
Hace años, un artículo informaba que el director, guionista, productor y actor Orson Welles (1915-1985), responsable de Citizen Kane (1941), película que a juicio de varios críticos y académicos es la mejor que se ha realizado en la historia de la cinematografía, había trabajado en la industria pornográfica.
Su labor, según el artículo, consistió en editar y dirigir un par escenas de una película titulada 3 A.M.
Dicho artículo explica que hubo dos razones por la que Welles trabajó en esa cinta. La primera, porque estaba devolviendo un favor a Gary Graver, un director de fotografía con el que acababa de trabajar en un caótico proyecto y al que reconoció haber tratado muy mal durante la producción.
Para ganar dinero extra en esos meses en los que no tenía proyectos en puerta, Graver adoptaba el seudónimo de Akdov Telmig y realizaba películas porno. Y Welles se ofreció a editar y co-dirigir una de sus películas como una ofrenda de paz entre ambos.
Aunque, plantea el artículo, también lo hizo porque necesitaba urgentemente algo de dinero.
Pasa que necesitaba rescatar ese caótico proyecto en el que había trabajado con Graver, al que Welles describía como una película que contaba el último día en la vida de un celebrado aunque problemático director, que era capturado por un grupo de documentalistas que filman el detrás de cámaras de la película con la que planea despedirse, y que sabe que no terminará de filmar porque otra vez se le ha acabado el presupuesto.
Welles sabía muy bien lo que era tener problemas durante la realización de una película. Tras su intensa batalla con el magnate de los medios William Randolph Hearst por las similitudes entre su vida y la del protagonista de la citada Citizen Kane, batalla que incluso escaló al grado de que Hearst quiso comprarle a la productora RKO la película solo para quemar todas las copias, vino el pleito con los productores de su segunda película Los Fabulosos Ambersons (1942). Dicho pleito tuvo como resultado el despido de Welles durante la edición y el estreno de una versión editada por los productores. Algo similar le sucedido en Touch of Evil (1958), dónde por años solo se conoció la versión que armaron los productores. Esa fue la última cinta que realizó para algún estudio hollywoodense. Luego, Welles vivió más de veinte años en Europa. Solo regresaba a Estados Unidos para trabajar como actor y el resto de sus cintas como director las realizó juntando recursos de donde pudiera.
De ahí que necesitara el dinero. Le urgía tener recursos para terminar ese proyecto que, según él, marcaba su regreso a Estados Unidos y cuya producción y parte de la postproducción acabarían costándole nueve años de trabajo (de 1970 a 1979).
Finalmente ese dinero tampoco fue suficiente y su proyecto de regreso, cuyo título es The Other Side of the Wind, acabó enlatado por cerca de 40 años.
Eso hasta que su amigo, el recientemente finado Peter Bogdanovich (1939-2022), que actúa en la película al lado de John Huston, buscó recursos para terminar la edición.
Netflix aportó parte de esos recursos y fue así que tuvimos, por fin, la última película de Orson Welles a un clic de distancia.
¿El resultado?
Bueno, en los caóticos primeros 20 minutos de The Other Side of the Wind (2018, Estados Unidos), una de las varias película inconclusas que dejó Orson Welles y que gracias a una campaña en Indiegogo y, como ya se apuntó, con la ayuda de Netflix pudo completarse, conocemos a Jake Hannaford (John Huston), un legendario director de cine con un gusto especial por los autos de carreras, los excesos y enemigo de las entrevistas.
También conocemos lo que sus acciones provocan en todos aquellos que lo rodean: disgusto, nerviosismo, furia, reverencia, desconcierto, admiración, exasperación.
El Ernest Hemingway del cine lo llaman. O bueno, lo llamaban. Porque en el prólogo de la cinta, Brooks Otterlake (Peter Bogdanovich), quien fuera la mano derecha de Hannaford, nos informa que el día en el que cumplió los 70 años el director murió en un accidente automovilístico.
También nos informa que lo que veremos es el recuento de ese último día de vida de Hannaford. Un día que fue capturado por las diversas cámaras de varios documentalistas que, por motivo de la filmación de su película The Other Side of the Wind, seguían al mercurial director a donde fuera.
En la película dentro de la película, The Other Side of the Wind marca el regreso a Estados Unidos de Hannaford luego de pasarse varios años en Europa. Aquel fue un autoexilio provocado por los problemas que tuvo en el pasado con algunos productores. Y además de ser el festejo de sus 70 años, ese día también marca el último día de filmación de la película. Porque, para variar, Hannaford quemó el presupuesto, así que ya no hay dinero para continuar con la filmación. Por eso, mientras la comitiva se dirige a un rancho para el festejo, en una sala de exhibición Billy Boyle (Norman Foster), asistente de producción, muestra fragmentos de la cinta a un posible inversionista (Geoffrey Lamb). Cabe señalar que a ese inversionista le extraña que Hannaford esté ausente de dicha exhibición, además de cuestionar el problema que plantea la publicitada salida del protagonista de la película, John Dale (Bob Random), y deja clara sus dudas sobre las tablas de la actriz que fue escogida como co-protagonista (Oja Kodar, co-escritora de la cinta junto con Welles).
Sí, con todo y sus juegos de espejos de una película dentro de otra película, queda claro que The Other Side of the Wind fue una lectura por parte de Welles sobre la crisis del Hollywood de finales de los sesenta, principios de los setenta. Como el protagonista interpretado por Huston, Welles venía de Europa tras un autoexilio luego de varios enfrentamientos con productores. Y lo que encuentra es un monstruo herido que pelea por mantenerse vivo: el sistema de estudios del Hollywood que Welles conoció y con el que batió a duelo tantas veces, que está muriendo debido al auge del cine independiente y de las nuevas técnicas de filmación.
Hay una nueva democratización en la producción, por lo que los dinosaurios que se gastaban millones y que tardaban años haciendo una película, verán que todo cambia en su contra.
Lástima que los problemas en la producción hicieron que The Other Side of the Wind acabara en una bodega en París y la muerte alcanzara a Welles a mediados de los ochenta. Porque lo que tenemos sigue siendo una película inconclusa.
Bella, monstruosa, intensa, hipnótica. Cierto. Pero que nos deja ver apenas qué había en la cabeza de su guionista-director-productor. Y aún así, estamos ante una obra mayor que se estrenó en el 2018. Aunque eso, creo, no debería ser sorpresa tratándose de Orson Welles.
Atentamente, el Duende Callejero…
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