En la eternidad nos veremos, Gabo

En días pasados leí, y de una sentada, como suele decirse, la novela póstuma de Gabriel García Márquez: En Agosto nos Vemos, de reciente publicación, y le dedicaré unas palabras.

Sé, porque lo he leído y también lo he escuchado, que muchos ya han hecho lo propio compartiendo sus opiniones. De mi parte, de necesitar montarle un adjetivo (algo que para nada es necesario, lo sé) a esta obra, el que sin lugar a dudas le calzaría sería: polarizante.

Sí, ahí está esa palabrita tan de moda gracias a la clase política. Pero dejemos todo asunto político a un lado, mejor apuntaré que lo de polarizante le calza por las siguientes razones: En Agosto nos Vemos es una obra que, o se le está alabando casi como un milagro editorial o se le está tildando de oportunista e innecesaria.

Sin punto medio.

De mi parte, la considero solo una obra póstuma sin más. Ni milagrosa ni oportunista ni innecesaria.

He aquí una novela que en un principio no era una novela. Eso lo apunta su editor, Cristóbal Pera en la nota que cierra el libro. Él dice que García Márquez, o Gabo, su apodo de toda la vida, comenzó a trabajar En Otoño nos Vemos por el 2002 junto con otra obra que entonces tenía el título de Ella, pero que acabamos conociendo como: Memoria de mis Putas Tristes, publicada en 2004.

A diferencia de Ella, el manuscrito de En Agosto nos Vemos dejaba claro que aquel era un libro de cuentos en los que todos tendrían como protagonista al personaje de Ana Magdalena Bach, a la que acompañaremos en varios agostos de su vida adulta.

Porque cada agosto, Ana Magdalena Bach visita la isla donde está sepultada su madre.

Nosotros comenzamos a acompañarla a partir de ese año en el que ella hace un cambio en esa rutina a la que se entrega cada que visita la isla: bajar del transbordador, tomar el taxi desvencijado de siempre, registrarse en ese hotel viejo pero entrañable, refrescarse y cambiar de ropa, tomar otro taxi para ir al cementerio, comprar un ramo de gladiolos en el mismo local a la misma vendedora, buscar y limpiar la tumba de su madre, contarle todo lo que ha pasado en el año. Regresar al hotel, comer sola, subir a dormir y a la siguiente mañana, regresar con su familia.

Ese año en específico, Ana Magdalena Bach se fija en un hombre que también está solo en el bar del hotel y que también se ha fijado en ella. Un hombre que por alguna razón ella invita a su cuarto y pasa con él la noche sin preguntarle su nombre, nacionalidad, nada. Un hombre que le ha dejado, luego de irse sin despedirse, un billete de veinte dólares en la copia de Drácula que ella lee.

Pera dice que Gabo fue cambiando su idea de escribir el libro de cuentos luego de encontrar un cierre para la historia de Ana Magdalena Bach. También, que escribió unas cinco versiones, que él leyó y releyó para lograr la versión definitiva. Por ello se sienta fragmentada, pero curiosamente no incompleta.

Es su tercer capítulo/relato el más logrado. Y, vaya, no me extrañaría que acabara siendo la base de una película. Porque hay otro adjetivo que le calza: cinematográfico. En Otoño nos Vemos bien podría ser uno de los textos más cinematográficos de Gabo ¿Recomiendo leerlo? Por supuesto.

Y no porque se tenga el tiempo libre, que es algo que leo que opinan aquellos que la tildan de oportunista e innecesaria. Es porque En Otoño nos Vemos es esa coda que no sabíamos que necesitábamos, pero que ya que tenemos aquí hay que disfrutarla.

Atentamente, el Duende Callejero



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