A pesar de todo, la lección de un maestro

La última vez que vimos en los créditos de una película la leyenda: dirigida por Michael Mann (1943, Illinois), fue en el 2015.

El título de aquella película fue Blackhat (2015, Estados Unidos).

Considerada un fracaso tanto crítico como con el público, Mann pareció retirarse del cine en ese momento. Aunque luego su nombre apareció o como productor de algunas películas (Ford vs Ferrari del 2019, por ejemplo), o como director de algunos capítulos de series de televisión (Tokyo Vice). También presentó, un año después de su estreno y en un festival al que fue invitado, una nueva edición de Blackhat.

Mann, como todos los directores legendarios, ha pasado años hablando del proyecto de sus sueños. Ese que por alguna causa no ha podido completar y que cada tanto intenta levantar sin éxito. Dicho proyecto era una una película que relatara ese momento en el que Enzo Ferrari logró sortear tanto problemas financieros como personales, además de legales, para hacer que sus autos fueran de los más cotizados en todo el mundo.

Una historia que se centraría en el verano de 1957.

Año en el que el matrimonio de los Ferrari se tambaleaba debido a la muerte por enfermedad de su heredero apenas un año antes, que separa a la pareja.

Año en el que Ferrari descubre que sus cuentas están casi en cero, porque su fábrica produce pocos autos y vende menos, y él gasta demasiado tanto en sus empleados, su negocio, y su vida personal.

Año en el que sus competidores lucharon por romper cada récord que él y su equipo habían logrado en años, todo para dejarlo fuera de la competencia.

Año en el que sus autos solo eran noticia por los accidentes mortales en los que estaban involucrados.

También, año en el que Ferrari tuvo que decidir qué haría con ese hijo ilegítimo que mantenía oculto, junto con su madre, en una casa de campo.

Niño al que no había reconocido con su apellido, a pesar de estar por cumplir los diez años.

Mann se obsesionó con la historia de Enzo Ferrari y el verano de 1957. Una historia que también había interesado a Sidney Pollack, con el que trabajó Mann solo como guionista a inicios de los noventa, y a Clint Eastwood.

Porque desde la década de los noventa se había escuchado la idea de hacer una película sobre cómo Ferrari apostó todo: su negocio, su carrera y hasta su vida personal, al resultado de una peligrosa carrera: la Mille Miglia. Incluso se dijo que Robert De Niro estaba ganando peso para interpretar a Ferrari. Luego se dijo lo mismo de Christian Bale y hasta de Hugh Jackman. Al final, Mann logró quedarse con el proyecto y hacer su película por debajo de los 100 millones de dólares.

Así es como nos llegó Ferrari (2023, Estados Unidos, Reino Unido, Italia y China), más que una cinta biográfica, una historia de un hombre que logra sortear todas las tempestades que se le juntaron formando una tormenta perfecta, tan solo cumpliendo su palabra.

Así de simple es su trama. Sin embargo, el problema de esta película no está en su sencillez narrativa. Está en que no se ocupa por definir qué quiere ser: un melodrama sobre un matrimonio en crisis, una comedia de costumbres, una cinta deportiva ¿Qué?

Adam Driver, que ya hace unos años interpretó a otro empresario italiano que debió sacar al negocio familiar de la ruina en House of Gucci de Ridley Scott, encarna a Enzo Ferrari. Mann se vale tanto del imponente físico de Driver, como de su pasividad para construir a ese personaje quizá hosco, algo contradictorio en lo público y en lo privado, pero que en los momentos difíciles recurre a una suerte de estoicismo para librar la batalla.

Batalla que bien sabe que quizá no gane, pero a la que le debe de sacar un día más de vida.

La vida de este magnate en crisis italiano está determinada por dos mujeres: la temperamental Laura Ferrari (Penelope Cruz), su esposa y socia en la empresa. Una mujer indomable que de forma nada pasiva intenta dejar claro que es ella la que lleva las riendas del imperio que cada día parece más en ruinas.

Y por otro lado está la romántica Lina Lardi (Shailene Woodley). Un amante de los tiempos de la guerra de Ferrari, que en un inicio aceptó su papel de segunda mujer pero como ahora está el futuro de su hijo en juego, intenta dejar en claro que Ferrari tiene una obligación ineludible ya no con ella, sino con ese niño que cada día hace más preguntas que van quedando sin respuesta.

Resulta interesante todo lo que Mann logra contar en apretadas dos horas tanto del melodrama familiar de los Ferrari y Lardi, como las escaramuzas de los vehículos en esa carrera que definirá si este hombre lo perderá todo o seguirá con su pasión: diseñar los autos más veloces del mundo.

Me gusta mucho una expresión que, la verdad, he escuchado/leído poco y que adaptaré: mientras que a un cineasta como Michael Mann le da gripe, a otro lo que le da es pulmonía.

Porque aún con sus muchos derrapes, Ferrari es la lección de un maestro. Y una muestra que se puede narrar una historia humana, compleja, marcada por la muerte y que discuta el tema de la paternidad, junto con ese relato deportivo de toda la vida.

Y en menos de dos horas y media ¡Bravo!

Atentamente, el Duende Callejero