanda del Norte, 1970), y por su ex-compañero en Chronicles of Wormwood, Jacen Burrows (San Diego, 1972).
La serie en cuestión, que ya va en su tercera parte o continuación, pero sin el ya mencionado dueto creador, apareció por vez primera en un prólogo (o capítulo 0), en agosto del 2008 vía Avatar Press.
En ese prólogo (o, repito, capítulo 0), un grupo de personas, extraños todos, cada uno protagonista de una historia que los ha llevado hasta ese lugar de encuentro que es una cafetería de paso en un pueblo a todas luces también de paso, queda inmersa en una desbocada (¿y francamente necesaria?) carrera de supervivencia cuando una enfermedad que se manifiesta con una mancha en forma de cruz roja que aparece en el rostro de los infectados, hace su aparición.
Con el espíritu mas romereano a flor de piel (aquí ya no hablamos de Night of the Living Dead, de 1968, sino de la recientemente remakeadaThe Crazies de 1973, solo que sin la fuerza armada con orden de disparar a todo el que se mueva, y también sin Trixie, esa arma biológica que se sale de control en ese por demás rupestre pueblo norteamericano), Crossed aspira su propio lugar en nuestro panteón de pesadillas sin necesidad de apelar al clásico cuento por todos conocidos.
La tal enfermedad se transmite no tanto por una mordida, sino por el intercambio de fluidos de toda clase, y fuera de convertirlos en unos alelados muertos vivientes a los que se les puede engañar untándose sangre o caminando rápido y en zig zag, los vuelve, y en segundos, en unos rabiosos psicópatas hijos de puta que para nada han perdido su raciocinio (más o menos como M. Night Shyamalan envisionó a los monstruos que pueblan su malogradaThe Happening).
Los tales cruzados, que es como comienzan a llamar los sanos a los infectados, no vienen con la idea de matar simplemente para satisfacer una cruel y despiadada hambre: igual violan que descuartizan o de plano hacen patente la propia naturaleza autodestructiva que cada uno de nosotros llevamos dentro, arriesgando su propia vida con tal de hacer daño, simplemente porque la enfermedad esa les alborota los sentidos, mermando las defensas ideológicas que la sociedad les ha impuesto, dejándolos tal y como seríamos todos en caso de dejarnos llevar por lo que sentimos de vez en vez. Porque somos el peor que los animales. Unas jodidas máquinas de maldad.
Y es aquí donde vienen los aplausos que de mi parte, no lanzo para la harto conservadora saga de Kirkman y Moore (sí, sí, y también de Adlard): como sucedería en aquella empolvada y algo olvidada cinta The Hill Have Eyes de Wes Craven, de 1977, o en menor medida en su hermana urbanaIncubo sulla cittá contaminata de Umberto Lenzi, de 1980, Ennis y Burrows se arriesgan a mostrar los dos lados de la moneda contando la historia tanto de los sanos-sobrevivientes y su lucha por sobrevivir, como también la de la comunidad de los infectados, los cruzados, y su atrabancada cota de caza que, a fin de cuentas, también es una lucha por sobrevivir de su parte.
En una entrevista para COMICM!X, Ennis describe que llegó a la idea tras Crossed gracias a una pesadilla:
I had a dream that I thought was going to be about zombies attacking a house full of victims, but it turned out they weren’t zombies at all. They were simply people, grinning with psychotic glee at the thought of what they were going to do to the occupants of the house — which wasn’t going to be anything nice. Then I woke up.
De decidirse por revisar algo de la horda de títulos (aquí apenas lancé unos, hay mas), correspondiente a esta temática, habrá que tomar en cuenta a Crossed, que en el 2010 tuvo una secuela o mejor dicho, una continuación llamada Family Values, que sumó a su decadente planeamiento el contexto de las sectas religiosas y su mundillo.
Crossed: Family Values corrió a cargo de David Lapham, con ilustraciones de Javier Barreno. Ennis argumentó que su historia en ese universo había acabado, que lo mejor para él sería pasar a otra cosa y que como William Christersen, editor de Avatar Press le comentó que tenía la idea de seguir explotando el título, decidió bendecir (¿o sería escupir?) a Lapham y Barreno, entregándole la estafeta.
El resultado fue una historia no tan sólida como aquella primera entrega, pero que no decayó en lo absoluto.
Este 2011 inicia con una tercera parte llamada Psychopath, también escrita por Lapham, solo que ahora dibujada por Raulo Caceres, además las noticias sobre su concerniente adaptación cinematográfica y con guion a cargo del propio Ennis.
De realizarse, la película de Crossed retomaría el modelo de producción a la Kick-Ass (esto es: conseguir el financiamiento para la película, hacerla sin ninguna injerencia y al final buscar un estudio importante para que la distribuya como mejor de plazca. Sea en cines o de forma casera). La producción correría a cargo de Ken F. Levin, mismo que ya se logró un acuerdo con Trigger Street Productions de Michael De Luca, Jason Netter y Kevin Spacey (en efecto, la productora tras The Social Network de David Fincher).
Así que, con la enésima caída en desgracia de la miniserie sobre Preacher, la posible cancelación de World War Z por parte de Paramount, la noticia del coma en el que entró la producción de At The Mountains of Madness de Guillermo del Toro y con la única buena nueva de una nueva temporada para la serie The Walking Dead, esta tercera parte o continuación de Crossed en cómics tras la también recomendable Family Values, como su posible adaptación libre en el cine, es un buen motivo para, como ya dijo Mark Graser: cruzar nuestros dedos.
Atentamente, el Duende Callejero…
Nota final: pensé en actualizar el texto. Pero opté por dejarlo tal y como fue presentado en el 2011. Pero anexo esta nota para hacer notar que, y va en completo desorden, The Walking Dead está en su última temporada pero con dos series de compañía, Fear of the Walking Dead y The Walking Dead The World Beyond. Preacher sí tuvo su adaptación televisiva, de cuatro temporadas. iZombie también tuvo su adaptación televisiva, de cinco temporadas. La adaptación de Zombies VS Robots está en el limbo y, bueno, a Garth Ennis no le han adaptado Crossed, pero sí The Boys y, en parte, The Punisher de Marvel y Netflix. Unas por otras, como dicen. Ah, y Kevin Spacey desapareció del horizonte.
"Escribir no es sentarse a escribir; esa es la última etapa, tal vez prescindible. Lo imprescindible, no ya para escribir sino para estar realmente vivo, es el tiempo de ocio." (Mario Levrero)
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