Fincher a la Melville

Recuerdo que tras el estreno de The Social Network, estrenada en el 2010, al director norteamericano David Fincher (1962, Denver) se le colgó el título de: el nuevo Kubrick.

Sé que eso de poner motes es algo que le encanta a la prensa norteamericana. No es raro leer o escuchar por ahí que estamos ante el nuevo o la nueva esto o aquello. La cuestión es que nunca entendí la razón por la que a Fincher, un director que claramente no está obsesionado con lograr el encuadre perfecto o hacer que la cámara logre vaciar a los actores mediante ese gesto que se detiene y sostiene por minutos, sino con las posibilidades del montaje, lo comparen con Kubrick.

Porque en cada una de sus películas, desde Alien 3 (1992), ese primer largometraje que terminaron editando los productores, hasta Mank (2020), la idea de que debe existir una armonía entre las imágenes, los sonidos, los gestos y el movimientos de los actores, además del diorama que aportan los diálogos, la banda sonora y los silencios; por encima de la narración. Eso queda como la llamada: marca de la casa.

Quizá lo único que tienen en común Kubrick y Fincher, es que hay una tesis evidente en cada uno de los títulos que componen ambas filmografías. La tesis es que nunca son nuestras acciones las que nos definen, sino nuestras obsesiones.

Ellas, las obsesiones, son la razón por la que viven sus respectivas criaturas cinematográficas.

Pero, bueno, esa tesis no es propiedad de Kubrick. Son muchos los directores y guionistas que la desarrollan en sus películas.

Otro ejemplo sería Jean-Pierre Melville, director francés al que podríamos considerar el abuelo de la Nueva Ola Francesa. Aunque eso es otra historia.

Melville también tiene una filmografía cuyas películas plantean esa tesis. Y para muestra están dos títulos: Bob Le Flambeur (1956) y Le Samouraï (1967).

La diferencia es que con Melville, son las obsesiones las que acaban matando, sea literal o simbólicamente, a sus criaturas cinematográficas.

Ahora, va una confesión: en materia de directores, mi santa trinidad la componen Melville junto a Terry Gilliam y Richard Stanley. Por ello, el ver a Fincher intentando seguir los pasos de Melville me ha desarmado.

Y por ello, esta colección de David Fincher interpreta a… llamada The Killer (2023, Estados Unidos), me ha resultado tan grata y hasta enternecedora.

Tal y como lo hizo hace dos años con Mank, en las que intentó hacer un cover de Orson Welles, ahora hace su intento con Melville.

Cositas

Y aunque ambas cintas podrían calificarse de fallidas en una primera lectura, principalmente porque, de nuevo, es Fincher y eso significa que su mayor preocupación está en lo que llamaré el apartado sensorial, no tanto en el narrativo; resulta que con The Killer, basada en una novela gráfica francesa escrita por Alexis Nolent e ilustrada por Luc Jacamon, y cuyo guion fue escrito por Andrew Kevin Walker; se nota que la vieja fórmula de menos es más le sienta mejor a su película que en aquella cacofónica revisión del Hollywood del Código Hays. Y qué decir de ese soso cuestionamiento sobre quién podría ser el verdadero autor de una película.

Aunque, para el que escribe todo esto, The Killer resulta ya una de las películas más interesantes de David Fincher.

¿La razón?

Porque hay un juego en ella: no des por hecho que conoces a David Fincher, nos dice David Fincher.

Así, con The Killer, la sensación que me queda es que Fincher está iniciando una nueva etapa en su carrera. Una quizá ajena de las salas de cine, las alfombras rojas, el reporte de las recaudaciones en taquilla.

Ya veremos a dónde le/nos lleva este aparente cambio de timón.

Atentamente, el Duende Callejero

Agustín Galván

Estás en el blog: filias y fobias de @duendecallejero. Inicié escribiendo sobre mis gustos y disgustos en materia de cine y literatura en algún momento del 2003. Solo que entonces fue en otro lugar, en otro espacio (ahora fallecido). La versión que ahora vistas es nueva (aunque ya tiene sus años). Gracias por la visita y si te apetece, deja tu comentario.