La película inicia con un hombre.
Está sentado al pie de una fuente en un parque de la Ciudad de México. Lee un libro, el libro es de Cioran. Cada tanto espía los alrededores.
Ve a un señor que interpreta una versión silbada de un villancico empleando una hoja.
Ve a una joven tarareando la canción Zombi de The Cranberries.
Ve a ese ¿muchacho? No lo sabemos, porque trae una máscara. El enmascarado revuelve el contenido de un basurero.
El hombre deja de leer luego de ver a un indigente que entra entre las jardineras para defecar. Saca su teléfono y googlea su nombre.
Resulta que ese hombre es Sebastián Silva, director de cine nacido en Chile. Silva ahora googlea la frase: cómo matarse sin dolor. Solo que no la escribe bien, así que los resultados no son lo que quizá esperaba.
Corrige.
Ahora escribe ¿Cómo suicidarse en México?
Y así se entera, y nosotros con él, que según un estudio de la UNAM nuestro país se ha convertido en un paraíso turístico para suicidas.
Silva trae un perro, al que descuidó mientras leía, espiaba y hacía sus búsquedas en Google. De pronto descubre que su perro está comiendo las heces del indigente.
Silva corre, le grita y lo reprende. Una mujer lo ve zarandeando al perro y le reclama. Le dice que es un asco. Silva, tras discutir con la mujer y decirle que sí, que él es un asco, le pone la correa al perro y camina de regreso al departamento en el que se está quedando. Encuentra a unos hombres en plena faena. El dueño del lugar, Mateo (Mateo Riesta), dueño del departamento, le ha ordenado a esos hombres el derriben un muro. Así que Silva tendrá que aguantar los marrazos y gritos. Entra en el departamento, apenas y habla con la criada, Vero (Cristina Saavedra), y mejor se va a su cuarto para drogarse. Acaba durmiendo. Poco le importa el ruido o que Vero se entere de que está drogándose pues ni la puerta se molestó en cerrar.
Pasan unas horas y llega Mateo, que lo despierta para realizar una sesión de fotografía que, claro, sale mal. Silva acaba confesándole su plan: ya no quiere seguir, quiere acabar con su vida, se siente acabado. No tiene trabajo en puerta, todo le sale mal y para colmo acaba de descubrir que hay otro Sebastián Silva: un actor joven que al parecer tiene mucho éxito.
Mateo le dice que se olvide de esos pensamientos y mejor vaya un fin de semana a una playa nudista gay, a Zicatela.
Y Silva va a la playa, pero solo para seguir leyendo a Cioran y seguir pensando en la muerte. Lo único que lo saca de ese bucle es que por intentar salvar a un hombre que se estaba ahogando, él casi termina muerto.
Lo salvan tanto sus ganas de seguir viviendo como un salvavidas. Así conoce a un instagramer norteamericano llamado Jordan Firstman, que se declara fanático de sus películas. Él era el hombre que se estaba ahogando. Y ahora, dice Firstman, por azares del destino están juntos en esa playa y le propone trabajar en una idea que lleva tiempo barajando: un reality sobre sus correrías. Firstman le propone a Silva que él sea el que está detrás de la cámara.
Y puede que crean saber qué sucederá a continuación, pero créanme: estamos ante una película nada convencional.
Una cinta que igual se disfraza como un efectivo thriller que adopta el tono una sátira sobre esa idea de que ya no hay arte, solo contenido. Pasando por una reflexión sobre la creación, el legado y el sinsentido que hay detrás de todo eso.
Porque lo que verdaderamente importa, según nos plantea el propio Sebastián Silva, director y co-guionista, junto con Pedro Peirano, de Rotting in the Sun (2023, Estados Unidos y México), es saber contar una historia que logre subvertir ese dicho de que no hay nada nuevo bajo el sol.
Rotting in the Sun vaya que es algo nuevo bajo el sol.
He aquí una de mis películas favoritas del año.
Atentamente, el Duende Callejero…








