El Cine y el Padre Amorth

Russell Crowe y Daniel Zovatto en una escena de ‘The Pope’s Exorcist’
Russell Crowe y Daniel Zovatto en una escena de The Pope’s Exorcist

No veo trailers de películas.

La razón: dichas herramientas de promoción suelen maquilarlos compañías externas a la producción. Y les importa muy poco qué imágenes utilizan y de qué forma. Solo que el público vaya a las salas.

Así que pasa que el público al ver un tráiler se hace, literal, una película en su cabeza que los hace ir al cine, sí, pero solo para darse cuenta que han sido engañados.

La película que les vendieron poco tiene que ver con la que están viendo.

Así que, aunque cada día resulta más difícil llegar a una sala sin antes ver algunos segundos de algún tráiler, sigo lográndolo.

Y la constante es que la experiencia sigue siendo placentera y harto recomendable.

Valga esta introducción para remarcar que me llevé una grata sorpresa hace días con The Pope’s Exorcist (2023, Reino Unido, España y Estados Unidos), dirigida por Julius Avery, escrita por Michael Petroni y Evan Spiliotopoulos, y protagonizada por Russell Crowe.

Película que, confieso, no pensaba ver.

Sobre posesiones, mi interés estaba en la que se estrena esta semana: Evil Dead: Rising. Pero accedí a ir con alguien que sí había visto el tráiler y sucedió lo siguiente: Quién vio el trailer salió algo decepcionado de la película, pero yo que no había revisado ni el póster, casi salí aplaudiendo.

Tomando como base, según rezan los créditos, los escritos y la vida del padre Gabriel Amorth, jefe del departamento de exorcismos del Vaticano al que William Friedkin (o sea, el director de The Exorcist) le dedicó un documental hace años, The Pope’s Exorcist es una comedia de horror que apela a la fórmula de la buddy movie, con todo y sus momentos de acción, para entregarnos una cinta que se siente como si estuviéramos leyendo un cómic de horror.

Algo cercano a Hellboy.

Y que, curiosamente, a pesar de decantarse por las fórmulas conocidas en anteriores películas sobre exorcistas, no trata de alguien que pierde la fe y la encuentra mediante su batalla con un demonio.

De hecho el propio Amorth de Crowe lo deja claro en los primeros minutos de la película: su fe no está a prueba.

Aquí el tema, salpimentado con las necesarias escenas escabrosas y una trama que brinca del whodunit al whydunit a placer, tiene como único fin el ¿sugerirnos? ¿recordarnos? que el mal existe y que debemos seguir cuidándonos de él a pesar de que ahora nos amparamos en la lógica y la ciencia y la tecnología.

Aunque, bueno, también nos sugiere y recuerda que ahí anduvo un exorcista adicto al café expreso que lleva entre sus ropas una botellita de whisky según eso para aliviar su garganta, que va a todos lados en una motocicleta Vespa, que ha escrito artículos y libros (los libros son buenos), y que si el lugar que tiene que explorar está oscuro, húmedo y con olor a azufre, seguramente antes de entrar encontrará un comentario perfecto para aliviar la tensión.

¿Lo mejor? En su final, The Pope’s Exorcist anuncia que aún le quedan 199 historias por contar.

Esperemos que al menos tengamos una más.

Atentamente, el Duende Callejero

Bajo la sombra del Zodiaco

Carrie Coon y Keira Knightley en una escena de Boston Strangler
Carrie Coon y Keira Knightley en una escena de Boston Strangler

Hay unos personajes cinematográficos que pueden llevar al público o a la catarsis o a la alopecia; esto último por el desespero que causan con su actuar. Aunque, bueno, eso también ocurre con lo primero.

Dichos personajes son los periodistas.

Especialmente son los que protagonizan una película que además se cobija con el manido: basado en hechos reales.

¿Existe una película que no esté basada o inspirada en hechos reales?

Bueno, dejemos eso para después.

Verán, parece que cada que un periodista es el protagonista de una película, se notarán ciertos tópicos.

Por ejemplo: sin importar en qué época se sitúa su trama, estamos ante unos hombres o unas mujeres cuyas vidas privadas suelen irse a pique debido a su entrega en pos de aquello que están investigando.

Porque entre más tiempo pasan desmadejando el lío en el que se metieron debido a su interés por demostrar de qué son capaces, más va creciendo su desencanto, su paranoia, su desesperación.

Aunque también más se va forjando, y al parecer con hierro, su temple.

Y aunque solo logran arañar la ansiada verdad hacia el final, estas películas suelen cerrar dejando claro que la redención del protagonista es posible siempre y cuando éste demuestre que tiene tesón y ética.

Por jugar con todos esos tópicos y aún así salir avante entregando una película que nos tiene cuestionando con cada revés el consabido: qué va a pasar ahora; aunque a la par solo vaya palomeando cada uno de los tópicos anteriormente expuestos, es por lo que Zodiac, dirigida por David Fincher, se convierte en una referencia obligada cada que se tiene como protagonistas a periodistas (o a un tándem de periodistas y detectives de la policía).

Cada película posterior (o anterior) a ella solo logra que nos demos cuenta de su grandeza y que reclamemos el hecho de que sigue estando criminalmente subvalorada. Más cuando uno se topa con un título como Boston Strangler (2023, Estados Unidos), dirigida y escrita por Matt Ruskin.

Ruskin parece querer dejar claro que entre sus intenciones está el recordarnos esa obra mayor de Fincher, puesto que desde los cortes, los movimientos de cámara y hasta el tinte verdoso, además de recrear una escena clave; su película, que narra por un lado lo sucedido en Boston durante casi una década, la de los sesenta, con respecto a una serie de asesinatos de mujeres sin aparente conexión entre sí, y por otro, el momento en el que una ama de casa con permiso conyugal para trabajar en un periódico, Loretta McLaughlin ( Keira Knightley), cree encontrar una conexión entre todos esos asesinatos que nadie más ve, por lo que hace equipo con la aguerrida periodista de investigación Jean Cole (Carrie Coon), poniendo a la ciudad entera y a su propio matrimonio en jaque cada que su periódico publica uno de sus escritos.

Y no es que Boston Strangler sea una película mediocre.

Pasa que simplemente se decanta por ir llevando a sus personajes a una serie de callejones sin salida en los que todo se resuelve con un manotazo sobre la mesa que, caray ¿No resulta obvio? Ah, también por ese ir palomeando tanto los tópicos aquí planeados como otros que dejé a un lado para no revelar más detalles de la trama.

Eso sí, pocas películas con periodistas como protagonistas logran mostrar tan fielmente uno de los mayores retos que tienen frente a ellos: el cumplir con la fecha límite de sus escritos.

Atentamente, el Duende Callejero

El dilema

Keanu Reeves como John Wick en una foto promocional de su capítulo 4
Keanu Reeves como John Wick en una foto promocional de su capítulo 4

El año que entra se cumplirá una década del estreno de la primera película de John Wick.

Película que acá en México conocimos con el título Otro Día para Matar.

Quién sabe la razón por la que la distribuidora consideró que esa kinética y además pequeña película dirigida por Chad Stahelski y David Leitch, y escrita por Derek Kolstad, debía tener un título que recordara a la última película de James Bond que protagonizó Pierce Brosnan.

Pero así son los asuntos con las distribuidoras.

Supongo que recordarán que aquella cinta destacó no solo por la simpleza de su trama: un grupo de malhechores, encabezados por el hijo (Alfie Allen) de un mafioso (el finado Michael Nyqvist), deciden meterse con un tal John Wick (Keanu Reeves) solo porque les gustó su auto (un Mustang 1969).

Y en el asalto acaban matando al cachorro que le había regalado a Wick su difunta esposa (Bridget Moynahan).

Así que, emulando tanto al Walker que interpretó Lee Marvin en Point Blank o al Porter del cancelado Mel Gibson en Payback, el Wick de Reeves se impone una sola misión: vengarse de aquellos que mataron a su perro.

Y no habrá rival, recompensa o acuerdo que lo haga desistir. Así le cueste la vida.

John Wick también destacó porque descorrió la cortina sobre un submundo en el que esos que se encargan de hacer los trabajos sucios para mafias, algunos gobiernos o para gente poderosa con recursos disponibles, forman parte de una organización internacional que se mantiene en base a reglas muy estrictas y que cohabitan en ciertos espacios.

Son esos momentos, en los que conocemos la existencia de Wilson (Ian McShane) y la existencia del hotel Continental, los que hacen que John Wick sea algo más que una ocurrente cinta de acción que sirvió para regresar a Reeves a las marquesinas tras unos años de asueto.

Su éxito obligó a que se produjera, ya con mayor presupuesto y sin David Leitch en la codirección, la secuela: John Wick: Un nuevo día para matar o John Wick: Chapter 2 (2017).

Como los eventos de la primera cinta sacaron del retiro a John Wick, alias Baba Yaga, éste se entera de que ahora deberá regresar a ese submundo criminal para pagar una deuda que contrajo hace años con otro jefe criminal (Riccardo Scamarcio).

A la par, deberá descubrir quién ha puesto un precio por su cabeza.

Así, este título cumple los requisitos de cualquier secuela: tiene mayor duración, más personajes, más escenas de riesgo y amplía el mundo criminal detrás del hotel Continental, elevándose en proporciones míticas.

El final de esa segunda entrega anticipa que tendríamos un tercer y obligado capítulo: John Wick Chapter 3: Parabellum, que se estrenó el 2019.

Como película, Parabellum (término que igual es el nombre que se le da al cargador de la pistola de 9mm y, en latín, la parte final de la frase: So vis pacer, para bellum: Si quieres paz, prepárate para la guerra) se siente como una mera suma de aquella genial primera entrega y de esa obligada, estridente y abigarrada segunda parte. Poco más.

Parabellum va dejando claro que lo menos interesante de esta saga es precisamente John Wick. El mundo alrededor del hotel Continental y de la organización, que no es tan estricta como se creía, comienza a importarnos más que cualquier revelación sobre el pasado o el presente de Wick.

Así que, ya para el final de Parabellum, comprendemos que los días de Wick como cabeza de la saga están contados. Hay muchos más personajes que reclaman nuestra atención. Solo falta un final para el capitulado de Wick.

Y es así como llegamos a la cuarta entrega, con un Wick al que ya le pesa esa casi década soportando golpes y disparos y traiciones.

John Wick Chapter 4 ya es un mero trámite. Cierto, como película de acción es una maravilla a la que se le nota todo el conocimiento técnico, espacial y de montaje que ha adquirido Stahelski con las tres entregas anteriores. Además que va diseminando homenajes y referencias por doquier y de forma tan natural, que no faltará el momento en el que uno querrá emular al meme de Leonardo DiCaprio, señalando la pantalla pues ha reconocido esto o aquello.

Y qué decir de esa secuencia en la escalera, en donde deja para la posteridad una versión de Sísifo sudoroso y sangriento.

Pero, por otra parte, vuelvo con lo ya planteado en el capítulo 3: John Wick como personaje comienza a ser un ancla. Y aunque se nota que el guion, escrito por Derek Kolstad, Michael Finch y Shay Hatten, lo reconoce y acepta, el hecho de que exista la posibilidad de que, por el éxito económico de este capítulo 4 se produzca un John Wick capítulo 5 aún con el anuncio de Ballerina para el año entrante, o la serie The Continental, nos deja con la pregunta ¿Eso es lo que queremos? ¿Otra cinta de John Wick y no una exploración de ese submundo criminal que ha crecido delante de nuestros ojos pero que aún no hemos explorado del todo?

Ah, el dilema.

Atentamente, el Duende Callejero

En una(s) brumosa(s) mañana(s)

Esta historia arranca con un recuerdo.

Un recuerdo que parece una pesadilla.

Muriel Margaret McAuley, la protagonista de la novela, recuerda que en una brumosa madrugada la despertaron unos gritos. Así que salió de su casa a medio vestir, corrió hacia la playa y descubrió una escena terrorífica: restos humanos, desde piernas mutiladas a brazos, incluso algunas cabezas, eran expulsadas del mar por las olas.

La arena de la playa y la espuma del oleaje eran de color carmín.

Muriel no alcanzó ni a preguntarse qué estaba ocurriendo.

Los gritos.

Había sobrevivientes intentando no ahogarse y ella era la única de todo Witchaven, un pueblo pesquero escocés, que estaba en la playa.

Debía actuar.

Había vidas en juego.

Muriel recuerda que entró en la fría agua y que fue arrastrando a varios sobrevivientes hasta la arena. Algunos seguían vivos gracias a ella, mientras que otros murieron antes de que llegaran las ambulancias debido a sus heridas.

Lo que sucedió esa brumosa madrugada fue que faro dejó de funcionar y un barco chocó contra unas rocas.

El oleaje y las rocas hicieron el resto.

Muriel recuerda ese evento casi cada mañana que sale a caminar por esas playas que, según, deberá abandonar pronto aunque no quiera hacerlo.

Tiene 84 años y dice se le han ido como un suspiro. Nació en Witchaven, apenas ha viajado a otros destinos y hasta hace unos meses planeaba morir ahí.

Lleva más de doce años viviendo sola debido a que su esposo, Billy, un pescador experimentado ya entrado en años, salió en otra brumosa madrugada a trabajar en alta mar y jamás regresó.

Ahora, Muriel camina rumiando su tristeza: un millonario norteamericano llamado Patrick Grant se hizo con los terrenos de Witchaven y, mediante unos estirados y antipáticos jóvenes ejecutivos, urgen a todos aquellos que siguen negándose a abandonar la villa para que tomen el cheque que les extienden y se larguen de ahí o se irán sin nada.

Grant y sus allegados quieren convertir a Witchaven en un lujoso campo de golf. Ya han comenzado a construir debido a que casi todos los pobladores aceptaron su propuesta. Solo quedan un puñado, entre ellos Muriel.

Ella planea quedarse ahí pues ¿A dónde puede ir? Su esposo, Billy, por quién dejó su futuro como ilustradora, tuvieron hijos. Sí. Incluso tiene un nieto. Pero ellos ya han hecho su vida y ella sentiría que es una carga si decidiera irse a vivir con ellos.

Incluso lo sentiría si acabara viviendo en un retiro de ancianos. Así tendrían que ocuparse, al menos económicamente, de ella. Visitarla cada tanto.

Y no.

Ella no quiere ser una carga.

Solo quiere que la dejen vivir sus últimos días en ese lugar de brumosas madrugadas, fríos inviernos, escarpadas rocas, ventosos atardeceres. Plagado de recuerdos.

Witchaven.

Solo que cada día se hace más difícil el vivir en ese lugar.

Los trabajadores de Grant suelen interrumpir hasta su regresos a casa, alegando que está traspasando un terreno privado.

Ella debe recordarles, una y otra vez, que no es así. Que en todo caso son ellos los que están invadiendo.

Y es en una de esas brumosas mañanas, mientras camina por la playa hasta acabar en la entrada de la cueva donde Billy le pidió que fuera su esposa, que Muriel descubre, atrapada en la resaca de las olas, a una gran pulpa de color rojo que ¿le está pidiendo ayuda?

Así que Muriel vuelve a rescatar a alguien arrastrándolo fuera de las olas: un ente de un solo ojo que se comunica con ella telepáticamente, y que es como una enorme babosa amorfa y primordial.

Un horror salido de quién sabe dónde, que incluso le pide alimento.

Sangre.

Muriel se lleva a esa cosa a su casa. La instala en su tina, que llena de agua. Y la alimenta con su sangre. Aquella cosa le succiona las venas mediante un apéndice viscoso que sale de ella.

A cambio, la cosa recibe un nombre: Ávalon y rejuvenece a Muriel. Vuelve la energía que pensó perdida. Se van los achaques. Hasta sus pocos vecinos le notan el cambio.

Solo que una noche, las tácticas de Grant alcanzan un punto álgido cuando unos jóvenes se presentan en casa de un vecino, otro octogenario que tampoco irse del lugar, y que ya se había metido en líos con los trabajadores del millonario al intentar defender el gallinero de Muriel con un arma de fuego.

Es así que esa cosa podrá alimentarse de verdad. Y con con toda esa sangre consumida, logrará un milagro que dejará a Muriel en ascuas.

Muriel Margaret McAuley was 84 years old the first time she saw a man turnes inside out by a sea monster.

Escrita por David Sodergren, la novela The Haar no solo es una historia que mezcla el horror cósmico con un relato de formación cuyo protagonista es una octogenaria inolvidable. También es un relato de amor, una historia de venganza plagado de momentos gore, además de un cuento moral sobre lo inhumano que nos vuelve tanto el poder como el dinero.

Ah, y también sobre cómo la naturaleza siempre buscará imponer un orden.

Una delicia de lectura que se ha convertido en un libro que sé que me será difícil de olvidar.

Atentamente, el Duende Callejero

Un lavado de cara

Tom Hanks, en una imagen promocional de la película A Man Called Otto dirigida por Marc Foster
Tom Hanks, en una imagen promocional de la película A Man Called Otto dirigida por Marc Foster

Basada en la película En man som heter Ove del 2015, exitosa adaptación de la también exitosa novela de Fredrik Backman del mismo nombre que fue dirigida y escrita por Hannes Holm; A Man Called Otto (2022, Estados Unidos y Suecia) resulta más un completo lavado de cara que en pos de remover todo el cochambre que podía resultar políticamente incorrecto, que un simple remake.

Y por ello, a pesar de todos esos momentos tiernos y graciosos, y de contar con la presencia de Tom Hanks, que interpreta al protagonista, Otto, con lo que nos encontramos ahora es con el mero cascajo la una historia sobre un hombre que ilusamente pensaba que solo estaba esperando a la muerte pues sentía que su vida había terminado luego de perder a sus seres queridos, pero que una familia de inmigrantes le enseña a encontrarle un nuevo sentido a todo.

El director Marc Foster, en conjunto con el guionista David Magee, dupla que hace años entregaron una de esas películas que en su momento fue también un éxito pero ahora difícilmente se recuerda, Finding Neverland, han sido los responsables de atemperar el cinismo y la ironía que hicieron que la versión de Holm y la novela de Backman fueran tan especiales.

Así, el Otto que interpreta Hanks es un hombre en su sexta década, viudo y completamente esclavo de sus rutinas: siempre se levanta a la misma hora y ahuyenta al mismo gato callejero, luego increpa al mismo mensajero. Y siempre camina por las mismas calles y etcétera.

El primer hecho que viene a alterar su aparentemente preciada y rutinaria forma de vida sucede en su trabajo.

Como hace tiempo cumplió sus años de servicio y en esos momentos la fábrica en la que labora está en proceso de fusión con otra empresa, sus patrones lo obligan a retirarse. Eso hace que la poca estabilidad que le quedaba se vaya por la ventana. Así que Otto llega a su casa, la limpia de arriba a abajo y luego intenta suicidarse.

Obviamente fracasará, y eso hace que ahora tenga que lidiar con la causa de dicho fracaso: una familia de latinos que se convertirán en sus nuevos vecinos, y que componen el segundo hecho que altera su preciada y rutinaria forma de vida.

Compuesta por la escandalosa Marisol (Mariana Treviño), por el afable Tommy (Manuel Garcia-Rulfo), y por las niñas Luna (Christiana Montoya) y Abbie (Alessandra Perez), el conocerlos y tratarlos hará que Otto reconecte con aquel hombre que fue hace años: uno tierno, esperanzado, abierto.

Dicha reconexión hará que su presente por fin tenga un sentido, y hasta lo impulsará a buscar a unos viejos conocidos, Anita (Juanita Jennings) y Reuben (Peter Lawson Jones), que en esos momentos están pasando por su propia crisis.

Así, A Man Called Otfo intenta (y puedo decir que con cierto éxito) convertirse en la película de temporada: idónea para verla en familia, con un talante agridulce que permite sacarle alguna reflexión aparentemente circunstancial sobre el momento que se vive en Estados Unidos. Pero que a diferencia de la versión sueca, acabaremos olvidando dentro de unas semanas.

Sí, como la mayoría de las cintas que ha dirigido Foster.

Atentamente, el Duende Callejero