
En 1946, año en el que oficialmente termina el conflicto bélico iniciado por ese hombre con bigote de Chaplin que invadió Polonia, al alguna vez cantante folk, además de periodista y actor William Lindsay Gresham (1909-1962) le publican su primera novela, Nightmare Alley.
Basada en las experiencias que tuvo cuando trabajó como afanador en una feria itinerante en sus años de juventud, Nightmare Alley centra sus dardos en esa fascinación y a la vez repulsión que despertaron en Gresham las rutinas de los mentalistas que él presenció y cuyas faenas ayudó a realizar.
Los mentalistas, esos personajes que, mediante diferentes técnicas y artimañas hacen creer a su público que pueden leerles la mente o que están en contacto con espíritus de seres queridos. Gresham, con su relato sobre el auge y la caída de uno que deja atrás una feria de mala muerte y se convierte rápidamente en una celebridad, deja claro que admira las argucias que esos personajes crean para tener éxito en esa área del ¿entretenimiento? Pero que a su vez desprecia cómo muchos se valen de las creencias y los desesperos de su público para obtener beneficios económicos extra. Así que su novela resulta un morality play que en más de un momento mira fijamente al proverbial abismo, consciente de que ese abismo le está regresando la mirada.
En 1997 el director y guionista jalisciense Guillermo del Toro (1964, Guadalajara) comenzaba la producción de su primera película hollywoodense, Mimic, cuando sus familiares le informaron que su padre había sido secuestrado.
Obviamente del Toro hizo una pausa en la producción y regresó a Guadalajara. En varias ocasiones ha contado que durante esos días, muchos amigos y conocidos se le acercaron para ofrecerle ayuda y consejos. Uno de esos consejos fue: cuídate de los mentalistas, no tardarán en aparecer.
Del Toro cuenta que en efecto, cuándo llegó con su madre ahí estaban ya varios mentalistas que, a cambio de dinero, claro, le ofrecían ponerse en contacto con el secuestrado o dar pistas sobre su paradero. Esa vileza hizo que, como le ocurrió a Gresham tantos años antes, se interesara en ese fragmento del mundo del entretenimiento que acaba lucrando con las creencias y las desesperaciones de las personas. Así llegó no solo a la novela de Gresham, también a la adaptación cinematográfica estrenada en 1947, que escribió Jules Furthman, dirigió Edmund Goulding y que, según otras historias, su protagonista Tyrone Power se empeñó en que la difunta 20th Century Fox la produjera.
Power vio en la figura de Stan Carlisle, protagonista de la historia, una forma de escapar a su imagen de galán de moda.
Por eso debemos entender que esta nueva versión de Nightmare Alley (2021; Estados Unidos, México y Canadá) no es un mero remake de la cinta de 1947. Escrita por del Toro y Kim Morgan, protagonizada por Bradley Cooper y Kate Blanchett, junto con Tony Collette, Rooney Mara y Willem Dafoe, estamos ante una nueva adaptación y actualización de la novela de Gresham que, además, viene a sumarse a esas cintas que tienen como centro narrativo a un personaje cuya forma de vida es el engaño.
Personajes carismáticos, incluso prodigiosos, cuyo mayor pecado resulta ser que acaban creyéndose y enredándose en sus propias mentiras.
Películas tan pertinentes y necesarias en estos tiempos de hipocresía e ignorancia por parte de figuras públicas, y en especial políticos que o presumen ser machos alfa todoterreno como Donald Trump o castos y puros como YSQ. Esperpentos cuyo mayor interés parece ser el obtener ganancia, popularidad o simplemente poder de todos esos ríos revueltos que van dejando en su tránsito sin comprender que para erigir un legado basado en mentiras además de ser necesaria una buena memoria, también lo es el no acabar creyéndose todas las tonterías que dices o repites.
Atentamente, el Duende Callejero…
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