Tomando las Riendas

Matilda Lutz en un fotograma de la cinta Revenge de Caroline Fargeat
Matilda Lutz en un fotograma de la cinta Revenge de Caroline Fargeat

Ah, las exploitation movies, ese ¿subgénero? tan popular en el cine independiente y de bajo presupuesto de finales de los sesenta y principios de los setenta.

Películas virulentas que a veces, muchas, muchas veces, se regodearon en poner como centro dramático las penurias de una o varias mujeres que eran víctimas de actos inimaginables perpetrados regularmente por hombres enloquecidos que las veían como meros objetos.

En muchas de esas películas, el famoso tercer acto se resume en la venganza de la víctima.

Y dicha venganza, caray, debía superar cualquier salvajada vista con anterioridad.

Esa era la regla.

Carreras como la de Wes Craven iniciaron con una película de exploitation: The Last House on the Left (1972) es una caótica e influyente película que inclusive se toma el tiempo para hacer un sincero homenaje a Ingmar Bergman y cierto manantial de cierta doncella. Vamos, que hasta Quentin Tarantino, con Death Proof (2007), parte de la dupla que fue el experimento Grindhouse, jugó con la idea de hacer una película de explotación que incluyera, claro, ese feminismo descarnado que tanto las caracteriza.

Y con su primer largometraje como directora, la también guionista Coraline Fargeat (1976, París) dice que se dejó llevar por la idea de hacer una película de explotación debido a que su gusto por el cine inició con ellas. Y, en una entrevista con Fabien Lemercier de Cineuropa, asegura que su cinta es el relato de un renacimiento puro y duro por parte de un personaje femenino que al principio parece débil porque personifica unos estereotipos con una apariencia provocativa y sexy, que es víctima de la opinión que se tiene de ella, y se transforma por completo para tomar las riendas y no ser encasillada.

Sí, eso es Revenge (2017, Francia), una quizá violenta, pero a la vez cautivante película que toma como punto de partida el viaje que hace un millonario francés llamado Richard (Kevin Janssens) con su amante Jen (Matilda Lutz) a una lujosa casa en medio del desierto.

La idea de Richard era pasar una semana a solas con Jen antes de que llegaran sus dos socios, Stanley (Vicent Colombe) y Dimitri (Guillaume Bouchède), que cada año se reúnen para una semana de cacería. El problema es que, los socios llegan antes y tras una noche de copas y baile, Stanley decide violar a Jen por la mañana aprovechando que Richard está lejos.

Cuando Richard regresa, en lugar de defender a Jen decide ofrecerle dinero para que olvide el incidente. Asustada por la negativa de Richard de sacarla de ahí y lo amenazante que ahora resulta el estar a solas con esos tres hombres, Jen huye al desierto. Los tres la persiguen. Acaban cercándola en un barranco y ahí es donde Richard toma la iniciativa de lanzarla al abismo. Luego les dice a sus socios que lo mejor es olvidarse de ella y comenzar la caza el día siguiente como si nada hubiera pasado.

Solo que ellos no saben que Jen no murió. Un árbol frenó su caída y, aunque una rama se le encajó en el cuerpo, sigue viva y está encabronada. Así que, lo sabemos: la víctima se convierte en el verdugo, y es en este punto donde Fargeat decide emplear una estilizada ultraviolencia que para nada interrumpe todo posible cuestionamiento sobre la objetivación de la mujer con respecto a los hombres.

Y cierto, Revenge no viene a revolucionar nada, pero vaya que resulta una interesante alternativa para repasar un tropo tan conocido y, acá entre nos, tan entretenido.

Al menos para el que escribe esto.

Atentamente, el Duende Callejero