En su cuarto largometraje como director: Cuando acecha la maldad (2023, Argentina y Estados Unidos), el también guionista, productor, editor y también actor Damián Rugna (1979, Buenos Aires) entrega una de las películas de horror más ambiciosas de los últimos años.
Para cuando aparece la primera imagen en pantalla, un evento lleva tiempo pasando en la Argentina rural. Este es lo que pasa: la gente comienza a pudrirse en vida. Y eso solo significa una cosa, que un demonio ha elegido a ese desafortunado para que lo traiga a este mundo. Porque, según la mitología planteada por Rugna, los cuerpos son portales que emplean los demonios para llegar a este mundo. Hasta tienen una canción que lo cuenta. Y he ahí el gran problema: el atentar contra esos cuerpos que comienzan a caerse en pedazos es la peor de las ideas. Como si se tratara de un cáncer (de hecho, sí, el mal planteado en el guion de Rugna actúa como un cáncer), si se comete el error de querer detener el proceso, lo único que se logra es diseminar un mal que infectará a todo lo que esté cerca, sean otras personas o animales. Y los actos que harán esos encarnados o embichados harían sonrojar hasta al mismísimo Lucio Fulci.
Nos enteramos de todo eso gracias a los hermanos Jimmy (Damián Salomón) y Pedro (Ezequiel Rodríguez). El par se enteran una noche, gracias a cinco disparos que escuchan en un momento, y que por la mañana salen a investigar, que cerca de su granja alguien comienza a pudrirse. Por ello, piensan, los animales de su granja han estado actuando raro. Esa es otra de los puntos de la mitología planteada por Rugna: los animales saben bien que algo anda podrido cerca. El asunto es que aquí eso de podrido debe tomarse de forma literal.
El otro problema es el instinto humano, que va contra toda lógica y que nos pone por debajo del nivel de los animales. Esto último lo digo porque un animal sabría cuándo se debe huir, no se aferra a querer detener lo inevitable. Por ello, cuando los personajes de esta película están ante algo tan horroroso y asqueroso como un encarnado o embichado ¿Cómo se debe actuar? Cierto, hay protocolos que deben seguirse. Pero eso solo los saben los de la ciudad. En esa parte remota ni enterados.
Creo que la respuesta a esa pregunta es la obvia en una película cuyo título es: Cuando acecha la maldad.
El mal se libera.
Y ahora los hermanos tendrán que huir. Y a su paso, el mal va arrasando con todo: conocidos, desconocidos. Así acaban en casa de una experta en lo que está pasando, Mirtha (Silvina Sabater), que será el personaje que acabará explicando las reglas de este mundo y hasta cierto punto, cómo fue que inició todo. Su trabajo dentro de la película era el de limpiar por su cuenta, sin respaldo de gobierno ni nada, a la ciudad de encarnados o embichados. Pero de eso ya han pasado años.
Comienza así un recorrido por esa porción del mundo a la que autoridades tanto políticas como religiosas le han dado la espalda al pueblo. Así que ellos, los habitantes de ese lugar, deben vérselas por sí mismos para sobrevivir ante hechos cuya explicación no es necesaria: el mal existe, el mal se disemina como si se tratara de una enfermedad, el mal hará que queramos acabar con todo, incluyendo seres queridos o patrimonio.
Lo único necesario es saber cómo se puede detener o contener todo eso. Si es que se puede o detener o contener.
Decía al inicio que es una de las películas de horror más ambiciosas de los últimos años. Y lo dije no porque la crisis planteada en la película podría tomarse como una alegoría sobre lo sucedido en medio mundo en la pandemia del COVID-19, donde las autoridades sirvieron de muy poco para detener o contener la enfermedad. Pero, la razón es otra. Y ojo, que podría tomarse como un spoiler, así que están advertidos: verán, todo lo que veremos en Cuando acecha la maldad parece que no es más que el primer acto de la historia que está contándose.
¿Habrá más?
No lo sabemos. Pero que muchos ya lo estamos demandando, creo que resultará obvio.
Atentamente, el Duende Callejero…








