En una(s) brumosa(s) mañana(s)

Esta historia arranca con un recuerdo.

Un recuerdo que parece una pesadilla.

Muriel Margaret McAuley, la protagonista de la novela, recuerda que en una brumosa madrugada la despertaron unos gritos. Así que salió de su casa a medio vestir, corrió hacia la playa y descubrió una escena terrorífica: restos humanos, desde piernas mutiladas a brazos, incluso algunas cabezas, eran expulsadas del mar por las olas.

La arena de la playa y la espuma del oleaje eran de color carmín.

Muriel no alcanzó ni a preguntarse qué estaba ocurriendo.

Los gritos.

Había sobrevivientes intentando no ahogarse y ella era la única de todo Witchaven, un pueblo pesquero escocés, que estaba en la playa.

Debía actuar.

Había vidas en juego.

Muriel recuerda que entró en la fría agua y que fue arrastrando a varios sobrevivientes hasta la arena. Algunos seguían vivos gracias a ella, mientras que otros murieron antes de que llegaran las ambulancias debido a sus heridas.

Lo que sucedió esa brumosa madrugada fue que faro dejó de funcionar y un barco chocó contra unas rocas.

El oleaje y las rocas hicieron el resto.

Muriel recuerda ese evento casi cada mañana que sale a caminar por esas playas que, según, deberá abandonar pronto aunque no quiera hacerlo.

Tiene 84 años y dice se le han ido como un suspiro. Nació en Witchaven, apenas ha viajado a otros destinos y hasta hace unos meses planeaba morir ahí.

Lleva más de doce años viviendo sola debido a que su esposo, Billy, un pescador experimentado ya entrado en años, salió en otra brumosa madrugada a trabajar en alta mar y jamás regresó.

Ahora, Muriel camina rumiando su tristeza: un millonario norteamericano llamado Patrick Grant se hizo con los terrenos de Witchaven y, mediante unos estirados y antipáticos jóvenes ejecutivos, urgen a todos aquellos que siguen negándose a abandonar la villa para que tomen el cheque que les extienden y se larguen de ahí o se irán sin nada.

Grant y sus allegados quieren convertir a Witchaven en un lujoso campo de golf. Ya han comenzado a construir debido a que casi todos los pobladores aceptaron su propuesta. Solo quedan un puñado, entre ellos Muriel.

Ella planea quedarse ahí pues ¿A dónde puede ir? Su esposo, Billy, por quién dejó su futuro como ilustradora, tuvieron hijos. Sí. Incluso tiene un nieto. Pero ellos ya han hecho su vida y ella sentiría que es una carga si decidiera irse a vivir con ellos.

Incluso lo sentiría si acabara viviendo en un retiro de ancianos. Así tendrían que ocuparse, al menos económicamente, de ella. Visitarla cada tanto.

Y no.

Ella no quiere ser una carga.

Solo quiere que la dejen vivir sus últimos días en ese lugar de brumosas madrugadas, fríos inviernos, escarpadas rocas, ventosos atardeceres. Plagado de recuerdos.

Witchaven.

Solo que cada día se hace más difícil el vivir en ese lugar.

Los trabajadores de Grant suelen interrumpir hasta su regresos a casa, alegando que está traspasando un terreno privado.

Ella debe recordarles, una y otra vez, que no es así. Que en todo caso son ellos los que están invadiendo.

Y es en una de esas brumosas mañanas, mientras camina por la playa hasta acabar en la entrada de la cueva donde Billy le pidió que fuera su esposa, que Muriel descubre, atrapada en la resaca de las olas, a una gran pulpa de color rojo que ¿le está pidiendo ayuda?

Así que Muriel vuelve a rescatar a alguien arrastrándolo fuera de las olas: un ente de un solo ojo que se comunica con ella telepáticamente, y que es como una enorme babosa amorfa y primordial.

Un horror salido de quién sabe dónde, que incluso le pide alimento.

Sangre.

Muriel se lleva a esa cosa a su casa. La instala en su tina, que llena de agua. Y la alimenta con su sangre. Aquella cosa le succiona las venas mediante un apéndice viscoso que sale de ella.

A cambio, la cosa recibe un nombre: Ávalon y rejuvenece a Muriel. Vuelve la energía que pensó perdida. Se van los achaques. Hasta sus pocos vecinos le notan el cambio.

Solo que una noche, las tácticas de Grant alcanzan un punto álgido cuando unos jóvenes se presentan en casa de un vecino, otro octogenario que tampoco irse del lugar, y que ya se había metido en líos con los trabajadores del millonario al intentar defender el gallinero de Muriel con un arma de fuego.

Es así que esa cosa podrá alimentarse de verdad. Y con con toda esa sangre consumida, logrará un milagro que dejará a Muriel en ascuas.

Muriel Margaret McAuley was 84 years old the first time she saw a man turnes inside out by a sea monster.

Escrita por David Sodergren, la novela The Haar no solo es una historia que mezcla el horror cósmico con un relato de formación cuyo protagonista es una octogenaria inolvidable. También es un relato de amor, una historia de venganza plagado de momentos gore, además de un cuento moral sobre lo inhumano que nos vuelve tanto el poder como el dinero.

Ah, y también sobre cómo la naturaleza siempre buscará imponer un orden.

Una delicia de lectura que se ha convertido en un libro que sé que me será difícil de olvidar.

Atentamente, el Duende Callejero

Entre enigmas y silencios

Ilustración de una Ayunadora visitada por un doctor
Ilustración de una Ayunadora visitada por un doctor

Entre 1864 y 1865, la adolescente Mary Fancher, apodada Mollie, tuvo un par de accidentes que la dejaron ciega, y sin sentido del olfato y del gusto. Sin embargo, dichos accidentes fueron lo que la volvieron famosa.

La razón: comenzó a predecir eventos que, según sus familiares, todos se hicieron realidad.

Además, bastaba con que alguna persona se parara frente a ella para que la jovencita les leyera su futuro. Y no solo eso: sus familiares también dijeron que Mollie, que no tardó en sumar a sus dones el ponerse en trance y servir como medio para que se comunicaran los espíritus de los recientemente fallecidos, había dejado de comer desde hacía semanas.

Y esas semanas de ayuno se convirtieron en meses y finalmente acabaron siendo años.

En concreto, fueron 14 años los que Mollie no probó alimentos.

Y sucedió que cuando un grupo de doctores escucharon sobre su historia, y decidieron ponerse a investigar si era cierta, Mollie murió en los primeros meses de 1916.

Mollie Fancher, también conocida como El Enigma de Brooklyn, es solo una de las Ayunadoras: un grupo de mujeres, regularmente adolescentes, que fueron consideradas como místicas con poderes mágicos o religiosos, a las que incluso se les ha rendido culto.

Su particularidad era el hecho de que dejaban de comer por meses o años, y que sobrevivían alimentadas solo por el maná que les caía del cielo.

Y era por ese alimento es que manifestaban esos poderes.

Emma Donoghue
Emma Donoghue

Las historias de las Ayunadoras le sirvieron a la novelista irlandesa Emma Donoghue como inspiración para su novela The Wonder (2016). Y dicha novela ha sido adaptada en forma de una inquietante película dirigida por el cineasta chileno Sebastián Lelio, que co-escribe el guion con Donoghue y con Alice Brich.

En un pueblito en medio de una Irlanda golpeada recientemente por la gran hambruna, corre el rumor de que una jovencita llamada Anna O’Donnell (Kíla Lord Cassidy) lleva más de cuatro meses sin probar alimento.

Su familia y allegados claman que Anna solo toma unos tragos de agua y sobrevive gracias al alimento que Dios le provee: el maná.

Intrigados e interesados por saber si aquello es verdadero, y, por tanto, puede considerarse un milagro, varios notables del pueblo, entre ellos el sacerdote (Ciarán Hinds), el médico (Toby Jones) y el ricachón que nunca falta en esta clase de historias (Dermont Crowley), deciden contratar a una enfermera joven pero experimentada, Lib Wright (Florence Pugh), con la única encomienda de que no se le separe a Anna ni de día ni de noche y así se certifique un milagro o se descubra la mentira.

Solo que Lib, que ha sufrido sus propias tragedias, no es alguien que esté abierta a la posibilidad de que existan los milagros pues ha visto la peor cara de la humanidad y eso que algunos llaman el silencio de Dios.

Florence Pugh y Kíla Lord Cassidy en una escena de The Wonder
Florence Pugh y Kíla Lord Cassidy en una escena de The Wonder

Y eso hace que su viaje en pos de la verdad sobre el misterio de la Ayunadora que le ha tocado cuidar, sea uno que la llevará a encarar y abrazar algo que nunca esperó: la esperanza y el volver a tener fe en algo.

Así, The Wonder (2022, Irlanda, Reino Unido y Estados Unidos) resulta una película cuya mayor valía es su humanismo.

Y también el subrayar una idea que se plantea en la novela de Donoghue: Es mejor ahogarse en las olas que estar de brazos cruzados junto a la orilla.

Atentamente, el Duende Callejero

What a time to be alive!

Rachel Sennott en un momento de Bodies Bodies Bodies de Halina Reijn
Rachel Sennott en un momento de Bodies Bodies Bodies de Halina Reijn

Hace unos años, de parte del cine que por alguna razón le llaman independiente (pero que de independiente tiene muy poco), el tema que se explotó fue el de la masculinidad tóxica.

Y se hizo tanto explorando hechos reales, como sucedió en Bombshell que dirigió Jay Roach, o mediante contenidas fábulas sin moraleja como The Assistant, dirigida por Kitty Green.

También el cine de terror hizo su aportación con títulos como The Night House, que dirigió David Bruckner, y The Invisible Man de Leigh Whannell.

Y dicho tema le ha servido a la guionista Sarah DeLappe para reelaborar la historia original de Kristen Roupenian, escritora y periodista que hace años alcanzó notoriedad por ser la autora de un relato llamado Cat Person. Publicado por The New Yorker en el 2017, el tema que trata el relato es, precisamente, la tal masculinidad tóxica.

Ese guion es la base de la película Bodies Bodies Bodies (2022, Estados Unidos), que dirige la también actriz Halina Reijn (1975, Amsterdam).

Estamos ante una actualización de la novela de Agatha Christie: Ten Little Niggers, publicada en 1939 y que en estos tiempos de corrección política le han cambiado el título, así que ahora la conocemos como: And Then There Were None. Esto significa que estamos ante un whodunnit de cepa: todo ocurre en un lugar aislado donde un compacto grupo de personajes acabarán reunidos. Cada uno de esos personajes guarda algún secreto. Es la aparición de un cadáver el que los hace cuestionarse quién podría ser el asesino y también quién seguramente será el siguiente.

La razón detrás de los asesinatos resulta lo de menos. El juego está en adivinar quién es la mano que empuña la daga o el martillo, o la botella con el veneno o etcétera.

David (Pete Davidson), ya no tan joven, pero rico y tan caprichoso como un adolescente, organiza una fiesta en la casa de campo de su familia e invita a varios amigos. Y lo hace justo cuando está por llegar un huracán. Y allá van, sin pensar más que en que solo se vive una vez, Sophie (Amandla Stenberg) y su exótica novia (solo por ser europea y pobre) Bee (Maria Bakalova). También va la estrella de un podcast, Alice (Rachel Sennott) y su daddy, pero sin lo de sugar, Greg (Lee Pace). Además de la actriz y novia de David, Emma (Chase Sui Wonders), y alguien que se hace llamar Jordan (Myha’la Herrold). Ah, y estaba Max (Conner O’Malley), pero se va luego de una temprana discusión con David que enrancia el ambiente.

Llega el huracán y el grupo se queda sin energía eléctrica, y también sin posibilidad de salir de la casa. Tras agotar las formas de entretenerse, deciden jugar a: Bodies Bodies Bodies, juego que consiste en que un miembro del grupo adoptará la personalidad de un asesino y, con la luz apagada y en un cuarto cerrado, ese asesino irá tocando en el cuerpo al resto. Y todo aquel al que toque estará muerto.

El juego termina o cuando solo queda el asesino de pie, o cuando alguno de los sobrevivientes adivina quién es el que ha estado tocándolos y grita su nombre.

No debe ser sorpresa decir que ese juego se vuelve realidad cuando aparece el primer cadáver. Y así, eso de adivinar tanto quién será el siguiente cadáver como quién es el asesino, nos hará reír mientras vemos en pantalla, de nuevo, una crítica tanto a esa masculinidad tóxica, como a la llamada gen Z y su manía por volver público absolutamente todo lo que les pasa sin mediar en las consecuencias.

Incluyendo las crisis provocadas por la ansiedad.

Y como DeLappe y Reijn saben que el cliché es el espíritu de estos tiempos, se valen de él para entregarnos una de las experiencias cinematográficas más satisfactorias justo en un año lleno de experiencias cinematográficas satisfactorias.

Sí, como dicen por ahí: What a time to be alive!

Atentamente, Duende Callejero

Para Lectores Constantes

Ilustración de la portada de la primera edición de If It Bleeds
Ilustración de la portada de la primera edición de If It Bleeds

En abril del 2020, justo en los días en los que todos comenzamos a cerrar puertas y ventanas, reorganizamos nuestros trabajos y salimos solo para comprar lo necesario en algunas tiendas y supermercados; la longeva editorial neoyorkina Scribner publicó la colección: If It Bleeds, de Stephen King (Maine, 1947).

Para los que somos lectores constantes, que es como King llama a todos aquellos que llevamos años comprando sus libros (y viendo las adaptaciones de sus obras y etcétera), la novedad que supuso esta publicación fue que las cuatro novelas cortas que la componen habían sido escritas expresamente para conformar este libro. Algo que, poniéndonos memoriosos, solo había sucedido en 1982 con la colección Different Seasons. Colección en la que se encuentran las novelas cortas: Rita Haywort and the Shawshank Redemption, que adaptó Frank Darabont; Apt Pupil, que adaptó Bryan Singer; y The Body, que adaptó Ron Reiner y que se estrenó con el título: Stand by Me.

La historia con la que abre If It Bleeds lleva por título: Mr Harrigan’s Phone.

Un joven llamado Craig, que vive con su padre viudo en un pueblito de unos seiscientos habitantes pero que disponía de internet como en las grandes ciudades, trabaja haciendo mandados para un anciano retirado, dueño de una pequeña fortuna, que vive a unos metros de su casa.

Ese anciano obviamente es el Harrigan del título y tiene la costumbre de regalarle a Craig un billete de la lotería en cada fecha importante: sea cumpleaños, día de acción de gracias, navidades, y demás.

Un día, uno de esos billetes se lleva el premio mayor, así que en señal de agradecimiento Craig le compra a Harrigan el primer modelo del iPhone. Hasta ese día, Harrigan se había resistido a tener tecnología en casa. Decía no necesitar más que los seis periódicos a los que estaba suscrito para estar enterado de cómo andaba el mundo. En específico, de su pasión: la bolsa de valores. Pero el regalo de Craig le abre a Harrigan un mundo de información: adelantos de películas, las cotizaciones de la bolsa de valores en vivo, la posibilidad de comprar cosas varias en línea y que le lleguen a la puerta de su casa, mapas con nuevos restaurantes para visitar. En fin, cada día Harrigan se entera de algo nuevo, además que aprende a enviar textos y correos electrónicos. Y Craig es feliz viendo que su viejo amigo es feliz. Hasta que un día, el señor Harrigan muere.

En el funeral, Craig le introduce el teléfono en el saco a Harrigan, como un homenaje. Y se despide de él. Craig no tarda en enterarse que su amigo le dejó de herencia una cuenta de banco. Son miles de dólares que administrará su padre hasta que él alcance la mayoría de edad.

Una noche, mientras se descubre extrañando a su amigo, Craig decide que quiere volver a escuchar su voz. Así que llama al teléfono del señor Harrigan pues sabe que él grabó un mensaje en el buzón de voz y piensa que le bastará con escuchar a su amigo recitando dicho mensaje para subsanar esa falta.

Pero la cosa no acaba ahí.

Porque tras esa llamada, le comienzan a llegar mensajes ininteligibles desde el teléfono del señor Harrigan

¿Será que lo habrán enterrado vivo?

¿O qué es lo que está pasando?

Obviamente no he contado más que el inicio de la historia. Una que ha sido adaptada por el director y guionista texano John Lee Hancock en una recomendable película que lleva el mismo título que la novela corta: Mr Harrigan’s Phone (2022, Estados Unidos). Película que fue producida tanto por Blumhouse como por la productora de Ryan Murphy. Está protagonizada por Donald Sutherland como Harrigan y Jaeden Martell como Craig; y que pueden encontrar desde hace días en Netflix.

Sobre la película, basta decir que es una adaptación bastante fiel al texto. Los cambios, que los tiene, intentan acercar a la película a los terrenos del horror. Cosa que, acá entre nos, no lo necesita. La historia es en sí, un morality play sobre el peso de las consecuencias de las acciones. Pero, me temo que ahondar aquí sobre eso sería descubrir ciertos aspectos de la trama que prefiero que descubran por su cuenta.

Mejor termino diciendo que, al parecer, If It Bleeds correrá la misma suerte que Different Seasons. Mr Harrigan’s Phone ya ha sido adaptada, y la productora de Ben Stiller compró los derechos de la última novela corta: The Rat. Mientras que la productora de Darren Aronofsky se hizo con los derechos del segundo texto: Life of Chuck.

Solo falta que HBO Max (o no Max) decida continuar su serie The Outsider con una adaptación del texto que da título a la colección: If It Bleeds.

Atentamente, el Duende Callejero

Nota: Una versión de este texto salió publicada el sábado 22 de octubre en la columna Pista de Despegue de El Debate.

Lectura del verano de 1992

Parte de la portada del The Stand de Stephen King en su versión extendida
Parte de la portada del The Stand de Stephen King en su edición extendida de inicios de los años noventa

En el verano de 1992 hice mi primer viaje solo.

Entonces tenía 16 años. Viajé de Los Mochis a Guadalajara en autobús. Fueron unas veinte horas de viaje y recuerdo bien que vomité un par de veces en el baño. Solo bebí agua durante el viaje tanto de ida como de regreso por mis mareos.

Diré que hasta la fecha suelo marearme cuando viajo en autobús, pero ya no vomito.

Recuerdo que mi maleta para ese viaje fue una mochila con un par de playeras, un pantalón de mezclilla y algunas mudas de ropa interior. Me recibiría en Guadalajara uno de mis tíos maternos, Gustavo. Me quedaría con él quince días. Él le había dicho a mis padres que deberían mandarme con él ese verano, que me haría bien comenzar a viajar por mi cuenta.

Ellos aceptaron.

Claro que tengo muchas anécdotas sobre ese primer viaje por mi cuenta. Pero este no es el lugar para relatarlas. Escribo esto porque para ese viaje me hice acompañar de la novela The Stand de Stephen King en la edición de 1990 de Plaza & Janés: Apocalipsis, ese era su título nacional. A la mitad de su portada venía un cintillo negro advirtiendo que aquella era la edición completa, sin supresiones, de La Danza de la Muerte.

Encontré ese libro, junto con otros de Stephen King en el estudio de la casa de mi abuelo materno. Hasta el día de hoy no sé quién era el que compraba esos libros que cada tanto aparecían en uno de aquellos viejos libreros. Todos traían señas de ya haber sido leídos: en algunos había pasajes subrayados con lápiz e incluso con plumas de diferentes colores.

Además de las novelas de King, encontré uno de los Books of Blood de Clive Barker en su edición Martínez Roca, Something Wicked this Way Comes de Ray Bradbury y hasta un par de novelas de Dean R Koontz. Pasé muchas horas leyendo y releyendo esos libros. Llenaba hojas de mis libretas con ideas y cuestionamientos salidos de esas lecturas y relecturas, además de algunos dibujos. Pero con The Stand pasaba lo siguiente: lo sacaba del librero, lo hojeaba, leía las primeras páginas y luego lo volvía a su lugar.

Sus mil quinientas y tantas páginas me intimidaban, lo acepto.

Pero como quince días de aquel verano de 1992 en aquella ciudad tan conocida, pero también tan ajena (mi familia materna es de Jalisco, así que Guadalajara y sus alrededores siempre fueron uno de los destinos de viaje familiar desde que era pequeño), me parecieron una eternidad. Y como sabía que durante las mañanas y parte de la tarde estaría solo en el departamento de mi tío, esperándolo a que regresara del trabajo para poder ir a dar la vuelta, decidí que The Stand me serviría para matar las horas.

Lo que nunca imaginé fue lo rápido que me bebería esas mil quinientas y tantas páginas que tanto me habían intimidado.

Leí The Stand en unas tres mañanas con su respectivo cacho de tarde. Recuerdo que una de las cosas que me atrapó ocurre a la mitad del primer libro, el que lleva por título Captain Trips.

Larry Underwood, el hedonista cantante de rock que ya había visto morir a su madre víctima de la supergripe y que en esas páginas se hacía acompañar de una mujer madura, Rita, con la que dejaría atrás un Nueva York que se ahogaba en el hedor de millones de cadáveres al aire libre, citaba a The Hobbit de JRR Tolkien.

Y entonces algo hizo click dentro de mí. Comprendí que todo eso que se me hacía tan familiar en la novela provenía de otros libros que ya había leído y que me habían gustado.

Ahí estaban esos pasajes protagonizados por Stuart Redman, y Frances Goldsmith y Harold Lauder, que hacían recordar a Watership Down de Richard Adams. Los de Nick Andros y Tom Cullen que hacían eco tanto al Lord of the Flies de William Golding como a Of Mice and Men de John Steinbeck. Y qué decir de la ominosa sombra de Randall Flagg, con todo y su reino en Nevada, que se manifiesta en las páginas de la novela como un villano a la Saurón de The Lord of the Rings de Tolkien.

Y como él, todo lo ve (bueno, salvo quién era tercer espía. Igual que Saurón no supo quién era el portador del anillo).

Creo que la trama ya es conocida. Igual, va un resumen: todo inicia una noche en una base militar al norte de California. En ese lugar, el gobierno de Estados Unidos ha estado creando una supergripe que se trasmite de forma sencilla y que mata en cuestión de horas. Se supone que será usada como un arma bacteriológica en el futuro, pero por sucede un accidente y el virus queda libre. Así que en cuestión de semanas muere casi la totalidad de la población del mundo, salvo a unos cuantos que resultan inmunes. La narración de King se concentra en los sobrevivientes de Estados Unidos, que se separan en dos grupos: los que van a Boulder, Colorado, convocados por una señora negra de ciento ocho años que se les aparece en sueños y que dice llamarse Abigail Freemantle, y los que se concentran en Las Vegas, Nevada, atendiendo el llamado de el hombre de negro, que se les aparece en pesadillas y que dice llamarse Randall Flagg.

Pronto, los dos grupos habrán de enfrentarse. Flagg planea desaparecer a Boulder con una bomba atómica mientras que cuatro miembros del comité de Boulder irán caminando hasta las Las Vegas para encarar a Flagg sin armamento o plan.

Lo único los acompaña a esos cuatro, y que los arropa, es su voluntad.

The Stand suele llevarse los laureles cuando se trata de decidir cuál es la mejor novela de Stephen King. Además, es un referente de obras literarias que mezclen el fantástico con el horror y cuyo escenario es el fin del mundo.

Algunos autores, como Chuck Wendig o Paul Tremblay, citan a The Stand como una inspiración a la hora de escribir sus propias versiones del Apocalípsis: Wanderers y Survivor Song, respectivamente.

Mientras que otros lo aceptan con cierto recelo.

Qué decir de las canciones que ha inspirado: Ride the Lighting de Metallica y Among the Living de Anthrax.

The Stand ha tenido dos adaptaciones en forma de serie. La de 1994, escrita por el propio King con la dirección de Mick Garris y que fue un evento televisivo para ABC. Y la de finales del 2020, estrenada en plena pandemia y que estuvo a cargo de Josh Boone y Benjamin Cavell para Paramount+.

Es en esa segunda adaptación en la que King decidió revelar una versión extendida del epilogo de la novela, El círculo se cierra. Esa fue la razón por la que decidí ver los nueve caóticos episodios que dieron cuenta de una historia que, caray, vaya que no necesitaba tanto salto en el tiempo.

Porque si hay algo que encanta en el relato, es cómo cada uno de esos personajes van llegando a sus respectivos destinos y van conociendo a esos otros personajes, creando lazos afectivos. Algo que la narrativa fragmentada de la nueva serie, ensarzada más por el efectismo y la sorpresa, acaba lastrando.

Pero, bueno, hablaba del epílogo de King. Luego del sacrificio y la destrucción en Las Vegas y del regreso de Stuart y Tom a Boulder, y también del nacimiento y la prueba tras el nacimiento de la hija de Frances; la pareja, junto con la recién nacida, Abigail, deciden emprender un viaje a bordo de una caravana hasta Maine. La única justificación tras ese viaje es las ganas de Frances por volver a ver el mar del pueblo en el que nació y no murió.

Y es en un punto de ese viaje, uno en el que la familia se siente cómoda con su decisión y baja la guardia, que Flagg se manifiesta y pone a prueba a Frances.

Otro de los problemas que tiene esta nueva versión de The Stand es lo pequeña que se siente. Mientras que Garris logró transmitir la sensación de que todo lo que ocurre en la pantalla forma parte de un evento inmenso, uno que incluso va más allá de sus márgenes; acá todo ocurre en espacios regularmente cerrados, con unos cuantos personajes y recurriendo a líneas interminables de diálogos. Pero dicho hermetismo expositivo vaya que le sienta bien a ese epílogo en el que, por alguna razón que de nuevo queda sin resolver, se decide verbalizar lo que considero que es la idea capital de The Stand: llegará un momento en la vida en la que nos tendremos que tomar una decisión. Y dicha decisión es qué camino deberemos tomar. Uno de esos caminos ofrece una solución total al problema que tenemos frente a nosotros. Y dicha solución, de momento, solo nos pide un pequeño tributo. Pero si sabemos leer entre líneas, quizá lograremos comprender que dicho tributo, a la larga, acabará siendo peor que el problema inicial. Pero vaya que resulta seductor dar ese tributo.

Aunque también está el otro camino. Uno que no reclama un tributo, que solo nos pide aceptar las consecuencias de nuestras acciones y encarar nuestras limitaciones. Que puede que nos deje sin nada, que seguro que nos provocará algo de dolor, que nos mandará al fondo de un hoyo oscuro y húmedo.

Pero que no nos convertirá en otra cosa. Porque en ese camino seguiremos siendo justos.

Algo así fue lo que pensé en aquel verano de 1992 en el que viajé por primera vez solo y en la que leí por primera vez The Stand de Stephen King. Sé que no fui el mismo tras ese viaje, que esos recorridos por la ciudad que solo conocía con mi familia me hizo resolver muchas dudas, además de ganar otras tantas que necesité años para asignarles algunas respuestas.

Pero sería injusto dejar fuera la lectura de la novela mastodóntica de King como parte fundamental de esa experiencia.

Porque gracias a ella, adopté un mote que sigue rigiéndome:

Often wrong, never in doubt.

Atentamente, el Duende Callejero