Hace semanas escribí sobre las versiones que hizo Wes Anderson de algunos relatos del escritor galés Roald Dahl (1916-1990). Dichas películas, que pueden encontrarse en Netflix, leí debían considerarse fuera del ¿canon? ¿universo cinematográfico? o como queramos llamarle a eso que han estado armando por años los herederos de Dahl y que lo resumo así: ellos han creado una compañía dedicada a licenciar a productoras de cine y televisión tanto personajes como historias de Dahl con la intención de sacarle provecho a la propiedad intelectual que poseen.
Algo que no es raro en el Hollywood de los últimos ¿veinte años?
Porque basta revisar la cartelera para apreciar cómo, desde Harry Potter hasta Los Juegos del Hambre, pasando por El Señor de los Anillos y, claro, Star Wars, tenemos harta serie y película que ya no adaptan solo al material original.
También crean historias alternas o cuentan el inicio de tal o cual personaje.
Y, cierto, eso se ha vuelto tan cansado que bien podría explicar la razón por la que en este 2023, muchas de las películas y series cuya principal razón de existencia es seguir bancando con las diversas propiedades intelectuales que consiguen, han fracasado.
Sin embargo, como se diría por ahí: la excepción hace la regla. Y en este año tenemos al menos dos (podrían ser tres) de esas excepciones.
La primera fue Barbie, que no solo se llevó una gran tajada económica de la taquilla mundial, sino que también vino a demostrar que hasta un producto tan abiertamente comercial podía encontrar su momentum si tenía algo qué decir y no solo se conformaba con aprovecharse de la marca que promociona.
La segunda es Wonka (2023, Estados Unidos, Reino Unido y Canadá), el hasta cierto punto innecesario relato sobre el origen del empresario multimillonario Willy Wonka.
Sobre la cinta diré que, tras la espantosa versión de Tim Burton, estrenada en el 2005, la tenía en mi lista de títulos de: prefiero besar a un cocodrilo que verla.
Sí, esa lista existe y he aquí un título que durante meses estuvo en ella.
Sin embargo, fue Paul King, director y guionista de las dos maravillosas películas protagonizadas por el oso peruano Paddington, el que me convenció de darle una oportunidad.
Y, caray, caray, he aquí una gran translación de eso que llamaré por mera comodidad, el universo dahleano a la pantalla, y sin tener como referencia ningún material original pues el Willy Wonka literario lo conocimos cuando ya es un curtido, irónico, algo oscuro y también estrafalario empresario chocolatero que está buscando a su sucesor.
Lo que King y su coguionista Simon Farnaby hacen es emplear al personaje de Wonka como ese empresario soñador que nunca necesitará dejar de creer en él, sino que necesita que todos los que va conociendo y, de paso, uniéndose a su empresa, crean en ellos mismos.
Así, King logra con su Wonka, y sin la necesidad de emplear un calzador, el presentarnos una historia que a ratos es un musical (canciones de Neil Hannon), en otros ratos es una buddy movie, y en otros ratos es una entretenida heist movie… Y la suma de todos esos ratos no tienen desperdicio.
En fin, otra maravilla cinematográfica presentada por King que, cierto, no respeta mucho al personaje original. Pero que tampoco lo destroza ni mutila como sí lo hizo esa espantosa versión del 2005.
Atentamente, el Duende Callejero…








