Quizá el nombre de Joseph Ruben (Briarcliff, 1950) no se les haga conocido. Sin embargo, él es el responsable, como buen director artesanal que es, de un puñado de éxitos taquilleros en los años noventa (palabras más, palabras menos: ese vehículo de lucimiento para Julia Roberts que fue Sleeping with the Enemy de 1991 y la ferozmente vapuleada por la crítica, más no por el público: The Good Son, de 1993, con un ya descarriado Macaulay Culkin).
Al igual que muchos otros directores, Ruben en sus mocedades fue labrando su nombre mediante un par de películas de bajo presupuesto sobre la pérdida de la inocencia en este mundo material, mismas que sirvieron como despegue para algunos de sus protagonistas: Joyride de 1977, con uno de los primeros estelares de Melanie Griffith, Robert Carradine y Anne Lockhart; y GORP de 1980, en la que actuaron unos jóvenes Dennis Quaid, Rosanna Arquette y Fran Drescher.
La recepción de ambas películas, catalogadas ahora como piezas de culto juvenil antecesoras a la famosa serie de cintas de los ochenta realizadas por los entonces noveles Edward Zwick (About Last Night de 1986), Joel Schumacher (St. Elmo’s Fire de 1985) y el fallecido John Hughes (The Breakfast Club de 1985), parecían indicar que su brinco a las películas de grandes presupuestos sería una apuesta segura.
Solo que la caspa que exudaban sus primeras película, no hacía otra cosa que indicar que el mismo director de The Pom Pom Girls (1976) no correría la suerte de un, y solo como ejemplo, Brian De Palma.
Y es que si algo marcaba la diferencia entre la carrera de Ruben y la de otros directores que también habían iniciado su carrera en los años setenta en el siempre inhóspito circuito de producción independiente, era que sus esos inicios estuvieron alejados de la caspa de siempre.
Ruben no tenía en su haber ninguna película de género. Nada zombies, de ratas voladoras y protohumanas, de mutantes o de simplemente de fuentes de sangre. Lo suyo eran los melodramas juveniles con megaproblemas existenciales, soportados por bonitos y bonitas que se enfrentaban los unos a los otros en tránsito.
Eso sí, en sus películas había lugar para las risas, el llanto, el despertar sexual y algo relacionado con los deportes.
Estaba claro que Ruben necesitaba consolidarse como director con una película respaldada por un estudio de verdad, con un guion escrito por cerca de seis o siete personas (aunque la mitad de ellos se quedarían sin sus nombres estampados en la pizarra de créditos), con una campaña de promoción que incluyera viajes por todo el mundo y con un cheque con miles de dólares asegurados, además de con un siguiente proyecto siempre en puerta.
Por ello, tras el estreno de GORP, dejó que la marea siguiera su curso, refugiándose mejor en la televisión, dirigiendo varios capítulos de algunas series famosas, hasta que la ya difuminada 20th Century Fox lo fichó para levantar un proyecto cuyo guion llevaba algún tiempo guardando polvo en los escritorios de la compañía.
Y aquella era una película de género ¡La primera para Ruben!
En 1980-81, el escritor fantástico Roger Zelazny (Euclid, 1937-1995) se encargó de desarrollar un guión de ciencia ficción y terror basado en su novela corta de 1965: He Who Shapes, que luego fue reescrita y expandida en 1966, y que llevó el nombre de The Dream Master (ganadora, por cierto, del premio Nebula ese año). Solo que las diferencias entre la Fox y el escritor comenzaron a escalar.
Dichas diferencias no fueron por la premisa, sino por el contexto: pensar en producir la versión cinematográfica de The Dream Master significaba arriesgarse a una superproducción cuya oscura temática (en un mundo del futuro, un mundo sobrepoblado y vicario, enteramente entregado al rapaz consumismo, y dónde lo más preciado era mantener el status quo mediante la manipulación del inconsciente humano, concretamente del mundo de los sueños), luego de los descalabros sufridos tanto por Brainstorm de Douglas Trumbull en 1981 y por Blade Runner de Ridley Scott en 1982, significaba un claro juego de ruleta rusa.
Los ejecutivos presionaban por un cambio de contexto ¿Por qué no aprovechar el presente: la Guerra Fría y su eterna amenaza nuclear, junto con la política militarizada de Ronald Reagan y el propio atentado contra la vida del presidente ocurrido en 1981, además del naciente conflicto en Irán que venía a poner en juego al conocidísimo Doomsday Clock?
O bueno, traducido ¿Por qué no hacerla económica?
Zelazny dijo adiós.
La idea pasó a David Loughery, cuya plan era seguir con la adaptación de The Dream Master… Solo que pronto descubrió que al remover el contexto, como en las buenas historias de ciencia ficción, la historia simplemente se desvanecía.
Por ello, Loughery inició un tratamiento alterno, olvidando la adaptación, en donde la máquina para manipular los sueños no hacían el trabajo sola.
Debían existir personas con cierta habilidad psíquica.
Pronto, la máquina desapareció y solo quedó el psíquico.
Y comienza la nueva trama que, como era la sugerencia, involucraba la política y ese tenso presente que Estados Unidos vivía en esos primeros años de los ochenta.
Luego, el guion fue reescrito tanto por Loughery como por Ruben y por Chuck Russell.
El resultado: Dreamscape… Una de esas joyas lamentablemente olvidadas de los años ochenta.
El actor fetiche de Ruben, Dennis Quaid, interpreta a Alex Gardner… El genio outsider cliché que tiró por la borda su carrera para dedicarse a explotar su habilidad psíquica con las apuestas. Solo que un mafioso enterado de dicha habilidad decide cobrársela… Por lo que Alex decide atender el consejo de su ex-maestro y quizá único amigo Paul Novotny (Max Von Sydow) para involucrarse en un proyecto secreto financiado por el Gobierno que le asegura protección: la proyección de mentes dentro de los sueños de las personas con fines terapéuticos.
Así comienza el desarrollo de nuevas habilidades de Alex, que entra en los sueños de varias personas con el fin de corregir desde miedos, inseguridades y hasta adicciones.
Entre los pacientes, está un niño, Buddy (Cory Yothers), que sueña con un hombre con cabeza de cobra que lo persigue eternamente y cuyo enfrentamiento casi le cuesta la vida a Alex. Sin embargo, pronto el hermetismo del proyecto hacen que tanto Alex como la asistente de Novotny, Jane DeVries (Kate Capshaw), cuestionen que su fin sólo sea terapéutico.
Más por el violento comportamiento de otro psíquico involucrado, Tommy Ray Glatman (David Patrick Kelly) y por los oscuros manejos de Bob Blair (Christopher Plummer), el agente gubernamental a cargo del proyecto.
Pronto, Alex y Jane descubren, gracias a un novelista de ciencia ficción llamado Charlie Prince (George Wendt en una curiosa imitación de Zelazny) que corre el rumor desde hace años que el Gobierno, mediante La Agencia (¿La CIA?) está preparando a asesinos psíquicos (sí, de esos que, se dice, pueden matar cabras si las ven fijamente y piensan que la cabra debe morir, además que pueden deshacer nubes con solo con el pensamiento).
Y es en ese momento en el que se enteran que uno de los próximos pacientes será el Presidente de los Estados Unidos (Eddie Albert), cuyos sueños sobre la devastación nuclear lo han orillado, contra los intereses del resto de su gabinete, a buscar la paz con la URSS.
Es entonces que Blair revela sus intenciones: usar a Glatman para entrar en los sueños del Presidente con la intención o de hacerle cambiar de opinión y declarar la guerra, o matarlo en sus sueños.
Ruben logra crear un thriller político que mezcla muy bien el horror con la ciencia ficción, equilibrando de forma extraordinaria el drama de los personajes, con la premisa fantástica, logrando además unos sustos de primer nivel (cortesía todos ellos de esa fetiche mascota: el hombre de cabeza de serpiente). Sin embargo, la realidad: Dreamscape se estrenó en el verano de 1984 y fue un fracaso en taquilla.
Eddie Murphy y su vehículo de lucimiento: Beverly Hills Cop (de Martin Brest), junto a esos fenómenos que fueron Ghostbusters (de Ivan Reitman), Gremlins (de Joe Dante), The Karate Kid (John G. Avildsen), Indiana Jones and The Temple of Doom (de Steven Spielberg) y The Terminator (de James Cameron), se la comieron.
Y para colmo: Dreamscape corrió con la suerte de ser la tercera (o segunda, según se vea el caso, pues para la historia queda que Red Dawn de John Milius fue la primera en estrenarse con una nueva clasificación, mientras que The Flamingo Kid de Garry Marshall fue la primera en obtener dicha clasificación) película que inauguró la calificación recomendada por Spielberg: la PG-13 (o adolescentes y adultos para nosotros, que no existía antes de 1984 y que inició debido a que tanto Gremlins como Indiana Jones, más otras películas anteriores, generaron un debate entre padres de familia, distribuidores y estudios, sobre la pertinencia que las películas tuvieran ciertos temas referentes a violencia, lenguaje altisonante, sexo, uso de alcohol y demás drogas, imágenes escabrosas, pero cuya temática no justificaban una clasificación más restringida).
Así que solo se habló de las bondades o prejuicios de la nueva clasificación con relación a los números de taquilla, no de la película o del director.
Y como clavo cerrando el ataúd: a finales de ese año Wes Craven estrenó A Nightmare on Elm Street… Y por alguna razón, el que fuera Dreamscape la película de sueños de estudio hizo que en su momento, tanto la crítica como el público prefiriera la cinta independiente y modesta. Aunque en el fondo, ambas películas corren por senderos muy diferentes.
Ruben no volvió a retomar el cine de género hasta el 2004, gracias a la sosa The Forgotten, en el que vuelve a mezclar el thriller con la ciencia ficción en una trama que cuestiona la realidad, pero sin grandes resultados: una película extremadamente genérica en la que Julianne Moore ya anuncia el inicio de su desvanecimiento en las cintas de género.
Y no era para menos… Dreamscape en lugar de empujar su carrera de Ruben lo hizo regresar a cero.
Así, los ochenta les pasan en blanco, facturando producciones de rigor (entre ellas queda True Beliver de 1989 ¿Su película más comprometida? Quizá) y esperando su propio sueño de los justos hasta los noventa, que es cuando vuelve al ruedo de los grandes estudios pero con películas de lucimiento que son por lo general thrillers inocuos.
Ahora bien ¿Qué logró Dreamscape?
En una era preCGI, Dreamscape es un coctel cargado de efectos prácticos y con un elaborado trabajo en mate que logran una estética que igual ilustra el mundo de los sueños que el mundo real de los personajes, envolviéndolos de forma curiosa: el mundo real resulta, por su asepsia, más incómodo que el caricaturesco (y preburtoneano) mundo de los sueños.
Algo que, curiosamente en esas películas imitadoras-saqueadoras sigue vigente: In Dreams de Neil Jordan (1999), The Cell de Tarsem Singh (2000), Nightmare Detective de Shinya Tsukamoto (2006), Paprika de Satoshi Kon (2006) y hasta Inception (2010) de Christopher Nolan.
Pero bueno, bueno, bueno. Obviamente cualquiera de estas películas resulta, en estos días, más famosa y/o mentada que Dreamscape.
Así que ¿Qué más se puede decir?
Bueno, quizá que en 1987 Dennis Quaid volverá, ahora mediante artificios tecnológicos, no mentales, a meterse en un pobre individuo: Martin Short. Pero esa ya es otra historia.
¿Y será otro escrito?
Atentamente, el Duende Callejero…








