A mediados del pasado julio, en el New York Times se publicó el perfil del cineasta norteamericano Ari Aster (Nueva York, 1986), que este año estrena su cuarto largometraje: Eddington (2025, Estados Unidos y Finlandia).
Gracias a ese texto nos enteramos que sus primeras dos cintas, Hereditary y Midsommar, ambas de horror, fueron realizadas como una forma de entrar de forma rápida y por la puerta grande en la competitiva industria cinematográfica norteamericana.
También que una de sus primeras historias iba sobre un duelo entre dos personajes que representan a dos ideologías en un pequeño pueblo del lejano oeste.
Aster confiesa que buscó financiamiento para que esa historia del duelo se convirtiera en su primer largometraje, pero acabó descubriendo que los western son casi imposibles de vender si se trata de una producción independiente comandada por un cineasta debutante.
Para realizar un western se necesita a un cineasta ya curtido y al menos un actor o actriz veterano que además se involucre en la producción. Y Aster apenas iniciaba y no tenía aún los contactos.
Luego del éxito de Midsommar, película del 2019 que fue comisionada por una productora sueca para atraer al turismo gracias al folk-horror, vino la pandemia. Y así fue que Aster tuvo tiempo libre porque se cancelaron sus siguientes proyectos, que al parecer iban en la tónica de sus primeras cintas. Pero lejos de frustrarse, se puso a escribir nuevas ideas.
Ideas que lo alejarán de esas dos primeras y exitosas cintas, y también del horror.
Una de esas ideas se convirtió en Beau is Afraid, estrenada en el 2023 y producida a mediados de la pandemia. Un fiasco tanto en crítica como en taquilla que contó con el apoyo incondicional de gente como Martin Scorsese, que no se cansó ni reprimió de alargarla allá donde anduviera.
Otra de esas ideas fue regresar al western. Solo que ahora la narración del duelo dio paso a una historia sobre la imposibilidad de la humanidad por encontrar acuerdos, incluso en tiempos de crisis, y también sobre las funestas consecuencias que vienen de las acciones e inacciones que se realizan con tal de no ceder terreno.
Creo que sobra decir que esa actualización fue inspirada por los eventos que día con día acontecieron durante la pandemia. Por ejemplo, la insurrección de un grupo por no portar mascarillas porque eso iba en contra de sus libertades individuales junto con la inquisición de otro grupo por portarlas, y en ocasiones solo por dar la contra.
También la defensa militante de algunos por teorías de la conspiración sobre el origen del virus, confrontada por otros que sin mucho conocimiento esgrimieron ideas con base científica que no entendían ni comprobaban.
El hecho que las protestas callejeras relacionadas con movimientos como el Black Lives Matter también sirvieron para desenmascarar y popularizar el racismo que hasta ese momento sólo se había concentrado en minorías y geografías determinadas. De pronto se puso de moda ser racista.
Y qué decir de esas hogueras públicas en las que mutaron las redes sociales.
Todo eso y poco más es lo que Aster nos presenta en Eddington, que en la cinta es el nombre de un pueblo de Nuevo México.
En mayo del año 2020, en el pueblo de Eddington inicia el caos cuando el alcalde progre, Ted García (Pedro Pascal) decide imponer un decreto para que los residentes del pueblo usen mascarillas a pesar de que ni un habitante se ha contagiado. Ese acto lo usa el sheriff y viejo rival de García, Joe Cross (Joaquin Phoenix), para iniciar una campaña para sacar a García del poder. A pesar del hecho de que García parecía tener todo a su favor: al la gente aparentemente le gustaba su gestión, la gobernadora parece Scorsese alabando Beau is Afraid, los empresarios detrás del centro de datos que está a las afueras del pueblo le dicen que ni se preocupe. En fin, la reelección está ya asegurada.
Es a partir de un duelo verbal en una tienda en la que el dueño niega la entrada a alguien que se niega a usar mascarilla, que Aster comienza a sumar eventos, cada uno más enrevesado que el anterior, y, claro, la violencia escala junto con lo absurdo. Y resulta que García, que se las da de saber todo de todo y de todos, ni enterado estaba de lo que se cuece en el corazón de su ¿amado? Eddington.
Y aunque ya no estamos en el oeste de finales del siglo XIX o inicios del XX, y ya existen leyes e instituciones dedicadas a preservar el orden sin la necesidad de seguir con eso de la ley del más fuerte o el que desenfunda más rápido gana, lo salvaje del ser humano sigue ahí. Sumemos ese culto a las armas norteamericano, que por una enmienda constitucional hecha precisamente cuando no había esas leyes e instituciones. Y su ignorancia disfrazada de emprendimiento que los hace tan proclives a otra cultura, la del DIY, que incluye el investigar por su cuenta todo basándose sólo en sus creencias (y alucinaciones).
Eddington es, pues, una provocación que sólo va sumando. Nunca resta y menos divide.
Pero es una que se siente hueca por eso mismo: plantea muchas cosas pero no concreta ninguna. Y creo que eso es lo importante. Aster no vino a explicar nada, ni a defender una postura o reescribir la historia. Es más, ni a hacer crónica, porque aquí no cabe eso de: basado en una historia real.
Lo suyo es contar una historia. Una que es incómoda, incongruente, cargada de misantropía, absurda, violenta.
Una historia sobre estos tiempos que vivimos.
Vaya que resulta interesante que un cineasta como Aster abandonara tan temprano la comodidad de la taquilla y el género de horror por explorar senderos que, como él lo sugiere: entre más personales se han hecho, menos redituables han sido.
Pero bueno, mientras existan productores que lo respalden, Aster seguirá haciendo estás películas que parecen no ir a ningún lado, pero vaya que nos dejan con la cabeza revuelta por esas ideas que nos planta.
Así las cosas tanto en Eddington, Nuevo México, como en este mundo post-pandémico.
Atentamente, el Duende Callejero…








