
Va un lugar común ¿Listos?
La película más terrorífica de la historia es The Exorcist de William Friedkin.
Ahora a cerrar la carpeta y, claro, pasar a las divagaciones de siempre…
¿Apoco no estremece ese ultrarealismo captado tan fríamente por esa maldita cámara de colores deslavados?
¿No te pone a respingar la atmósfera creada por esos sets claustrofóbicos?
Eso sin llegar al trabajo de sonido y sacar a colación al técnico mexicano y a su truco de volver una simple cartera de cuero en un quejido de ultratumba
¡Ajua!
Sin embargo, diré que una de las películas más terroríficas que he visto es Onibaba (1964, Japón), dirigida por Kaneto Shindô, película que según cuenta una leyenda, William Friedkin estudió a profundidad cuando le encargaron hacer la versión cinematográfica de la novela de William Peter Blatty.
Basada en un viejo proverbio budista, Onibaba, que nadie se pone de acuerdo sobre su título en español porque igual se conoce como Mujer Demonio o El Pozo, podría competir por el título de la película más cruel de la historia. Esto porque en la totalidad de su metraje, apenas una hora y veinte, y a pesar de que su contexto es el Japón del siglo 14, uno devastado por una guerra que ya nadie sabe sobre qué fue, Shindô captura impresionantemente una fábula de inmoralidad, desasosiego, decadencia e inhumanidad aderezada con una estridente pista sonora de jazz, composición de Hikaru Hayashi, que se contraponen a un elegante trabajo de cámara de Kiyomi Kuroda, y logra inocular en el espectador tanto un vacío existencial como confusión.
La pregunta que nos queda es ¿Estamos en verdad viendo una película cuya trama transcurre hace siglos o sucede ahora mismo, en algún poblado de cualquier parte de este caótico mundo?
Una mujer madura (Nobuko Otowa) y su joven nuera (Jitsuko Yoshimura) sobreviven en el campo.
A veces pescan, a veces cazan… Regularmente roban, pero como se nos muestra al iniciar la película, ahora hasta matan samuráis heridos y en fuga con tal de robar sus armaduras y armas, y cambiarlas luego por comida en un poblado cercano.
Conocen el lugar perfecto para deshacerse de cualquier evidencia, un gran pozo en el que nadie querrá asomarse y que queda relativamente cerca del lugar donde se resguardan. La mujer madura espera a su esposo y a su hijo, que es esposo de la joven. Los dos hombres fueron reclutados para la guerra. Solo que cada día que pasa, las esperanzas de que ambos regresen se van perdiendo. A esto se suma la intempestiva llegada de un samurái en fuga (Kei Satô), que mató a un sacerdote con tal de quedarse con su ropa para poder caminar sin mucho problema por la comarca.
Ese samurái llega directamente al resguardo de las mujeres y les cuenta lo que podría ser el final de su espera. Luego de una batalla fallida, tanto el esposo de la mujer madura como el de la joven murieron.
La mujer madura se encarga de deshacerse del joven e impertinente samurái. Le dice a la joven que no debe hacer caso a rumores como esos. Pero la joven ya ha comenzado a sentir el llamado de las hormonas, así que se decide dejarse querer por el joven e impertinente samurái, ante la mirada entre atónita como celosa de la mujer madura, que, hasta ese momento se nos confirma algo que podríamos pensar desde el inicio. Eso de mantener la esperanza en el regreso de los hombres de la casa no puede compararse con la esperanza que tenía por encamarse con su joven nuera.
Y ahora, con ese extraño triángulo ya conformado, y con una perturbadora escena en la que la mujer madura expone su poderío como matrona a cargo de los lascivos jóvenes desnudándose el torso y dándonos una de las escenas eróticas más perturbadoras que yo recuerde, comienza lo sobrenatural.
Un samurái con una icónica máscara blanca se le aparece, y comienza a perseguirla.
¿Es ese demonio una realidad o simplemente es un reflejo de esa locura que ya comienza a manifestarse?
La clave de ese secreto está en el pozo que guarda cada uno de sus crímenes.
Y hasta allá va la mujer. Mientras los jóvenes fornican de lo lindo donde les place.
Y ahí encuentra al samurái fantasma y su máscara…
Así que ahora, esos jóvenes cachondos la pagarán.

¿Pero es ese descenso que realiza la mujer madura una alegoría sobre el vacío existencial que comienzan a experimentar los personajes?
¿Es la apropiación de la máscara una metáfora?
¿Qué papel tiene la naturaleza y su constante amenaza contra cada uno de los personajes?
Y hablando de los personajes ¿Qué significa que solo los muertos tengan nombre?
Honestamente, a Shindô le importa muy poco eso de los posibles mensaje cifrados. Mejor se decanta por perpetrar una brutalidad gráfica amparada por la elegancia.
No es una película sangrienta, es una película perturbadora. A pesar de los espacios abiertos que vemos, las acciones de los maltrechos personajes vuelven a la película una pesadilla claustrofóbica que, obvio, mamó hasta hartarse Friedkin.
Y qué decir de esa pulsión sexual…
¿Cronenberg?
En efecto.
Onibaba, la historia sobre el fracaso de la moral por medio del deseo. Y vaya, moral y deseo, esos dos contrapuntos que además de definirnos, suelen condenarnos desde que las primeras historias.
¿Es eso lo que Shindô logró resumir de ese viejo proverbio budista?
Bueno, tras esa magistral sucesión de imágenes y esa brutalidad enmarcada por un erotismo malsano ¿Importa acaso que las lecturas sobre esta película vayan desde un discurso antifeminista, como una cachetada al mundo por la forma en la que en los años sesenta veían a Japón?
Atentamente, un maravillado Duende Callejero que se pregunta ¿Antichrist, de Lars von Trier es otro de los remakes velados de Onibaba?
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