Y el monstruo, que sigue aquí

Fue Aristóteles el que dijo: El hombre es el único ser vivo que se ríe. Y recordemos, se cuenta que el filósofo no era partidario del humor. Lo consideraba de un tipo inferior y en el apartado estético, decía que lo risible es una subdivisión de lo feo, es entendido como un defecto, malformación o fealdad.

Y eso que solemos llamar sabiduría popular nos recuerda cada tanto que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Puesto que a juicio de algunos, no aprendemos por experiencia no propia ni ajena, simplemente negamos la razón.

Finalmente, el escritor norteamericano Grady Hendrix, autor de la novela: The Southern Book Club’s Guide to Slaying Vampires, dijo que en su opinión, los vampiros son los asesinos seriales originales, despojados de todo aquello que los hace humanos. No tienen amigos, tampoco familia, menos raíces o descendencia. Lo único que tienen es hambre. Por eso comen y comen y comen, pero nunca se sienten satisfechos. Además, que para contar una historia sobre vampiros, él considera que hay solo dos caminos: desde el punto de vista sobrenatural o el terrenal.

Y que en estos tiempos, con toda esa literatura y referencias que ya se tienen sobre los vampiros y su lore, el camino a explorar para hacerlo novedoso es el terrenal. Principalmente porque así tenemos a entes que no le tienen miedo a las cruces, que tienen reflejos, que quizá tengan descendencia, que no se convertirán en animales y hasta caminarán a plena luz del día. Incluso podrían significar lo que nosotros queramos.

Podría decirse que todo lo anterior es algo que Pablo Larraín (1976, Santiago), director y co-guionista, tomó en cuenta a la hora de planear El Conde (2023, Chile). La cinta, protagonizada por Jaime Vadell y que marca la quinta colaboración entre ambos, narra una biografía alterna del dictador Augusto Pinochet.

Repasemos, Augusto José Ramón Pinochet Ugarte nació en 1915 en Valparaíso. Murió en Santiago, en 2006. De joven entró en la milicia y fue escalando puestos hasta convertirse en el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Fue con ese cargo que encabezó el golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende en 1973.

Pinochet gobernó Chile, machacando derechos humanos, desapareciendo a críticos, persiguiendo a adversarios políticos y también a cualquier disidente, además de embolsarse millones con desvíos, entre otras tantas cosas, del año del golpe hasta su retiro forzado tras el plebiscito y la elección presidencial de 1990 (asunto que el propio Larraín tocó en la película No, estrenada en el 2012).

Luego, Pinochet se convirtió en el primer senador vitalicio de Chile, hasta que se le fueron sumando pilas y pilas de documentos con acusaciones judiciales tanto chilenas como internacionales relacionadas con corrupción, conflictos de interés, tráfico, contrabando y violaciones a los derechos humanos. Así, fue cambiando de residencia en varios países, hasta su regreso a Chile para enfrentar la justicia.

Muere luego de varias intervenciones quirúrgicas, amparos, comparecencias, alegatos de demencia senil y, claro, muchos, muchísimos cargos pendientes.

Pero bueno, según el guion de Larraín y del guionista Guillermo Calderón, eso es lo que dicen los libros de historia. Porque en la realidad monocromática que ellos han planteado, una realidad captada magistralmente por el fotógrafo Edward Lachman, Augusto Pinochet sigue entre nosotros.

Resulta que fingió su muerte para no enfrentar los cargos porque sabía que iba a ser declarado culpable y entonces pasaría una eternidad en prisión. Verán, resulta que este Augusto Pinochet que es interpretado por Vadell, es un vampiro con 250 años de existencia que vive en retiro desde su supuesta muerte.

Según la historia que se nos cuenta aquí, fue mordido y convertido en la Francia de Luis XVI, en su paso en la milicia francesa.

La revolución que acabó con la monarquía fue lo que lo hizo huir y comenzar un insidioso peregrinaje como agente del caos, la sangre y el horror, por diversas partes del mundo. Según la narradora (Stella Gonet), ese peregrinaje en pos de acabar con las ideas liberales lo llevó hasta Sudamérica.

En concreto, hasta Chile.

Ahí se instaló y el resto es parcialmente la historia que está en los libros. Sin embargo, ahora el ex-dictador, que decía que debían llamar El Conde en privado, está harto de existir. Le cansa que lo consideren el origen de todos los males en Chile, que la sociedad sea tan malagradecida. Todo lo hizo, según él, para el bien de la sociedad. Protegerla de influencias perniciosas como el comunismo y su ideología retorcida.

Pero ahora, los años que han permanecido inactivo les están pasando su factura: está perdiendo la memoria. Y como se ha negado a seguir consumiendo sangre, su cuerpo está decayendo. Así que sus hijos se reúnen. Les urge saber dónde están las riquezas que el dictador acumuló en vida. Y su mujer, Lucía (Gloria Münchmeyer), que es la que en secreto lo mantiene vivo suministrándole pequeñas dosis de sangre en los alimentos que consume, reniega porque nunca se dignó en convertirla a ella. Quizá por considerarla no apta para la eternidad al ser de la clase baja.

Mientras todo esto sucede, se reporta que están apareciendo cadáveres que aparecen sin corazón. En sus juventudes, El Conde solía hacerse licuados con el corazón de sus víctimas. Eso lo mantenía cuerdo y a su cuerpo le daba fuerza. Por ello sus familiares se preguntan ¿No que quería morirse?

¿Porque está volviendo a cazar?

Además, para hacer un recuento de los bienes, los hijos han contratado a Carmencita (Paula Luchsinger). De origen francés, ella les promete a los hijos de El Conde que encontrará cualquier dinero y bien que esté escondido en la finca o en la cabeza del viejo. Aunque lo que nos les cuenta a ninguno es que ella tiene una misión alterna, por eso está ahí. Dice que para esa misión nació y está decidida a cumplirla.

Con todo lo anterior, Larraín nos entrega una curiosa, aunque dispareja sátira política no sobre ese pasado de horror de Chile, sino sobre el presente y quizá sobre el futuro de las ideologías políticas de este caótico y al parecer algo incomprensible mundo. Hay manifestaciones, tanto de individuos como de instituciones políticas, que parecen clamar por un regreso a gobiernos autoritarios. Diariamente, términos como fascismo o ultra derecha son lanzados a diestra y siniestra tanto en medios y redes sociales. Por ello, El Conde de Larraín acaba sintiéndose bastante blanda en su mordida final. Digo, bien que puso las cartas sobre la mesa, en su inicio. Para luego, dedicarse a esquivar cualquier intención por asestar un golpe contundente. Quizá por eso a Aristóteles no era partidario de la comedia.

Depende tanto del que cuenta la historia, que cuando no se logra hasta las mejores intenciones acaban pareciendo inferiores.

Sosas.

Irrelevantes.

Atentamente, el Duende Callejero

Agustín Galván

Estás en el blog: filias y fobias de @duendecallejero. Inicié escribiendo sobre mis gustos y disgustos en materia de cine y literatura en algún momento del 2003. Solo que entonces fue en otro lugar, en otro espacio (ahora fallecido). La versión que ahora vistas es nueva (aunque ya tiene sus años). Gracias por la visita y si te apetece, deja tu comentario.