En una(s) brumosa(s) mañana(s)

Esta historia arranca con un recuerdo.

Un recuerdo que parece una pesadilla.

Muriel Margaret McAuley, la protagonista de la novela, recuerda que en una brumosa madrugada la despertaron unos gritos. Así que salió de su casa a medio vestir, corrió hacia la playa y descubrió una escena terrorífica: restos humanos, desde piernas mutiladas a brazos, incluso algunas cabezas, eran expulsadas del mar por las olas.

La arena de la playa y la espuma del oleaje eran de color carmín.

Muriel no alcanzó ni a preguntarse qué estaba ocurriendo.

Los gritos.

Había sobrevivientes intentando no ahogarse y ella era la única de todo Witchaven, un pueblo pesquero escocés, que estaba en la playa.

Debía actuar.

Había vidas en juego.

Muriel recuerda que entró en la fría agua y que fue arrastrando a varios sobrevivientes hasta la arena. Algunos seguían vivos gracias a ella, mientras que otros murieron antes de que llegaran las ambulancias debido a sus heridas.

Lo que sucedió esa brumosa madrugada fue que faro dejó de funcionar y un barco chocó contra unas rocas.

El oleaje y las rocas hicieron el resto.

Muriel recuerda ese evento casi cada mañana que sale a caminar por esas playas que, según, deberá abandonar pronto aunque no quiera hacerlo.

Tiene 84 años y dice se le han ido como un suspiro. Nació en Witchaven, apenas ha viajado a otros destinos y hasta hace unos meses planeaba morir ahí.

Lleva más de doce años viviendo sola debido a que su esposo, Billy, un pescador experimentado ya entrado en años, salió en otra brumosa madrugada a trabajar en alta mar y jamás regresó.

Ahora, Muriel camina rumiando su tristeza: un millonario norteamericano llamado Patrick Grant se hizo con los terrenos de Witchaven y, mediante unos estirados y antipáticos jóvenes ejecutivos, urgen a todos aquellos que siguen negándose a abandonar la villa para que tomen el cheque que les extienden y se larguen de ahí o se irán sin nada.

Grant y sus allegados quieren convertir a Witchaven en un lujoso campo de golf. Ya han comenzado a construir debido a que casi todos los pobladores aceptaron su propuesta. Solo quedan un puñado, entre ellos Muriel.

Ella planea quedarse ahí pues ¿A dónde puede ir? Su esposo, Billy, por quién dejó su futuro como ilustradora, tuvieron hijos. Sí. Incluso tiene un nieto. Pero ellos ya han hecho su vida y ella sentiría que es una carga si decidiera irse a vivir con ellos.

Incluso lo sentiría si acabara viviendo en un retiro de ancianos. Así tendrían que ocuparse, al menos económicamente, de ella. Visitarla cada tanto.

Y no.

Ella no quiere ser una carga.

Solo quiere que la dejen vivir sus últimos días en ese lugar de brumosas madrugadas, fríos inviernos, escarpadas rocas, ventosos atardeceres. Plagado de recuerdos.

Witchaven.

Solo que cada día se hace más difícil el vivir en ese lugar.

Los trabajadores de Grant suelen interrumpir hasta su regresos a casa, alegando que está traspasando un terreno privado.

Ella debe recordarles, una y otra vez, que no es así. Que en todo caso son ellos los que están invadiendo.

Y es en una de esas brumosas mañanas, mientras camina por la playa hasta acabar en la entrada de la cueva donde Billy le pidió que fuera su esposa, que Muriel descubre, atrapada en la resaca de las olas, a una gran pulpa de color rojo que ¿le está pidiendo ayuda?

Así que Muriel vuelve a rescatar a alguien arrastrándolo fuera de las olas: un ente de un solo ojo que se comunica con ella telepáticamente, y que es como una enorme babosa amorfa y primordial.

Un horror salido de quién sabe dónde, que incluso le pide alimento.

Sangre.

Muriel se lleva a esa cosa a su casa. La instala en su tina, que llena de agua. Y la alimenta con su sangre. Aquella cosa le succiona las venas mediante un apéndice viscoso que sale de ella.

A cambio, la cosa recibe un nombre: Ávalon y rejuvenece a Muriel. Vuelve la energía que pensó perdida. Se van los achaques. Hasta sus pocos vecinos le notan el cambio.

Solo que una noche, las tácticas de Grant alcanzan un punto álgido cuando unos jóvenes se presentan en casa de un vecino, otro octogenario que tampoco irse del lugar, y que ya se había metido en líos con los trabajadores del millonario al intentar defender el gallinero de Muriel con un arma de fuego.

Es así que esa cosa podrá alimentarse de verdad. Y con con toda esa sangre consumida, logrará un milagro que dejará a Muriel en ascuas.

Muriel Margaret McAuley was 84 years old the first time she saw a man turnes inside out by a sea monster.

Escrita por David Sodergren, la novela The Haar no solo es una historia que mezcla el horror cósmico con un relato de formación cuyo protagonista es una octogenaria inolvidable. También es un relato de amor, una historia de venganza plagado de momentos gore, además de un cuento moral sobre lo inhumano que nos vuelve tanto el poder como el dinero.

Ah, y también sobre cómo la naturaleza siempre buscará imponer un orden.

Una delicia de lectura que se ha convertido en un libro que sé que me será difícil de olvidar.

Atentamente, el Duende Callejero

Un lavado de cara

Tom Hanks, en una imagen promocional de la película A Man Called Otto dirigida por Marc Foster
Tom Hanks, en una imagen promocional de la película A Man Called Otto dirigida por Marc Foster

Basada en la película En man som heter Ove del 2015, exitosa adaptación de la también exitosa novela de Fredrik Backman del mismo nombre que fue dirigida y escrita por Hannes Holm; A Man Called Otto (2022, Estados Unidos y Suecia) resulta más un completo lavado de cara que en pos de remover todo el cochambre que podía resultar políticamente incorrecto, que un simple remake.

Y por ello, a pesar de todos esos momentos tiernos y graciosos, y de contar con la presencia de Tom Hanks, que interpreta al protagonista, Otto, con lo que nos encontramos ahora es con el mero cascajo la una historia sobre un hombre que ilusamente pensaba que solo estaba esperando a la muerte pues sentía que su vida había terminado luego de perder a sus seres queridos, pero que una familia de inmigrantes le enseña a encontrarle un nuevo sentido a todo.

El director Marc Foster, en conjunto con el guionista David Magee, dupla que hace años entregaron una de esas películas que en su momento fue también un éxito pero ahora difícilmente se recuerda, Finding Neverland, han sido los responsables de atemperar el cinismo y la ironía que hicieron que la versión de Holm y la novela de Backman fueran tan especiales.

Así, el Otto que interpreta Hanks es un hombre en su sexta década, viudo y completamente esclavo de sus rutinas: siempre se levanta a la misma hora y ahuyenta al mismo gato callejero, luego increpa al mismo mensajero. Y siempre camina por las mismas calles y etcétera.

El primer hecho que viene a alterar su aparentemente preciada y rutinaria forma de vida sucede en su trabajo.

Como hace tiempo cumplió sus años de servicio y en esos momentos la fábrica en la que labora está en proceso de fusión con otra empresa, sus patrones lo obligan a retirarse. Eso hace que la poca estabilidad que le quedaba se vaya por la ventana. Así que Otto llega a su casa, la limpia de arriba a abajo y luego intenta suicidarse.

Obviamente fracasará, y eso hace que ahora tenga que lidiar con la causa de dicho fracaso: una familia de latinos que se convertirán en sus nuevos vecinos, y que componen el segundo hecho que altera su preciada y rutinaria forma de vida.

Compuesta por la escandalosa Marisol (Mariana Treviño), por el afable Tommy (Manuel Garcia-Rulfo), y por las niñas Luna (Christiana Montoya) y Abbie (Alessandra Perez), el conocerlos y tratarlos hará que Otto reconecte con aquel hombre que fue hace años: uno tierno, esperanzado, abierto.

Dicha reconexión hará que su presente por fin tenga un sentido, y hasta lo impulsará a buscar a unos viejos conocidos, Anita (Juanita Jennings) y Reuben (Peter Lawson Jones), que en esos momentos están pasando por su propia crisis.

Así, A Man Called Otfo intenta (y puedo decir que con cierto éxito) convertirse en la película de temporada: idónea para verla en familia, con un talante agridulce que permite sacarle alguna reflexión aparentemente circunstancial sobre el momento que se vive en Estados Unidos. Pero que a diferencia de la versión sueca, acabaremos olvidando dentro de unas semanas.

Sí, como la mayoría de las cintas que ha dirigido Foster.

Atentamente, el Duende Callejero

Entre enigmas y silencios

Ilustración de una Ayunadora visitada por un doctor
Ilustración de una Ayunadora visitada por un doctor

Entre 1864 y 1865, la adolescente Mary Fancher, apodada Mollie, tuvo un par de accidentes que la dejaron ciega, y sin sentido del olfato y del gusto. Sin embargo, dichos accidentes fueron lo que la volvieron famosa.

La razón: comenzó a predecir eventos que, según sus familiares, todos se hicieron realidad.

Además, bastaba con que alguna persona se parara frente a ella para que la jovencita les leyera su futuro. Y no solo eso: sus familiares también dijeron que Mollie, que no tardó en sumar a sus dones el ponerse en trance y servir como medio para que se comunicaran los espíritus de los recientemente fallecidos, había dejado de comer desde hacía semanas.

Y esas semanas de ayuno se convirtieron en meses y finalmente acabaron siendo años.

En concreto, fueron 14 años los que Mollie no probó alimentos.

Y sucedió que cuando un grupo de doctores escucharon sobre su historia, y decidieron ponerse a investigar si era cierta, Mollie murió en los primeros meses de 1916.

Mollie Fancher, también conocida como El Enigma de Brooklyn, es solo una de las Ayunadoras: un grupo de mujeres, regularmente adolescentes, que fueron consideradas como místicas con poderes mágicos o religiosos, a las que incluso se les ha rendido culto.

Su particularidad era el hecho de que dejaban de comer por meses o años, y que sobrevivían alimentadas solo por el maná que les caía del cielo.

Y era por ese alimento es que manifestaban esos poderes.

Emma Donoghue
Emma Donoghue

Las historias de las Ayunadoras le sirvieron a la novelista irlandesa Emma Donoghue como inspiración para su novela The Wonder (2016). Y dicha novela ha sido adaptada en forma de una inquietante película dirigida por el cineasta chileno Sebastián Lelio, que co-escribe el guion con Donoghue y con Alice Brich.

En un pueblito en medio de una Irlanda golpeada recientemente por la gran hambruna, corre el rumor de que una jovencita llamada Anna O’Donnell (Kíla Lord Cassidy) lleva más de cuatro meses sin probar alimento.

Su familia y allegados claman que Anna solo toma unos tragos de agua y sobrevive gracias al alimento que Dios le provee: el maná.

Intrigados e interesados por saber si aquello es verdadero, y, por tanto, puede considerarse un milagro, varios notables del pueblo, entre ellos el sacerdote (Ciarán Hinds), el médico (Toby Jones) y el ricachón que nunca falta en esta clase de historias (Dermont Crowley), deciden contratar a una enfermera joven pero experimentada, Lib Wright (Florence Pugh), con la única encomienda de que no se le separe a Anna ni de día ni de noche y así se certifique un milagro o se descubra la mentira.

Solo que Lib, que ha sufrido sus propias tragedias, no es alguien que esté abierta a la posibilidad de que existan los milagros pues ha visto la peor cara de la humanidad y eso que algunos llaman el silencio de Dios.

Florence Pugh y Kíla Lord Cassidy en una escena de The Wonder
Florence Pugh y Kíla Lord Cassidy en una escena de The Wonder

Y eso hace que su viaje en pos de la verdad sobre el misterio de la Ayunadora que le ha tocado cuidar, sea uno que la llevará a encarar y abrazar algo que nunca esperó: la esperanza y el volver a tener fe en algo.

Así, The Wonder (2022, Irlanda, Reino Unido y Estados Unidos) resulta una película cuya mayor valía es su humanismo.

Y también el subrayar una idea que se plantea en la novela de Donoghue: Es mejor ahogarse en las olas que estar de brazos cruzados junto a la orilla.

Atentamente, el Duende Callejero

¡Tengan para que aprendan!

Daniel Giménez Cacho en una escena de Bardo, Falsa Crónica de unas Cuantas Verdades de Alejandro González Iñárritu
Daniel Giménez Cacho en una escena de Bardo, Falsa Crónica de unas Cuantas Verdades de Alejandro González Iñárritu

El periodista y documentalista mexicano Silverio Gama, interpretado por Daniel Giménez Cacho, lleva años viviendo en Estados Unidos. En concreto, vive en Los Ángeles con su familia. Y allá ha forjado una sólida carrera plagada de, ay, reconocimientos por parte de la crítica internacional.

Sin embargo, nuestro hombre, Silverio, está seguro que a pesar de todos esos reconocimientos y premios y demás cosas, no ha producido algo que realmente valga la pena. Cierto, cada cosa que ha hecho ha servido para algo en específico. Y también cierto, cada una de esas cosas lo ha llenado de gozo aunque también lo ha lastrado emocionalmente. Pero él sabe que seguirá haciendo arte, porque ¿qué otra cosa podría hacer con su vida?

Y hablando de cosas, aquí la cosa se complica.

Verán, en el México ni tan lindo ni tan querido que existe en ese universo en el que también existe Silverio, un México similar al de aquellas monografías que se utilizaban para hacer tareas en las primarias, planean hacerle un homenaje a nuestro hombre. Y el asistir a dicho homenaje significa que tendrá que abandonar ese lugar que ha llamado hogar pero que sabe bien que no es ni será su hogar jamás. Y que por motivo de dicho homenaje deberá pisar esa tierra que lo vio nacer pero que hace años abandonó debido a que sintió que era incomprendido y envidiado y sobajado, pero que, de nuevo: ay, tanto extraña.

Será ese viaje el que lo hará recapacitar sobre su vida y sobre su lugar en la historia de ese México que, insisto, solo existe en ese universo en el que también existe Silverio; y también sobre lo que significa hacer arte en este momento histórico (e histérico) en el que incluso esta obra tan personal y tan hermética y algo onírica que en estos momentos podemos encontrar como parte de la siempre ecléctica cartelera de finales de año, dentro de unas cuantas semanas solo será contenido que alimentará a la oferta de esa plataforma que acabó cambiando a la industria del entretenimiento, nos guste o no: Netflix.

Eso y poco más es Bardo, Falsa Crónica de unas Cuantas Verdades (2022, México y Estados Unidos), la nueva película co-escrita (junto a Nicolás Giacobone), co-musicalizada (junto a Bryce Dessner), y editada y dirigida y producida por Alejandro González Iñárritu (1963, Ciudad de México). Y, debo decirlo: lo que acaban de leer solo es una interpretación de mi parte de su primera hora de metraje.

Y si todo eso que leyeron les pareció conocido, es porque ya lo hemos visto antes: la premisa es la misma que utilizaron tanto Ingmar Bergman con Smultronstället (1957, Suecia) como Woody Allen con Deconstructing Harry (1997, Estados Unidos). Porque, como sucede en esas dos películas, estamos ante un relato en la que un realizador decide deconstruirse ante su público.

Solo que, a diferencia de Bergman, que hizo su película como una forma de aceptar que todo eso que vive en sus recuerdos se ha ido y que resulta imposible volver el tiempo atrás, así qué hay que pasar página; o que Allen, que con su cinta intentó dejar sin argumentos a sus críticos al criticarse él mismo de forma tan ácida; González decidió cobijarse con una visualmente asombrosa obra que, cierto, por momentos deslumbra pero que también abruma con querer tatuarnos eso de que el peor fracaso es el éxito.

Digo, eso se entendió aún antes de que lo dijera Silverio ¿Por qué siente la necesidad de repetirlo por más de dos horas y veinte?

¿Será porque es su versión del magnánimo: tengan para que aprendan, o simplemente, parafraseando a Christian Cueva, el asunto es que ese personaje, Silverio, no es interesante?

Atentamente, el Duende Callejero

Una versión de este texto se publicó el sábado 05 de noviembre en la columna Pista de Despegue de El Debate

De Melancolía y Horror

Mike Flanagan y Kyliegh Curran, durante la producción de Doctor Sleep
Mike Flanagan y Kyliegh Curran, durante la producción de Doctor Sleep

Hace años me tocó asistir a un festival especializado en cine de horror, terror y fantasía, y una de las funciones de medianoche estuvo dedicada a una película independiente, realizada mediante crowdfunding, informó el presentador de la misma, que trataba sobre una mujer que había perdido a su esposo de forma inexplicable: un día salió de casa y jamás regresó.

Cuando comienza la película, han pasado siete años desde la desaparición, tiempo suficiente para que la mujer pueda solicitar un certificado de muerte por ausencia: como el hombre no ha aparecido en ningún otro lugar con otro nombre, pero tampoco han encontrado su cuerpo, el familiar más cercano (en este caso la esposa) tiene el derecho de acudir ante las autoridades y demandar que se declare muerto al desaparecido.

Por tal razón, familiares y amigos, además de autoridades, incluyendo el detective a cargo del caso que acabó enamorándose de la mujer, la apremian para que solicite dicho certificado y, además, que pase página.

Pero, como dicen por ahí: pretextos busca el diablo, es la llegada de la hermana de la mujer, una adicta que busca redención, la que la motiva a querer resolver de una vez por todas qué sucedió con su esposo. Y esa investigación detonan una serie de eventos sobrenaturales que giran en torno a un túnel peatonal cercano a su casa.

Uno que el esposo desaparecido solía cruzar.

El título de la película es Absentia (2011, Estados Unidos) y aunque es el cuarto largometraje del guionista, productor y director Mike Flanagan (1978, Salem), fue esa película por la que muchos lo conocimos.

Muchísimos meses después descubrí, en terrenos literarios, la existencia de un subgénero llamado: Grief Horror.

Según la escritora Laurel Hightower, dicho subgénero es propio de la comunidad de narradores independientes norteamericanos que escriben novelas cortas y cuyas historias están centradas en el peso de la pérdida y su consecuente crisis en personajes que llegan al límite.

Obviamente, dichas historias contienen elementos sobrenaturales y también exploran elementos de otras manifestaciones del horror: desde el body horror, el splatterpunk, la casa embrujada, las posesiones, entre otros.

Podría decirse que Flanagan es un representante cinematográfico de dicha corriente.

Lo digo porque sus películas y series dosifican la truculencia nativa del género, optando por centrarse en el enrarecimiento de atmósferas, además de presentarnos a personajes atrapados por sus culpas y en narrar que algunas maldiciones no dejan descansar a sus víctimas ni cuando éstas mueren. Y lo hace mediante una serie de despliegues técnicos que rezuman de un romanticismo que, caray, vaya que huele a naftalina.

Eso sí: sé que Flanagan no es para todos los gustos debido precisamente a esa forma tan personal de abordar el horror, dejando que la exposición domine secciones enteras y que el llamado perspectivismo, que consiste en armar un relato utilizando el punto de vista de varios personajes, sea la marca de la casa.

Igual informo que si alguien quiere conocerlo, la mayoría de su obra, tanto cinematográfica como en series, está en Netflix.

Ahí encontrarán desde sus versiones de la novela clásica: The Turn of the Screw, de Henry James, que él tituló The Haunting of Bly Manor. También pueden ver The Haunting of Hill House, inspirada en la novela homónima de Shirley Jackson. Además de su versión de Gerald’s Game de Stephen King.

Y qué decir de esa belleza llamada: Midnight Mass, un híbrido entre Storm of the Century, aquella serie original escrita por King, y sus clásicos Salem’s Lot y Needful Things. Las películas Hush y Before I Awake, y recientemente su versión de las novelas de horror juveniles de Christopher Pike: The Midnight Club.

Atentamente, el Duende Callejero