Pliegues de pasado

Quién sabe la razón, pero desde hace seis años le he legado al suizo Joel Dicker (1985, Ginebra) la labor de marinar los inicios de mis veranos.

Tal rutina, para llamarla de una forma, comenzó precisamente a la mitad del verano del 2018.

Pasó que entonces me topé con un remate de libros y, tras el consabido ir apilando y la posterior criba, acabé adquiriendo El Libro de los Baltimore junto con otros dos. Escogí ese porque la copia que encontré estaba en tan buen estado que dudé de que fuera de segunda mano, además de que costaba solo un poco que un tubo de galletas y venía envuelto en un plástico.

Hasta ese momento, no había leído nada de Dicker.

Lo conocía, sí.

Obviamente.

La verdad sobre el caso Harry Quebert fue un libro que no solo me compré en cuanto salió, también lo regalé a un par de personas. Pero, resultó que ese título formó parte de mi Tsundoku personal durante varios años.

Así que, fue con El Libro de los Baltimore como conocí a Dicker.

Ese fue el título que me hizo conocer a este ¿fenómeno editorial? Creo que así lo han llamado. Y la verdad, me pareció ameno. Digo, hizo que no soltara esa novela de casi 500 páginas durante un viaje.

También que me interesara por sus personajes (salvo, curiosamente, por el narrador, Marcus Goldman), todos unos prodigios en aquello que hacen.

Y fue así que, como los cangrejos, decidí que durante el verano del 2019 leería, por fin, La verdad sobre el caso Harry Quebert. En el del 2020 le tocó a Los últimos días de nuestros padres, que acá entre nos, la aborrecí. Pero esa es otra historia (¿o sería mejor decir: histeria?).

En el 2021 leí, me reí, y volví a interesarme con Dicker luego del traspiés dado con su primera novela publicada, gracias a La desaparición de Stephanie Mailer, que, por cierto, y regando un poco la sopa, contiene la descripción de un verdadero crimen perfecto perpetrado por uno de sus varios personajes.

En el 2022 me salté un título para leer la que entonces era la novedad: El caso Alaska Sanders. En teoría, tercer título de la saga Goldman y que hasta el día de hoy es mi favorita.

Alaska Sanders es novela que me pareció madura, menos artificiosa que Harry Quebert, y en la que sentí que había un buen balance con el humor que destilan tanto algunos diálogos como acciones de los, otra vez, varios personajes que la pueblan.

Porque aquí viene el asunto: Dicker, a pesar de que sus novelas nos las venden como thrillers policiacos, y que en la mayoría de sus arranques se describa el descubrimiento de un cuerpo, más que whodunnits de manual lo que él presenta son comedias de enredos que tienen como protagonistas y, claro, sospechosos a miembros de las clases altas, medias altas y uno que otro arribistas.

Para Dicker, lo primordial no es replantear que el crimen perfecto no existe, como otros autores de thrillers. Lo suyo se va a regodear del absurdo que empaña a cualquier situación que se lleva al límite; sea esa un vil engaño o el no reconocer las limitaciones personales, incluso los amores prohibidos se llevan su tanto.

Y entonces, lejos de crímenes perfectos, lo que tenemos son crímenes de ocasión en los que los varios enredos que hacen que las tramas se compliquen, y las hojas de la novela aumenten, viene de que cada uno de los personajes, incluyendo a su protagonista o narrador, así sea el a veces odioso Marcus Goldman, tienen siempre algo que esconder a los demás.

En este 2023 le tocó a El enigma de la habitación 622. Novela que, entiendo, tiene como única razón de existir el ser un homenaje a Bernard de Fallois, editor que descubrió a Jöel Dicker y que lo acompañó durante el arranque de su carrera profesional.

Dicker lo culpa de su éxito, según lo ha dicho tanto en entrevistas como en el cuerpo de esta novela.

De Fallois murió en el 2018. Y al parecer Dicker planeaba hacerle un homenaje, dedicándole un libro en el que narraría parte de su vida. Pero como suele suceder, los planes casi nunca se cumplen como uno quiere y entonces acabó, sí, reconociendo y narrando segmentos de la vida del veterano editor, pero enredados en la desenfadada investigación sobre la razón por la que en un lujoso hotel, el Palace de Verbier, se evade el número 622.

El joven y exitoso, y de paso adinerado escritor Jöel Dicker, está dolido tanto por la muerte de su amigo y editor Bernard de Fallois, como por una fallida relación amorosa con una vecina. Así que decide darse unos días de descanso, viajando hasta las faldas de los Alpes Suizos e instalándose en el Palace de Verbier para unos días de masajes, sol, bebida y lo que salga al paso. Pero acaba investigando un crimen ocurrido años antes, instado por una joven llamada Scarlett, que además de querer escribir también una novela de éxito, está intrigada porque ella ocupa la habitación 621 bis y no la número 622.

En un momento de coba, el Dicker de la novela alienta a Scarlett a intentar escribir ese libro con el que ella sueña, y para ello le plantea que investigue la razón por la que no existe la habitación 622 en ese hotel.

Así es como el par se enteran de lo sucedido durante el fin de semana en el que debió ocurrir la sucesión de la presidencia del Banco Ebezner. Una historia que habla sobre triángulos amorosos, extorsiones, espionaje internacional, arribismo, asesinatos políticos y unas cuantas calamidades más.

Así tenemos una novela enorme, en la que todo ese asunto del asesinato y la sucesión bancaria no es más que el McGuffin de una historia cuyo mayor celo reside en dejar claro que:

— Vivo un poco en el el pasado…
— Todos lo hacemos —la tranquilicé—. Es una buena forma de sobrevivir.

Dicker sabe que sus novelas no revolucionarán las conciencias. Que no habrá un antes ni un ahora luego de que se publique su nuevo libro. Solo sabe que está dándonos buenas formas de sobrevivir con sus libros plagados de pasado.

Porque eso es lo que nos ofrece con El Enigma de la habitación 622 y también con sus otros títulos: pliegues de pasados, sean literarios o incluso cinematográficos, con los que nosotros podremos marinar (o sobrevivir, según sea el caso) este momento en el que estamos viviendo.

Ya con eso, de mi parte, este hombre tiene un lector durante el tiempo en el que decida seguir publicando libros.

Ahora, si alguien le dice a Dicker que se apure porque parece que para el verano del 2024 aún no tengo una novela para leer.

Atentamente, el Duende Callejero

Agustín Galván

Estás en el blog: filias y fobias de @duendecallejero. Inicié escribiendo sobre mis gustos y disgustos en materia de cine y literatura en algún momento del 2003. Solo que entonces fue en otro lugar, en otro espacio (ahora fallecido). La versión que ahora vistas es nueva (aunque ya tiene sus años). Gracias por la visita y si te apetece, deja tu comentario.