El pasado 27 nos enteramos que la Fundación del Español Urgente, o Fundéu RAE, promovida por la Real Academia Española de la Lengua y la Agencia EFE, había escogido a polarización como la palabra del 2023.
¿La razón?
Según el comunicado, ese fue el término que definía a la perfección el estado del mundo en el que estamos viviendo.
Polarización, término recogido por vez primera en el diccionario académico de 1884, se emplea para aludir a situaciones en las que hay dos o más opiniones bien definidas pero completamente distanciadas. Así que el acuerdo entre los que emiten dichas opiniones es nulo y tanto la crispación como la confrontación están, como se dice coloquialmente: a flor de piel.
Lo curioso es que en octubre del 2020, durante ese primer año de la pandemia, al periodista y escritor estadounidense Rumaan Alam le publicaron la novela: Leave the World Behind.
Una:
… novela de desastres sin desastre.
Así la describió Hillary Kelly en su reseña para The New Yorker. Y uno como lector no pudo escapar a la ironía de estar leyendo una ficción de cómo el mundo se derrumbaba y sin ninguna explicación de por medio, mientras se vivía una situación quizá no tan estridente como la del libro, pero en la que había demasiados ecos como para pasarlos por alto.
Sumemos que en su trama, en la que se plantea desde la ignorancia supina de las clases acomodadas y el racismo y clasismo latente sin que medie la raza o el estrato social, también había lugar para la tal polarización.
Leave the World Behind, la novela, pone sobre la mesa una respuesta a la pregunta ¿Cómo habremos de salvarnos en caso de un desastre mayúsculo, si no podemos ponernos de acuerdo en lo elemental?
Es por ello que a Alam lo que menos le interesa es dejar bien claro qué le está pasando al mundo. Hay pistas sobre lo que está sucediendo, sí. Pero, como se lee en sus primeras páginas…
Para que se desmorone algo, solo es necesario que lo decida una de las partes. En el fondo no hay ninguna estructura que evite el caos, solo la fe colectiva en el orden.
Lo único que sabemos es que Estados Unidos está llegando a su fin, pero la razón es lo de menos. Puede que todo eso sea el resultado de una confrontación bélica o algo quizá relacionado con la naturaleza que ya se enfadó de nosotros. Lo cierto es que vivimos en los años en los que la humanidad ha logrado estar más comunicada e informada en toda su historia, pero también en los años en los que está más blanda, ridícula, atomizada, cargada de prejuicios, nihilista, alienada y desamparada.
E incapaz, repito, de ponerse de acuerdo o aceptar que quizá el otro tenga la razón.
Ah, la polarización.
Así es como termina el mundo. No con una explosión, sino con un lamento.
Eso lo dijo un poeta hace ¿Cuánto? ¿102 años ya?
Pero bueno, me pierdo. Cuando se anunció que la novela de Alam sería la base para una película escrita y dirigida por Sam Esmail, confieso que una duda me asaltó: ¿Es posible trasladar esa pieza tan literaria a la pantalla sin perderse en el camino?
Y la respuesta, me temo, es no.
No es, ni fue, ni será posible.
Poco importa que Esmail decidiera explicar un poco sobre lo que le pasa al Estados Unidos en el que viven la irritante Amanda (Julia Roberts) y el soso Clay (Ethan Hawke). También sus hijos, Rose (Farrah Mackenzie) y Archie (Charlie Evans). Ellos han rentado una casa cerca de playa. Una casa enorme, lujosa, perfecta para pensar que ellos no son ellos por un rato. Que ellos tienen dinero, tiempo, ningún pendiente realmente importante, una alberca y hasta playa a minutos de distancia.
Hasta que una noche, GH (Mahershala Ali), dueño de la casa, aparece junto con su hija Ruth (Myha’la) para buscar refugio en ese lugar apartado porque…
¿El mundo se acaba?
¿Estados Unidos está siendo atacado?
¿El mundo se está en guerra?
Esmail decidió cambiar los personajes de la novela, expandir las situaciones y, carajo, decidió darle un final a la historia (sí, esa escena final cuenta como un final-final).
El problema es que olvidó algo muy importante: explicar qué está pasando es lo de menos para esta historia, por lo que toda esa serie de desafortunados eventos que viven estos desagradables personajes en ese paradisiaco microcosmos en el que están enclaustrados, solo valía para hacernos ver que, como decía aquella canción de Pink Floyd:
Together we stand, divided we fall…
En fin. Ahí quedan esas dos horas y cacho de metraje.
Atentamente, el Duende Callejero…








