Desde hace unas semanas, en Netflix, podemos encontrar la película No voy a pedirle a nadie que me crea (2023, México), dirigida por Fernando Frías de la Parra, con guion de Frías de la Parra y María Camila Arias, que adapta la novela ganadora del Premio Herralde de Novela del 2016 escrita por Juan Pablo Villalobos.
Y, bueno, resulta interesante plantearlo así: …que adapta, pues sí, lo que vemos en la pantalla no es una reinterpretación del texto original como suelen ser las versiones cinematográficas de novelas, sino un intento de translación que sortea, y con cierta gracia, lo que de entrada parecía inexpugnable en la novela: su polifonía.
Porque el texto de Villalobos está contado por un puñado de personajes, por lo que cada tanto el relato va cambiando de perspectiva, de ritmo, de voz. Y resulta que en lugar de desechar todo eso para mejor concentrarse en un solo personaje, Frías de la Parra y Arias construyeron de ese enmarañado juego de voces una puesta en imágenes bastante peculiar.
Tenemos hartos planos en donde los personajes navegan por el encuadre sin que la cámara los siga. Y en otras ocasiones los vemos desde detrás de algo: una ventana, unos asientos, el marco de una puerta. Queda claro que la intención de Frías de la Parra es la de mantenernos al margen de los destinos de cada uno de los personajes. Algo interesante teniendo en cuenta que el desaforado relato de Villalobos hacía pensar en algo fragmentado y kinético.
¿Y de qué va la película?
No voy a pedirle a nadie que me crea narra la historia de Juan Pablo Villalobos (Darío Yazbek Bernal), que está por irse de México luego de recibir una beca para estudiar un doctorado en la Pompeu Fabra de Barcelona. Mientras hace maletas y se despide de sus padres en Guadalajara, recibe la llamada de su primo Lorenzo (Darío Roca).
En una escena inicial conocemos al tal Lorenzo: desde adolescente habla hasta por los codos y siempre está pensando en hacer negocios de toda calaña. Y resulta que ahora, de veintitantos años, Lorenzo ha hecho negocios con gente que tiene pocas tolerancia a los fracasos económicos, por lo que acaba con un balazo en la cabeza y legándole a su primo la obligación de cumplir una misión bastante rara. Una misión encomendada por alguien al que llaman El Licenciado (Alexis Ayala): Juan Pablo irá a Barcelona, a la universidad, pero en cuanto llegue deberá cambiar su tesis de doctorado. Así que en lugar de hacerla sobre el estudio sobre el humor en la literatura del siglo XX, ahora deberá optar por un tema relacionado con los estudios de género.
El cambio será para acercarse a una estudiante llamada Laia Carbonell (Anna Castillo), a la que deberá seducir para luego entrar en su círculo familiar. Obviamente hay muchos problemas con ese encargo: primero, que el tal Licenciado obligó a Juan Pablo a llevar a su novia, Valentina (Natalia Solián), a Barcelona. Y Valentina se aburre como ostra al estar deambulando sola por las calles, mandando mensajes de voz a su hermana, quejándose en tercera persona del abandono de Juan Pablo que se la pasa cumpliendo los ¿caprichos? ¿las misiones? de El Licenciado. Segundo, que la tal Laia es lesbiana.
Pero El Licenciado le deja claro que Juan Pablo está obligado a hacer lo que él le pide, o también él y su novia y puede que otro familiar, acabarán con una bala en la cien y con una acta de defunción que dirá que su muerte se debió a un accidente. Uno posiblemente de tráfico.
Y es así que nos vamos enredando junto con Juan Pablo, en esa madeja que, poco a poco, de tan enmarañada parece carecer de sentido. Por ello no será raro que en más de una ocasión nos preguntemos ¿Y ahora qué?
El problema es que Frías de la Parra acabará respondiendo ese cuestionamiento. Sí, desde ahora lo digo: dicen por ahí que, todo depende de quién cuente el chiste. El mismo Juan Pablo Villalobos lo escribe en su novela, si recuerdo bien. Bueno, yo diré que también depende de quién lo escucha/ve.
Porque, reconozcamos que en la mayoría de las veces lo que nos hace gracia es la desgracia ajena. Y el destino de cualquier personaje de ficción es que le pasen desgracias. Y no es rara la ocasión en la que entre más grande sea esa desgracia, más gracia hace. Más si estamos atestiguando todas esas desgracias desde la comodidad de nuestros asientos de espectador.
Sí, caray. Por ello, más nos vale no ser el protagonista de una novela o de una película.
Más nos vale no creer al relato de Juan Pablo que nos contó Frías de la Parra. Más nos vale solo dejarnos ir por ese deambular ajeno y casi insomne por las calles de una ciudad gris y fría llamada Barcelona.
Más nos vale asomarnos en los cajones de basura callejeros, porque puede que ahí encontremos el manuscrito de una novela que es en sí mismo un grito de auxilio a la nada. Algo que suelen ser las novelas, aunque muchos autores lo nieguen.
Más nos vale ver esta película y comprender que en ocasiones, historias que inician así: un chino, un pakistaní y un mexicano entran en una veterinaria atendida por un catalán, no solo sirve para el chiste.
Sí, más nos vale no pedirle a nadie que nos crea cuando decimos lo mucho que nos gustó esta película.
Atentamente, el Duende Callejero…








