La jodida realidad

Iniciamos en un aula universitaria y en tiempo presente.

El catedrático se llama Thelonious Ellison (Jeffrey Wright), al que todos conocen con el nombre de Monk. La clase que imparte es: Literatura sureña de Estados Unidos y por ello en el pizarrón escribió el título de un cuento de Flannery O’Connor: The Artificial Nigger.

Y sí, ahí está la infame N word.

Se sabe, vivimos en tiempos en los que se despide a directores de bibliotecas públicas solo por negarse a sacar ciertos libros del catálogo debido a que ciertos grupos los considera no aptos para su lectura. Que algunas editoriales han decidido editar textos clásicos para proteger a lectores jóvenes. Y otras aberraciones. Pero bueno, eso es algo que se arrastra desde los tiempos en los que Agatha Christie escribía sus novelas. Ahí está el caso de Diez Negritos, que en en su año de publicación, 1939, tuvo varios títulos según el lugar donde era editado. Quedando como título casi oficial: Y no quedó ninguno.

Pero regresemos a la película.

Brittany (Skyler Wright) levanta su mano e increpa a Monk. Le dice que le molesta que la N word esté ahí, frente a ella en el pizarrón. Monk dice que como estudiantes universitarios y en específico de literatura deben saber y entender que toda obra es hija de su tiempo. Pero ella insiste que la palabra la ofende, así que Monk le espeta que si él, que es negro, logró superar esa palabra, ella, que es blanca también podrá hacerlo. Pero ella sigue con que la palabra la incomoda…

¿Y qué hace Monk?

Pues saca a Brittany del salón y pregunta a gritos si hay otro alumno que quiera opinar sobre su curso.

Esa acción hace que lo llamen sus superiores y pares para decirle que lo mejor es que se tome un descanso, que no es el primer incidente, que está ganando una fama y que muchos jóvenes se sienten inseguro con él. Y como resulta que Monk también es escritor y está en negociaciones con una editorial para la publicación de su nuevo libro, las autoridades de la escuela le sugieren que se tome unos días en Boston, a donde irá a una feria. Y de paso que visite a su familia.

Eso es lo que en guionismo se conoce como incidente incitador: un hecho o acción que rompe el status quo del protagonista de una película o novela, poniendo en marcha a la historia. Así que resulta interesante ver cómo el curtido guionista y ahora director debutante Cord Jefferson (1982, Tucson) resuelve dicho incidente…, y de paso nos pinta de cuerpo completo a Monk en tan solo dos escenas. Así inicia American Fiction (2023, Estados Unidos), una sátira basada en la novela Erasure de Percival Everett, que tiene como diorama al mundillo editorial norteamericano, del que se vale para disparar sus dardos al sector progre que, como el mítico Oroborus, se está comiendo a sí mismo y sin que medie alguna alegoría. Todo por esa intentona de quedar bien y demostrar que, ya sea moralmente o intelectualmente, ellos, los progres, están por encima de quién les pongan enfrente aunque ni se enteren que están delante de un espejo.

La película sigue. En otro momento, Monk dice que él no cree en las razas y que por ello no escribe sobre lo que llaman: experiencia afroamericana. Él se defiende. Escribe literatura sin etiquetas y, según su agente y varios editores, de la buena. Pero eso va en contra de lo que se espera de un escritor negro, por lo que tiene problemas tanto para publicar como para ser leído. Lo bueno, le dice su editor (John Ortiz), no es atractivo porque vende poco. Lo que sí es atractivo es aquello que vende mucho, aunque no sea tan bueno. Además, es conocido precisamente porque es popular.

En la feria del libro a la que asiste, Monk conoce al último éxito editorial, Sintara Golden (Issa Rae), y va a la presentación de su libro. Ahí descubre cuál es la experiencia afroamericana que está en boga y que Golden propone con su novela. Y solo por ello, a ella la consideren literatura norteamericana sin etiquetas, mientas que los libros de Monk, todos alabados por algún sector de la crítica, están en la sección de Estudios de la Cultura Afroamericana. Y cuando Monk pregunta la razón, el dependiente de la librería solo puede contestarle que: … creo que el autor es negro.

Con su trabajo en pausa. El éxito de Golden cerrándole puertas en las editoriales. Además de un par de tragedias familiares, Monk se da cuenta que está en una crisis financiera y personal grave, así que una noche se prepara un trago y arranca una novela de clichés. Novela que termina en tiempo récord (algo que siempre me enfada en las películas con personajes que son escritores es que todos parecen poseídos por el espíritu de Robert Louis Stevenson, así que les basta o una noche o una fin de semana, o una semana, para terminar su novela con todo y ediciones, pero bueno). Novela que se la manda a su editor, y que él manda a varias editoriales y obtiene la mayor oferta económica de su vida. Y luego, tras su publicación, se convierte en éxito tanto de ventas como de crítica. Con los derechos cinematográficos ya vendidos y entrevistas con los principales medios. Todo un problema para Monk pues decidió que fuera publicada con un seudónimo: Stag R. Lee. Clara referencia fonética del infame Stagger Lee.

Comienzan así… el mejor de los tiempos y el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación… de Monk. Y a nosotros solo nos queda atestiguarlo.

En las novelas editadas en Estados Unidos se suele encontrar una leyenda: Esta es una obra de ficción, por lo que cualquier semejanza con la realidad es mera casualidad. American Fiction toma esa leyenda y le da un revés: Esta es una obra de ficción, pero cualquier semejanza con la jodida realidad solo es culpa de lo jodido que está la jodida realidad.

Atentamente, el Duende Callejero